Obama no se disculpa en Hiroshima pero clama por un mundo sin armas nucleares

A punto de cumplirse 71 años del lanzamiento de la bomba nuclear, la de Obama ha sido la primera visita a Hiroshima de un mandatario estadounidense en el cargo.

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Barack Obama Barack Obamarepitió su sueño de un mundo sin armas nucleares en la primera visita de un presidente estadounidense a HiroshimaHiroshima. Sus esfuerzos durante dos legislaturas en la Casa Blanca han sido nulos así que no cabe mucho optimismo cuando enfila ya la salida. Washington ya había descartado en las vísperas el arrepentimiento por la mayor y más cobarde masacre de la humanidad así que no se esperaba más que un sentido discurso de Obama sobre la memoria debida a las víctimas y la brutalidad de la guerra. No defraudó.

“La muerte cayó del cielo y el mundo cambió”, dijo Obama con la solemnidad reservada a sus citas con la historia tras haber visitado el Memorial de la Paz y el Museo de la Bomba Atómica. Lo que había caído en realidad aquella soleada mañana del 6 de agosto de 1945 no fue un designio divino sino Little Boy, una bomba de 4.400 kilos, desde el bombardero estadounidense Enola Gay. Unas 69.000 personas murieron en un instante, a las que se deben sumar otras 25.000 cuatro días después en Nagasaki y otras 200.000 en los cinco años siguientes por cánceres o complicaciones relacionadas.

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Aquella bomba, continuó Obama, demostró que el hombre poseía el arma para autodestruirse y esa certeza debe de empujar a “tener el coraje para escapar de la lógica del miedo y perseguir un mundo sin armas nucleares”. El presidente habló a través de un intérprete y abrazó después a Sunao Tsuboi y Shigeaki Mori, dos supervivientes. La fotografía tiene un abrasador simbolismo: el presidente del único país que ha tirado una bomba atómica y las víctimas del único país que la ha sufrido. Obama estuvo acompañado de cerca por el homólogo japonés, Shinzo Abe, en una metáfora de su sintonía contra el auge chino. La sufrida población de Okinawa lleva décadas intentando desembarazarse de las molestas bases estadounidenses que concentran al grueso de sus 40.000 soldados.

APOYO POPULAR A LA VISITA

La población japonesa ha apoyado mayoritariamente la visita a pesar de la falta de arrepentimiento de Obama. Otros presidentes la habían descartado por ser un asunto aún complejo para su opinión pública. Solo Jimmy Carter, ya jubilado, pisó Hiroshima en 1984.

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Por pocas pruebas más peliagudas ha pasado la estupenda retórica de Obama. Su discurso debía evitar la ira de veteranos de guerra y buena parte de su población que esgrimen Pearl Harbor como el inicio de la guerra y desdeñan el perdón; de China y Corea, recelosas de que la hecatombe de Hiroshima eclipse las previas barbaridades del imperialismo japonés; de los activistas antinucleares, que exigen actos tangibles; y de los supervivientes, que piden algo parecido a una disculpa.

Y aún más difícil, Obama se enfrentaba a la contradicción de sus palabras y actos. Sus peticiones de ayer de un mundo libre de armas nucleares fueron tan conmovedoras como aquellas pronunciadas en Praga siete años atrás. Su Gobierno ha caminado en la dirección opuesta. Washington ha seguido su desbocada carrera armamentista con énfasis en el programa nuclear. Obama ha aprobado una partida estimada de un billón de dólares para modernizar y ampliar su arsenal atómico en los próximos treinta años sin generar demasiado ruido. El miedo a las armas nucleares ha sido relevado en la opinión pública por el terrorismo o el medioambiente. Hoy existen más de 15.000 armas nucleares, suficientes para arrasar varias veces el planeta. Incluso una guerra reducida a un centenar de bombas entre India y Pakistán causaría un invierno nuclear parcial y 2.000 millones de muertos, recuerdan los expertos.

'HIKABUSHA', LOS SUPERVIVIENTES

El presidente ha traicionado su compromiso, sostiene Peter Kuznick, profesor de Historia y director del Instituto de Estudios Nucleares en la Universidad de América. “Más importante que la petición de perdón es que Obama utilice esta visita a Hiroshima para anunciar que renuncia a su insensata política (…) Sería adecuado que propusiera a los supervivientes a ese Nobel de la Paz que su discurso de Praga le ayudó a conseguir. Ellos se lo merecen. Él, por su política nuclear y militar, no”, añade. Los 183.000 hikabusha o supervivientes de las bombas encabezan en Japón la lucha contra las armas nucleares sin ningún resquicio para el resentimiento o la venganza.

La visita de Obama ha recuperado el debate sobre el papel de aquellas bombas. Ningún presidente de Estados Unidos se ha disculpado y una menguante pero sustancial parte de su sociedad aún las ve como actos misericordiosos que salvaron millones de vidas. Pero el revisionismo ha ido ganando terreno. Hoy se sabe que Japón ya preparaba la rendición y que tanto la mayoría de generales estadounidenses como los científicos que las habían creado se opusieron a su uso. Harry Truman, entonces presidente, decidió lanzarlas sin pensar en la Alemania nazi ni en Japón sino en Rusia. La Segunda Guerra Mundial languidecía y necesitaba un argumento de peso antes del reparto del pastel.

El examen sincero de las atrocidades cometidas o la carrera nuclear sin bridas son cuestiones que estos días emergen. “La visita de Obama está llena de todo tipo de peligros. Tiene el potencial de hacer mucho bien, pero también mucho daño. Veremos si empieza a ganarse el Nobel de la Paz que le fue tan prematuramente otorgado”, señala Kuznick.