GUERRA EN ORIENTE PRÓXIMO
Todo por la patria turca en Afrín
Turquía ve la ofensiva contra el cantón sirio como un esfuerzo nacional en una guerra justa contra el terrorismo
Adrià Rocha Cutiller
Periodista
Adrià Rocha Cutiller
Mehmet estaba hablando por teléfono dentro de su tienda cuando, el domingo por la tarde, un mortero cayó delante de su puerta. Los cristales se rompieron, sus mercancías reventaron y ardieron y él salió despedido.
Al levantarse se dio cuenta de lo que había pasado y entró en pánico. «Yo estaba bien, pero sabía que en los pisos superiores estaba mi familia. Mi hija pequeña estaba en casa», dice Mehmet, él con todo el cuerpo cubierto de vendas pero su hija ilesa, a su lado.
Veinticuatro horas después de que cayera el mortero, Reyhanli, cerca de la frontera con Siria, parece tranquila. Pero los cristales y los escombros siguen donde los proyectiles los dejaron. Los vecinos merodean. Algunos miran; otros tratan de ayudar.
Vítores y banderas
A mediodía, por delante de la tienda destruida de Mehmet, pasa un grupo de jóvenes montados en moto. Gritan, pitan y jalean a la gente. Son unos diez e intentan que el ruido de sus motos les acompañe. Todos llevan banderas de Turquía colgadas a la espalda: celebran la operación que Erdogan ha empezado contra el cantón sirio de Afrín.
«El pueblo turco quiere vivir en paz —dice Mehmet—. Los que están detrás de estos ataques no van a poder dividirnos. Incluso en el estado en el que estoy yo me iría a hacer la guerra por mi patria. Por mi país, por mi Turquía. Incluso con estas heridas iría».
Lo que ayer era la ventana de la habitación de su hija hoy es un agujero en la pared, y todos los cristales están esparcidos por el piso. La chica, por suerte, estaba en otra habitación. Nadie más en la familia de Mehmet resultó herido.
Ellos tuvieron suerte. El mortero impactó en medio de la calle y su metralla destrozó toda la fachada del edificio. En la calzada, el proyectil chocó contra un coche en el que viajaba un refugiado sirio: el único muerto.
Minutos después, en la misma ciudad turca de Reyhanli, cayeron dos morteros más. Por estos ataques, lanzados por las milicias kurdo-sirias de las YPG desde el otro lado, 30 personas resultaron heridas.
18 civiles muertos
Desde el otro lado. Pasada la frontera, en el cantón de Afrín, están las YPG, una fuerza que recibe —o recibía— el apoyo estadounidense pero que es considerada un grupo terrorista por Turquía. Por eso, este sábado, Ankara empezó una ofensiva militar para tomar el cantón.
Desde entonces, según las YPG, 18 civiles han muerto en Afrín a causa de los bombardeos de la aviación turca. La coalición internacional, la aliada de las YPG, no se ha pronunciado sobre la ofensiva y esta milicia, que ha luchado durante años contra el Estado Islámico con el apoyo de Occidente, se siente abandonada.
«Pedimos que la coalición asuma sus responsabilidades. Hemos sido buenos aliados hasta ahora», dijeron en un comunicado las Fuerzas Democráticas de Siria (SDF), una coalición liderada por las YPG.
Sin tregua
Francia ha pedido a Turquía que «se frene»Francia. Erdogan lo descarta: «No vamos a retroceder en Afrín —ha afirmado el presidente turco este lunes—. No necesitamos el permiso de nadie ni vamos a parar hasta que la operación contra estas organizaciones terroristas haya terminado».
Y toda Turquía celebra sus palabras. Toda, eso sí, menos la liberal y prokurda, representada por el HDP. Los demás partidos del país, tanto partidarios como opositores de Erdogan, han bendecido la invasión de Afrín, considerada como un derecho nacional para luchar contra la guerrilla del PKK, muchos de cuyos miembros están dentro de las YPG.
Las televisiones turcas retransmiten las 24 horas cómo el Ejército turco bombardea posiciones «terroristas», cómo toma pueblos antes controlados por «terroristas»; cómo Turquía vence a los «terroristas».
"Los turcos no debemos tener miedo"
Pero en Reyhanli, en la frontera con Afrín, la guerra no es algo que pasa a miles de kilómetros de distancia, a través de las veinte pulgadas de un plasma colgado en la pared. Desde hace tiempo, explican sus habitantes, muchos vecinos se han marchado: los que tienen más dinero se han ido a Estambul. Los que menos, a ciudades más cercanas.
«Pensamos con mi mujer en mandar a nuestro hijo de ocho años a Antakya, donde viven sus tíos. Se lo comentamos al crío, pero dijo que no», dice casi con orgullo Mustafá, un vecino de Reyhanli al que no le gusta demasiado la gente que opta por marcharse. «Los turcos no debemos tener miedo. Esta es mi ciudad y este, mi país. Esta es una guerra justa y nosotros somos gente fuerte. ¿Mi hijo no tiene miedo? Yo tampoco».
Mustafá, el domingo, estaba tomándose un té cuando, a eso de las cuatro de la tarde, le cayó a pocos metros uno de los tres morteros que impactaron en Reyhanli. Desde entonces, explica, está un poco más alerta que antes.
Solo un poco: «Si uno se fija se pueden escuchar los aviones turcos volando al otro lado de la frontera. Y, si no hay viento, se oye cómo sueltan las bombas», dice Mustafá, que ríe y apunta con el dedo a su oreja. Mehmet y Mustafá son víctimas de esta guerra. Mehmet y Mustafá aprueban esta guerra.
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