Yerushalayim, Al Quds

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JOAN CAÑETE BAYLE

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En las tiendas de la Ciudad Vieja de Jerusalén, da igual si es en el barrio musulmán o el judío, es frecuente encontrar una fotografía de David Rubinger en la que se ve a tres paracaidistas del Ejército israelí arrobados ante el Muro de las Lamentaciones. La fotografía fue tomada el 7 de junio de 1967, cuando las tropas israelís conquistaron la Ciudad Vieja, y con el tiempo la imagen de los tres soldados se ha convertido en icónica de la joya de aquella victoria: Jerusalén.

Aún hoy, con paciencia y suerte, pueden encontrarse en librerías de viejo de Jerusalén guías turísticas jordanas que incluyen a la ciudad en la oferta cultural del país, junto a Petra o Aqaba. En 1949, el israelí Moshe Dayan y el jordano Abdalá al Tell acordaron la línea del armisticio de la guerra que Israel llama de la Independencia y los palestinos, la Nakba (el desastre). Se la conoció como la Línea Verde, y partía la ciudad entre el oeste israelí y el este árabe, que incluía la Ciudad Vieja con sus templos sagrados (Explanada de las Mezquitas, Muro de las Lamentaciones, Santo Sepulcro). La Línea Verde jamás fue concebida como una frontera y, sin embargo, 50 años después, es la frontera por definición de una ciudad repleta de ellas, una ciudad dividida por múltiples líneas visibles e invisibles: políticas, religiosas, sociales. Fronteras que son heridas abiertas.

LA SIMA

Cuando los tres paracaidistas fotografiados por Rubinger, y el resto de soldados, llegaron al Muro de las Lamentaciones las grabaciones de la época muestran que muchos de ellos rompieron a llorar. Fiel a la narrativa sionista, para Israel la guerra de los seis días supuso la reconquista de Jerusalén para el pueblo judío. "L'Shana Haba'ah B'Yerushalayim" ("El próximo año en Jerusalén") es una frase que los judíos en la diáspora solían recitar para simbolizar su sueño de regresar a la ciudad sagrada. El cumplimiento de ese deseo es lo que capta la instantánea de Rubinger. Pero la realidad sobre el terreno era otra, y si Jerusalén es Yerushalayim para los judíos, también es Al Quds para los árabes. Legalmente, tras el Plan de Partición de 1948, la ONU otorgó a Jerusalén el estatus legal de Corpus Separatum, es decir, bajo control internacional. Pero en la guerra de 1948 Israel ocupó el lado occidental de la ciudad y Jordania, el oriental. Cuando Dayan y Al Tell dibujaron la Línea Verde, crearon una sima. Así, Museo en la Sima, se llama un museo que hoy puede visitarse en Jerusalén y que era el puesto de control israelí en el paso fronterizo entre ambas partes de la ciudad, la puerta de Mandelbaum.

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Poco después del fin de la guerra del 67, Israel se anexionó Jerusalén entera y la declaró su capital. En un conflicto en el que Israel acumula victorias y los palestinos, derrotas, el del simbolismo de Jerusalén es en cambio un fracaso israelí. Solo un puñado de países reconoce a la ciudad como capital unificada del Estado hebreo, lo cual explica, por ejemplo, que en su reciente visita al Muro de las Lamentaciones a Donald Trump no lo acompañara ningún mandatario israelí. La unificación real de la ciudad también es un fracaso. Hoy la línea verde ya no está repleta de alambradas, y su trazado a menudo es difícil de seguir, pero su presencia es firme como un muro, separando el privilegiado Oeste y el ocupado Este.

CIUDADANOS DE SEGUNDA

Jerusalén es una ciudad con ciudadanos con plenos derechos (los israelís) y de segunda (los palestinos). Bajo control del ayuntamiento israelí, cuyas elecciones los ciudadanos árabes boicotean porque no reconocen la anexión, Jerusalén Este está abandonada. No hay planificación urbanística, ni casi tratamiento de residuos, ni red de transporte público, ni apenas infraestructuras. Un pequeño ejemplo: de media, en Jerusalén Este hay un parque infantil por cada 30.000 habitantes; en Jerusalén Oeste hay un parque cada 1.000 habitantes. En transporte público y en recogida de basura; en calidad de internet y en limpieza de las calles; en los permisos para abrir negocios y en las rutas turísticas; en el precio de los impuestos y en la duración de los semáforos en rojo: todo en Jerusalén está concebido para que la vida en los barrios árabes (y las de sus ciudadanos) sea farragosa.

En Jerusalén Este hay ruinas en la calle, contenedores en los que humea basura, cristales en las aceras y carriles bici que acaban en avenidas de dos carriles por sentido de la marcha. En Jerusalén Este no hay cines ni apenas restaurantes. En Jerusalén Oeste hay calles peatonales, terrazas con encanto, rascacielos, zonas museísticas y un premeditado borrado de la huella árabe anterior a la guerra de 1948. A Jerusalén Oeste son invitados a vivir los judíos de todo el mundo; para los habitantes de Jerusalén Este, renovar su carnet de residente de la ciudad es una odisea burocrática. Y cada día, los colonos van ocupando más casas del lado palestino.

Yerushalayim, Al Quds. La ciudad dividida por mucho más que una línea verde.