Trump devuelve la esperanza a los perdedores de la globalización

Las críticas del candidato republicano al libre comercio resuenan en los estados industriales más golpeados por la liberalización

Simpatizantes de Trump esperan su llegada a un mitin en la Universidad de Wisconsin

Simpatizantes de Trump esperan su llegada a un mitin en la Universidad de Wisconsin / periodico

RICARDO MIR DE FRANCIA / MONESSEN (PENSILVANIA)

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Las calles del centro de Monessen, un pueblo de 7.500 habitantes del noroeste de Pensilvania que vivía de la producción de acero, parecen el decorado de una película de zombis. Un comercio abandonado tiene todavía impresoras en el escaparate. Hay edificios desconchados con las ventanas rotas que sirven de alcoba para prostituirse o chutarse heroína. De lo poco que queda con vida, además de la renovada biblioteca, es una tienda de artículos de segunda mano regentada por un anciano con indicios de padecer el síndrome de Diógenes. “Si las tropas del Estado Islámico vinieran a esta ciudad pasarían de largo, pensando que ya ha sido bombardeada”, dice el alcalde demócrata, Lou Mavrakis.

Este viejo sindicalista de 79 años le ha enviado tres cartas a Barack Obama para explicarle que el pueblo está al borde de la quiebra y necesita fondos para reparar el alcantarillado, reasfaltar calles que llevan desde los años sesenta sin ver una capa nueva de alquitrán o demoler las más de 400 casas colonizadas por la maleza que deprimen su urbanismo. De los 8.000 trabajadores bien pagados que empleaba aquí la metalurgia hace algunas décadas, se ha pasado a menos de 200. El no hay futuro de los punks británicos se podría haber escrito en estas calles. 

“Necesito su ayuda”, comienzan sus cartas. “Mis electores, que son mayoritariamente demócratas, me preguntan constantemente por qué nuestro Gobierno, que da miles de millones a gobiernos extranjeros, no puede ayudar a nuestra ciudad. Las mismas comunidades que construyeron América son hoy las que más están sufriendo”. Obama no le ha contestado.

La región se siente abandonada por la clase dirigente y víctima de una globalización que ha creado una legión de perdedores en los estados industriales del 'cinturón del óxido' como Michigan, Ohio o Pensilvania. En pueblos demócratas como Monessen, solo se ven cárteles de apoyo a Donald Trump, cuyo mensaje proteccionista, sus críticas al libre comercio y sus promesas para relanzar el carbón o el acero han devuelto a muchos la esperanza. “La globalización ha hecho muy rica a la élite financiera que dona a los políticos, pero no ha dejado más que pobreza y desesperación a millones de nuestros trabajadores”, dijo en junio el candidato republicano en Pittsburgh, la llamada “ciudad del acero”.

Con Bernie Sanders

Trump no ha estado solo en su denuncia de la globalización. También lo hizo el socialista Bernie Sanders durante las primarias demócratas, aunque su mensaje estuvo más centrado en la rampante desigualdad creada por el modelo de liberalización neoliberal que en acusar a China o México de "robar" a EEUU al subsidiar su producción o manipular la moneda para abaratar las exportaciones. “Es una tormenta que se venía gestando desde hace mucho tiempo”, dice el experto del Wilson Center Kent Hughes. “En los últimos 30 años ha habido mucho crecimiento, pero ha ido casi todo al 20% más rico y particularmente al 1%, de modo que hay una sensación de que la globalización no está funcionando”.

Así lo reflejan las encuestas. Solo un 35% de votantes creía en julio que EEUU ha salido ganando con la globalización, mientras el 43% ve el comercio como algo “malo”. Un escepticismo que empieza a resonar entre la clase política. Hillary Clinton pasó de promover como secretaria de Estado el TPP, el acuerdo comercial con 11 naciones del Pacífico (TPP) al que definió como el “estándar de oro”, a oponerse a su ratificación.

Desde comienzos de este siglo, EEUU ha perdido cinco millones de empleos industriales y 63.000 fábricas cerraron entre 2006 y 2014, un 15% del total. Pero la desindustrialización no es nueva ni se explica únicamente por la presunta competencia desleal de algunos países, la deslocalización de empresas o unas reglas del juego que han primado los intereses de las grandes empresas. La automatización de las fábricas es un factor fundamental para explicar la caída del empleo. El principal, según algunos estudios. De los 20 millones de trabajadores industriales que había en 1978 se ha pasado a 12 millones.

General Motors necesita hoy cuatro veces menos trabajadores que en los años cincuenta para producir un coche”, escribe Enrico Moretti en ‘The New Geography of Jobs’. La productividad es hoy más alta que en cualquier otro momento. Los economistas coinciden en que el libre comercio se ha cebado especialmente con los trabajadores menos cualificados, los que han tenido más problemas para reciclarse. 

En medio de este paisaje de precariedad, Trump se ha erigido en el héroe de los desheredados. Se ha atrevido a amenazar a Ford y otras empresas que trasladan su producción a México con tasar sus productos con un 35% de aranceles, algo menos que el 45% que quiere imponer a las importaciones chinas. Muchos economistas creen que esas políticas provocarían una guerra comercial y abocarían a EE UU a una recesión. La última vez que se intento algo semejante, en 1930, cuando Hoover era presidente, el proteccionismo no hizo más que agravar la Depresión.

Pero en lugares como Menessen sienten que al menos alguien ha escuchado sus lamentos. El republicano visitó el pueblo hace unos meses, todo lo contrario que Obama o Clinton. “La globalización nos ha matado”, dice su alcalde. “Yo sé que los miles de empleos no volverán porque la automatización es un hecho, pero con que vuelvan unos cuantos ya nos sirve”. Mavrakis está furioso y, aunque no quiere decir si votará a Trump, por primera vez en su vida se plantea seriamente apostar por un republicano.