Theresa May: Una mujer malditamente difícil

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BEGOÑA ARCE

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A los 12 años, Theresa May decía que de mayor sería primera ministra. Cuando la hija del vicario aún llevaba calcetines cortos, ya era una conservadora convicta y confesa. Una 'tory' precoz, que al salir de la escuela ayudaba a rellenar sobres y mandar propaganda desde la sede local partido. Hasta su reverendo padre hubo de pedirle discreción a la hora de manifestar sus convicciones políticas, para evitar divisiones en la parroquia. Los compañeros de universidad aún recuerdan su gran disgusto cuando Margaret Thatcher hizo historia y se convirtió en la primera mujer al frente del gobierno británico. Aquel era el honor con el que siempre ella había soñado, pero la Dama de Hierro se le adelantó.

En el 2016, a los 59 años, May logró el gran objetivo de su vida. Llegó a Downing Street, vía 'brexit', sin pasar por las urnas, cuando David Cameron dimitió. Su elección fue asumida con resignación, como un mal menor, tras la caída del candidato Boris Johnson. A falta de carisma y seducción, May ofrecía serenidad y continuidad. Era como se dijo hasta la saciedad «un par de manos seguras». Aunque rígida y fría, se le atribuía prudencia y cautela a la hora de calibrar y tomar decisiones. Los hechos posteriores han demostrado lo contrario.

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La política lo es todo para la primera ministra británica. Excepto un breve paso por la banca al acabar una licenciatura en Geografía, su vida entera ha discurrido en el partido conservador, donde fue escalando puesto tras puesto, desde el modesto cargo de concejala en 1986. Cuando fue elegida al frente del gobierno los periodistas trataron de encontrar anécdotas personales o historias de su vida social. No hallaron prácticamente nada.

DISTANTE Y DESCONFIADA

A diferencia otros colegas, May no frecuenta los bares del Parlamento, no pertenece a tal o cual círculo de amiguetes o aliados. Es distante y muy desconfiada. El poco tiempo libre, lo comparte con su discretísimo marido, Philip, un asesor financiero, al que conoció cuando ambos estudiaban en la universidad de Oxford. Fue Benazir Buto, la primera ministra de Paquistán asesinada en el 2007, la que les presentó. Dicen que la pasión por el cricket les unió. A May le gusta cocinar y posee más de cien libros de recetas. Las vacaciones suele pasarlas caminando por la montaña. Sus únicas frivolidades son ojear 'Vogue' y coleccionar zapatos llamativos, que forman parte de su seña de identidad. El matrimonio no tiene hijos y vive en Sonning-on-Thames, un pueblo próspero de Berkshire, en el distrito electoral por el que May es diputada. George y Amal Clooney son sus vecinos.

May tiene fama de ser «una mujer malditamente difícil» con la que trabajar, como dijo de ella un veterano exministro conservador. Formal en el trato con su equipo, controla cada punto y cada coma. Delegar no es su fuerte. La dedicación al trabajo fue una de las razones por las que Cameron, con el que no congeniaba demasiado, la eligió en el 2010 como ministra de Interior. En ese cargo ingrato los políticos no suelen durar más de dos años y salen escaldados. Theresa May llevaba seis cuando llegó el 'brexit'.

MANO DURA

En el ministerio mostró mano dura. Se enfrentó a los poderosos cuerpos policiales, amenazándoles si no tomaban medidas para acabar con la corrupción y el racismo en sus filas. Desafió el extremismo islámico deportando los clérigos Abu Hamza y a Abu Qatada. Amplió los polémicos poderes de vigilancia de los servicios de inteligencia. Sin embargo, fracasó en el principal objetivo de reducir la inmigración, espina que ahora pretende sacarse, frenando la llegada de europeos al Reino Unido.

Theresa May apostó por la permanencia durante el referéndum, pero apenas hizo campaña. Nadó y guardó la ropa. Es una euroescéptica lanzada ahora sin freno hacia una ruptura total con la Unión Europea. Los que vieron en ella a la candidata moderada que necesitaba la unidad del partido y el país, se equivocaron.

Liquidó sin miramientos a los miembros del equipo anterior. Entró a saco en los departamentos ministeriales, cortó cabezas y dio al gobierno un giró aún más a la derecha. Su tono, al dirigirse a los socios europeos, amenazador, autoritario y beligerante, hace presentir unas negociaciones tormentosas. ¿Moderada, May? ¿Un par de manos seguras?

Esta semana la líder conservadora ha tenido el dudoso privilegio de ser la primera mandataria o mandatario internacional que recibe Donald Trump. «A veces los polos opuestos se atraen», declaró cuando le preguntaron por su sintonía personal antes de encontrarse con el presidente de Estados Unidos.