La visita del presidente chino pone a prueba la dureza de Trump

Corea del Norte y los desequilibrios comerciales marcan la primera toma de contacto entre los dos mandatarios

El presidente de China, Xi Jinping, camina junto al secretario de Estado Rex Tillerson a su llegada al aeropuerto internacional de Palm Beach de Florida.

El presidente de China, Xi Jinping, camina junto al secretario de Estado Rex Tillerson a su llegada al aeropuerto internacional de Palm Beach de Florida. / periodico

RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON

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El presidente chino Xi Jingping ha aterrizado en Florida para mantener su primera toma de contacto con Donald Trump, un dirigente que ha hecho de Pekín la principal diana de su arsenal retórico. La visita llega en un momento de extrema tensión en la península de Corea, con el régimen de Pyongyang embarcado en continuas pruebas de misiles balísticos, y la Casa Blanca amagando con una respuesta militar si China no frena las provocaciones de Corea del Norte. En un plano económico, Washington pretende extraer concesiones para paliar los desequilibrios en la balanza comercial entre ambas potencias, pero los analistas coinciden en que se ha precipitado al convocar la cumbre. La Casa Blanca no ha articulado todavía una estrategia coherente hacia China ni ha designado a todos los funcionarios encargados de implementarla.

La diplomacia es en gran medida un juego de percepciones, una partida de póker donde no conviene que se vean los faroles y, en el caso de China, Trump ha transmitido la impresión de que es un tigre sin dientes. Tras responsabilizar a Pekín durante la campaña de casi todos los males económicos de EEUU, el todavía presidente electo rompió con la tradición al aceptar una llamada de felicitación de la homóloga taiwanesa y cuestionar la política de una sola China. Estaba sacando músculo, pero China no tardó en movilizarse. Envió a la Trump Tower al diplomático Yang Jiechi a explicarle a la cúpula del futuro Gobierno estadounidense porqué debería respetar los intereses chinos. Ni a Trump ni a los suyos les gustó nada aquella lección de su principal rival geopolítico, pero con el paso de las semanas el neoyorkino acabó refrendando la integridad territorial china.

AMENAZAS INCUMPLIDAS

Trump tampoco cumplió con su amenaza de designar a China como país manipulador de su divisa ni imponer a sus exportaciones aranceles del 45%, como prometió durante la campaña para paliar el déficit comercial estadounidense con el gigante asiático, que asciende a 347.000 millones de dólares. La tercera gran concesión llegó a finales de marzo, cuando el secretario de Estado, Rex Tillerson, visitó Pekín por primera vez. Para estupefacción de los expertos en relaciones internacionales, Tillerson declaró que la relación entre ambos países debe cimentarse sobre el "no conflicto y no confrontación, el respeto mutuo y una cooperación beneficiosa para las dos partes". Aquellas idénticas palabras las pronunció Xi por primera vez en 2013 y la Administración Obama se había negado a suscribirlas porque esconden, entre otras cosas, un reconocimiento implícito de la esfera de influencia china en el Sudeste Asiático.

Ahora Trump ha invitado a Xi y su esposa a pasar con su familia 24 horas en su residencia estival de Mar-a-Lago. La Casa Blanca ha rebajado las expectativas, pero la lista de la compra estadounidense es voluminosa. Washington querría que Xi tome medidas para facilitar sus inversiones en China, que deje de subsidiar a algunas de sus industrias para perjuicio estadounidense o que reduzca diversos tipos de exportaciones. Como moneda de cambio, Trump podría jugar con el reconocimiento de Taiwán o con la amenaza militar sobre Pyongyang. “Si China no va a resolver la cuestión de Corea del Norte, lo haremos nosotros”, dijo Trump esta semana en una entrevista con 'Financial Times'. Se supone que el fuerte del magnate es la negociación: en los dos próximos días podrá demostrarlo.