CONTROVERSIA EN RUSIA POR EL EMPLAZAMIENTO DE UN MONUMENTO

Polémica en Moscú por la estatua de San Vladímir

Una campaña ciudadana pretende impedir que se instale sobre una colina desde la que se divisa toda la ciudad el monumento a Vladímir I el Grande, que cristianizó Rusia.

MARC MARGINEDAS / MOSCÚ

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Con una altura equivalente a un edificio de diez pisos, colocada sobre la cima de las colinas de Vorobiev (antes colinas de Lenin) ningún moscovita podrá ignorar, si finalmente se cumplen los planes de las autoridades municipales, quién introdujo el cristianismo en la estepa rusa. La gigantesca estatua de Vladímir I el Grande, obra del escultor Shalavat Schverbakov, plantada en semejante localización estratégica, suscitará en el visitante una impresión similar a la del Cristo Redentor en el cerro de Corcobado en Río de Janeiro: central e imponente. Será, en resumen, uno de los símbolos con los que se identificará a la capital rusa en el futuro.

Vladímir I el Grande gobernó a finales del siglo X Rus de Kiev, una federación de tribus eslavas cuyo territorio se extendía desde el Báltico a la estepa central, ocupando territorio de lo que hoy es UcraniaRusia y Bielorrusia. Fue el primer soberano de la entidad que se bautizó, y su conversión al cristianismo – y con él la de su pueblo- constituye el momento fundacional de la iglesia ortodoxa rusa, que lo ha elevado a los altares bajo el nombre de San Vladimiro.

POLÉMICA POLÍTICA CON CAUTELA

Pero lejos de suscitar consenso, la iniciativa no cuenta con el beneplácito de amplios sectores capitalinos. “Ese monumento ya existe en Kiev”, -capital de aquel estado medieval cuya legitimidad histórica se disputan países hoy enfrentados (Rusia y Ucrania)- recuerda, midiendo al milímetro sus palabras, Yelena Shuválova, diputada comunista en la Duma de Moscú (asamblea legislativa municipal) en una conversación con EL PERIÓDICO. “Nuestra razón para oponernos a que el monumento sea emplazado allí es fundamentalmente geológica; el emplazamiento requerirá construir cimientos que costarán al erario público municipal más de 400 millones de rublos (unos 6,5 millones de euros).

“Es una suma excesiva teniendo en cuenta la actual crisis, considerando que el 52% del presupuesto de la ciudad procede de los impuestos de los ciudadanos”, recuerda Shuválova. Yuri Belkin, presidente del club de electores del barrio Gagarin, donde se colocará el monumento, prefiere enviar sus comentarios por escrito a través del correo electrónico, asegurándose así que son reproducidos de forma fideligna: la estatua, según su opinión, aleja al ciudadano “de los problemas inmediatos”.

La campaña opositora contra el monumento se está llevando a cabo con grandes dificultades, no solo por el peligro de incurrir en un delito de “insulto a las creencias religiosas”, tipificado por el Código Penal ruso, sino también por las grandes restricciones existentes en Rusia al derecho a las manifestaciones públicas.

Shuválova logró congregar, hace un par de semanas, a cientos de personas para pedir a las autoridades locales que encuentren un nuevo emplazamiento para la estatua, dados los problemas “geológicos” que implica instalarlo en las colinas de Vorobiev. Y lo hizo sin contar con el imprescindible visto bueno de las autoridades. “No fue una manifestación, en el sentido legal de la palabra; yo, como diputada de la asamblea de Moscú, tengo derecho a dirigirme a los ciudadanos de esta ciudad”, subrayó Shuválova, acompañando sus palabras de una sonrisa de complicidad.