CATÁSTROFE EN EL MEDITERRÁNEO

Una pequeña Siria en Lampedusa

Decenas de sirios se encuentran en la isla italiana llegados en barcos desde Libia con el objetivo de dejar atrás la guerra y trabajar en Europa

ANA ALBA / LAMPEDUSA / ENVIADA ESPECIAL

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La Via di Roma de la pequeña localidad de Lampedusa -el único núcleo urbano de la isla del mismo nombre- está llena de cafés y tiendas poco concurridos. En la terraza de un restaurante de pescado hay varios hombres, la mayoría jóvenes, absortos ante las pantallas de sus móviles. Algunos hablan por Skype en árabe. Todos proceden de Siria.

«Llegué aquí hace 15 días en un barco desde Libia. Estuvimos 14 horas en el mar, las olas eran muy fuertes, íbamos apretadísimos, unas 270 personas, al menos 100 éramos sirios», explica Muayem, un palestino de 30 años del campo de refugiados de Yarmuk, en Damasco.

Muayem y los dos amigos sirios que le acompañan, Ahmad y Jamal, llegaron en la misma embarcación. Cuentan que la Guardia Costera italiana los interceptó en alta mar y los condujo hasta el puerto de Lampedusa. Alcanzaron tierra sanos y salvos tras una odisea que para Muayem se inició hace tres meses, cuando salió del barrio de Al Zahira, en Damasco, muy cercano a Yarmuk.

«Hace ya tres años que nos fuimos del campo. Al principio de la guerra era un lugar tranquilo, pero luego empezaron los combates y más tarde el asedio. Primero fue el Ejército sirio, ahora el Daesh (Estado Islámico)», cuenta Muayem, cuya familia es oriunda de la localidad palestina de Safed, que a partir de 1948 pasó a ser de Israel.

«Aún guardamos la llave de nuestra casa en Safed. Mi abuela siempre contaba cosas de allí y tenía un gran deseo de volver, pero no podrá porque murió. A mi me gustaría visitarlo algún día», dice Muayem, aunque asegura que no quiere «mirar al pasado sino al futuro».

Muayem tiene intención de irse a Sicilia, luego a Roma y desde allí iniciar un periplo hasta Alemania, donde viven unos parientes, o hasta Holanda. Salió de Siria y cruzó la frontera con Turquía «de forma legal, con el pasaporte». Luego empezó un viaje clandestino que lo llevó entre otras tierras a Sudán y a Libia. «El recorrido ha sido muy duro, sobre todo la parte de Libia», indica.

Su compañero de éxodo, Ahmed, conoce bien ese país. Trabajó allí tres meses como profesor de árabe, tarea que desempeñaba en la universidad de la ciudad siria de Alepo antes de huir con su familia -mujer y tres hijos- a Turquía.

«En Libia me arrestaron, alegaron que estaba allí de forma ilegal y me metieron en la cárcel. Tuve que pagar casi 4.000 dólares para salir. Decidí irme, es un país totalmente descontrolado», relata Ahmed, que antes de la guerra tenía una casa en Alepo y otra en la localidad siria de Raqqa. La primera sigue en pie, la segunda la destruyeron las bombas del Ejército sirio. Ahmed está en contra del régimen del presidente sirio, Bashar el Asad, a pesar de que su suegro «es un hombre importante muy próximo al Gobierno». Pero asegura que el EI «es mucho peor que Bashar».«Una de mis hermanas vive en Raqqa, su marido es ingeniero. Están aterrorizados por el Estado Islámico. Tiene que ir tapada, con niqab (velo que permite mostrar solo los ojos) y no puede salir sola a la calle», comenta Ahmed, que asegura que no reza nunca en la mezquita «pero en Europa creen que todos los musulmanes somos extremistas y terroristas».

Ahmed también quiere irse a Alemania, piensa que es «un país con oportunidades», pero contempla la posibilidad de desplazarse a Francia porque allí viven unos familiares. Tanto él como Muayem y el resto de las decenas de sirios que pagaron entre 6.000 y 7.000 dólares a traficantes para alcanzar Lampedusa sabían que se jugaban la vida. «Pero en Siria también podíamos morir en cualquier momento», subrayan.

MALAS CONDICIONES

Llegaron a la isla italiana «con somalís, eritreos, tunecinos, marroquís, libios, paquistaníes y gente de Bangladesh, había mujeres y niños», indican. Viven en el centro de refugiados de Lampedusa, pero consideran que las condiciones no son buenas.

Todos llegaron con lo puesto y casi no tienen ropa, pero la mayoría son reacios a pedirla en la iglesia de San Gerlando, en la plaza Garibaldi, donde distribuyen toda la ayuda que pueden a los recién llegados. La dependienta de una tienda de moda apunta que algunas sirias le han comprado ropa. «Algunos sirios llegan con dinero, los africanos no», señala.

«Los africanos sí van a pedir, yo no», afirma Muayem. Ahmed también se niega a hacer cola en la puerta de la parroquia, pero al final le pide al vicario unos zapatos. Le quedan 250 euros metidos dentro del pasaporte para conseguir llegar a su destino en el corazón de Europa.