CONMEMORACIÓN DE UNA REVOLUCIÓN EUROPEA

Ucrania alarga su pesadilla

IRENE SAVIO / KIEV

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Ya no hay tiendas de campaña, ni barricadas, ni edificios ocupados en la Maidán Nezalezhnostila plaza de la Independencia de Kiev, donde ahora hace un año empezó la denominada rebelión del Euromaidán que derrocó al presidente Víktor Yanukóvich, adverso a Europa. Cerca de la Rada ucraniana (Parlamento), e incluso en la avenida Khreschatyk, peatones y automóviles ahora van y vienen a toda prisa. A los últimos manifestantes, el ayuntamiento los desalojó a la fuerza el verano pasado, cuando el dolor fue circunscripto en la vía Institutskaya, la única calle que sigue cerrada al tránsito. Allí, una tras otra, han sido colocadas, envueltas en flores y rosarios, las fotografías de los muertos en la rebelión. Pero fuera este perímetro de tristeza, Kiev bulle hoy aparentemente ajena al luto y a su destino.

«Europa ha ganado», contestan en Kiev cuando se les pregunta por el futuro de Ucrania. «Eso sí, ha sido una victoria amarga», añaden segundos después. Ha ganado, sí. Siete meses después del derrocamiento de Yanukóvich, la Rada de Kiev y el Parlamento Europeo ratificaron en septiembre pasado el Acuerdo de Asociación entre la Unión Europea y Ucrania, el pacto que el depuesto presidente se había negado a firmar el 21 de diciembre del 2013, desatando cuatro meses de enfrentamientos callejeros. El acuerdo entró en vigor a principios de este noviembre. Así, Ucrania se alejó de Rusia (y de la Unión Euroasiática que quería el presidente ruso, Vladímir Putin), países que, más allá de más reciente época soviética, comparten un origen común que se remonta al principado de los Rus de Kiev (cuyos territorios incorporaba Moscú y la actual capital ucraniana) en el siglo XI.

VICTORIA AGRIA

La victoria ha sido agria, sí. Pues ni Europa, ni EEUU han logrado frenar la agresión del Kremlin y evitar la mutilación de Ucrania (en marzo sufrió la secesión de Crimea, invadida y anexionada por Rusia) ni la desastrosa guerra sin reglas del Este, donde más de un tercio del territorio no está bajo control de la autoridad de Kiev.

Las cifras no ocultan esta catástrofe. Según la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCAH), desde el comienzo de la guerra hasta principios de octubre, 3.660 personas murieron en el conflicto, a lo que hay que sumar a casi 10.000 personas heridas, al millón de desplazados internos y al incalculable daño a las infraestructuras, a las fábricas y a las casas de la región. En algún caso, como el del pueblo Yasynuvata, a unos 20 kilómetros de Donetsk, la mayor parte de los edificios han quedado destruidos después de que la zona cayera reiteradas veces en medio de fuego cruzado de las tropas ucranianas y de los rebeldes prorrusos.

FRENO DEMOCRÁTICO

De nada sirvió el acuerdo de Minsk en septiembre, cuando Ucrania, Rusia y los insurgentes prorrusos del este se sentaron en una mesa para pactar una tregua que nunca se cumplió. Al contrario. En las últimas semanas, la OSCE ha detectado un inquietante aumento de choques bélicos en la zona. Ucrania «tardará décadas» en recuperarse, indica Dmytro Ostroushko, experto en temas políticos del Instituto Gorshenin de Kiev.

La razón es que «las turbulencias ucranianas han frenado una vez más la democratización del país», dice el politólogo ucraniano Alexei Tolpygo. «Este año han aprobado nuevas leyes para combatir la corrupción y mejorar ese Estado ineficiente que posee Ucrania, pero no hay garantías de que no será papel mojado», añade Ostroushko.

IMPACTO ECONÓMICO

Otra víctima ha sido la economía, allí donde se decantan casi siempre las partidas claves en el tablero geopolítico. Según cifras de Eurostat, hasta julio de este año las ventas europeas a Rusia sumaron 70.504 millones de euros, unos 8.000 millones menos que en el mismo periodo del 2013. Y esta contracción también se registra en las exportaciones europeas hacia Ucrania, que han caído un 15%.

Poco de esto importa al ucraniano de a pie. En la vía Institutskaya, decenas de hombres y mujeres se amontonan delante de las imágenes de los fallecidos y, en silencio, los observan. Es como un exorcismo de una sociedad que no sale de sus pesadillas.