UNA ISLA DIVIDIDA

El vecino pobre del norte

Vecinos 8Turcochipriotas en un bar en la parte turca de la isla.

Vecinos 8Turcochipriotas en un bar en la parte turca de la isla.

MONTSERRAT RADIGALES
NICOSIA ENVIADA ESPECIAL

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Desde la invasión de Turquía en 1974, Chipre es un país dividido y su capital, Nicosia, una ciudad partida en dos, con ambos lados separados por un muro, aunque en el 2003 se abrió el paso fronterizo que permite cruzar de un lado a otro. Al principio la frontera tenía un horario de apertura y de cierre, pero desde hace unos años permanece abierta las 24 horas.

En el norte, turcochipriota, la autoproclamada República Turca del Norte de Chipre no cuenta con ningún reconocimiento internacional, aparte del de Turquía. Dado que la Unión Europea (UE) no reconoce la partición, teóricamente la República de Chipre, miembro desde el 2004, abarca toda la isla, pero en la práctica, solo el sur, grecochipriota, pertenece a la UE.

La crisis financiera no afecta por tanto absolutamente en nada a los habitantes del norte. En todo caso, solo en un aspecto: las restricciones de consumo que se han autoimpuesto los ciudadanos grecochipriotas en los últimos días, dada la incertidumbre que ha imperado durante toda la semana pasada sobre el acceso a sus cuentas bancarias, han dejado a muchas tiendas de este inmenso bazar oriental que es la parte norte de Nicosia privadas de una parte de su clientela.

«El problema de mi vecino es también mi problema», afirma Dervish Yagciaglu, un hombre de 42 años propietario de una tienda de artesanía, abierta por su padre en 1955. «Quiero que todo Chipre tenga una economía saludable. Es mi país, soy chipriota», añade. Dervish reconoce que se vende menos.

Halil Peynirci. de 66 años, que también despacha en una tienda pero se dedica principalmente a la elaboración de quesos, asegura que no está contento con lo que ocurre en el sur. «Todos somos seres humanos. Además, mis clientes del otro lado de la línea verde no vienen a comprar». Pero una vez ha expresado la solidaridad con sus vecinos y el relativo perjuicio propio, añade con un cierto grado de satisfacción mal disimulada: «Al principio, cuando abrieron la frontera y empezaron a venir los del sur, nos miraban por encima del hombro y decían 'pobres turcos'. No estamos en el mismo sistema económico. Ellos eran los ricos y nosotros los pobres. Pues ahora el equilibrio está cambiando».

Fatma da Silva nos lo explica. «Hacia el año 2000 hubo aquí en el norte una gran crisis. Se produjo una deflación y varios bancos quebraron. Mucha gente perdió todo su dinero. No hubo ninguna ayuda financiera, excepto la de Turquía. Ahora hay gente aquí que dice: 'nosotros ya hemos pasado por eso. ¿Qué ahora lo sufren los del sur? Pues estupendo'».

«Esta actitud se da mucho más en la generación más mayor, que tiene la memoria más fresca del conflicto y de la guerra», añade la mujer. «Hay también un cierto resentimiento porque cuando abrieron la frontera la gente aquí notaba que los del sur la despreciaban. Venían y decían: 'Mira qué sucio está todo'. Esto ha cambiado y, sobre todo con la gente más joven, es distinto», explica.

Llorar por los amigos

Fatma es un caso bastante atípico en esta parte de Chipre. Es turcochipriota, nació en Nicosia y vivió parte de su niñez en Larnaca, en el sur de la isla aún no dividida. En 1973, cuando tenía 13 años, su familia se trasladó a Inglaterra. Fatma recibió una educación británica y habla el inglés como si fuera de Oxford. Casada con un portugués al que conoció en Londres (de ahí su actual apellido) regresó con su esposo y sus dos hijos a la parte norte de Nicosia en el 2002. Ahora son propietarios de un restaurante.

Fatma no se alegra de la situación. «A nadie le gusta que la gente pase por esto. Tenemos amigos en el sur. La gente de uno y otro lado se interrelaciona; no es como antes». Los Da Silva llevan a sus hijos a una escuela privada del sur, donde enseñan en inglés. «El otro día mi hijo volvió llorando porque dijo que sus amigos del colegio estaban muy asustados», explica.