ADIÓS A UN TESTIMONIO DEL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

El último del 'Enola Gay'

Muere Theodore VanKirk, jefe de navegación en el avión que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima El tripulante defendió su papel, pero soñó con la abolición de las armas nucleares

Sonriente 8 Vankirk, en el 2010.

Sonriente 8 Vankirk, en el 2010.

IDOYA NOAIN
NUEVA YORK

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En una pequeña mesa tras el asiento del piloto, Theodore Dutch VanKirk abrió sus mapas de navegación aérea. A los 24 años, ese hijo de un minero con rango de mayor volaba junto a otras 11 personas, incluyendo el coronel Paul Tibbets, el piloto. Este le había dicho, sin poder darle detalles, que iban en una misión que cambiaría el curso de la guerra. VanKirk ironizaba diciendo que ya había oído eso antes. Esta vez , no obstante, era cierto.

Volaban en el Enola Gay, un B-29 Superfortress de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Era el 6 de agosto de 1945 y estaban a punto de cambiar no solo el curso de la segunda guerra mundial, sino también de la historia y de la humanidad.

Despegaron antes del amanecer de Tinian, una de las islas Marianas. Guiados por VanKirk, alcanzaron Iwo Jima para cuando salió el sol. A las 8.15 de la mañana, solo con unos segundos de retraso sobre el horario previsto, sobrevolaban su objetivo: Hiroshima, Japón, 250.000 habitantes.

El mayor Thomas Ferebee dijo entonces: «Lo tengo». VanKirk miró sobre su hombro y confirmó. Ahí abajo estaba el puente Aioi. Ferebee entonces apretó un mando y dejó caer a Little boy, un monstruo de más de 4.000 kilos con un corazón desarrollado en el secreto Manhattan Project. Detonó. 140.000 personas fallecieron; Hiroshima prácticamente desapareció. La guerra empezó a acabar y se desveló todo el poder y el horror de la bomba atómica.

VanKirk, que un año después de aquel vuelo salió del Ejército y empezó a estudiar hasta sacarse un máster en ingeniería química, falleció el lunes a los 93 años de causas naturales en Stone Mountain (Georgia). Era el último de los miembros de aquella tripulación que quedaba vivo. Solo él podía recordar ya aquellos momentos que se hicieron una eternidad, con las dudas sobre si la bomba funcionaría y qué efecto podía tener sobre su avión, con pastillas de cianuro listas por si algo salía mal.

Según recordó en varias entrevistas, empezando en mil uno fueron contando hasta 1.043, cada número por cada uno de los 43 segundos que les habían dicho que tardarían en oír la detonación. Pareció «mucho más» y en el avión pensaron «que había sido un fracaso».

Entonces llegó el flashazo. Una turbulencia. Otra. Primero no podían ver Hiroshima por el humo pero sentían la energía. Luego vieron como «una gran olla llena de alquitrán hirviendo».

«Después de que estallara la bomba y viéramos la devastación solo podías llegar a una conclusión: la guerra había acabado», le dijo VanKirk en el 2005 a Der Spiegel, señalando un momento al que seguiría, tres días después, el bombardeo nuclear de Nagasaki y, el 15 de agosto, la rendición de Japón. En Duty, un libro de Bob Greene publicado en el 2000, también había apuntado a esa sensación, asegurando que tras su misión le dominó «cierta sensación de alivio». Y en una entrevista con Time declaró: «Es difícil hablar de guerra y moralidad en la misma frase».

Férrea defensa

Como sus compañeros de vuelo, VanKirk defendió aquella misión siempre. «¿Me arrepiento de lo que hicimos aquel día? No señor -le dijo al Mirror-. Nunca me he disculpado por lo que hicimos a Hiroshima y nunca lo haré. Nuestra misión era acabar la segunda guerra mundial, tan simple como eso. Si no hubiéramos tirado la bomba, de ninguna manera los japoneses se hubieran rendido. Habríamos tenido que invadir y la cifra de muertos habría sido verdaderamente inimaginable».

Esa idea no restó a VanKirk, de cualquier forma, la capacidad de reflexión. En otra entrevista opinó que «las guerras no arreglan nada y las armas atómicas tampoco. Creo que no debería haber bombas atómicas en el mundo. Me gustaría verlas todas abolidas». La apostilla a esa frase, no obstante, explica la amenaza nuclear en la que el mundo vive desde aquel vuelo de 1945. «Si alguien tiene una, quiero tener  más que mi enemigo».