El terremoto se cobra ya 3.904 muertos y hunde Nepal en el caos

ADRIÁN FONCILLAS

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Nepal intenta reponerse de un terremoto que deja imágenes de cadáveres apilados, labores de rescate con medios pedestres, caos en la ayuda, comunicaciones difíciles y otras escenas desgraciadamente habituales de los desastres en países subdesarrollados. La factura supera los 3.904 muertos y 6.833 heridos, según las cuentas oficiales de este lunes. El paso de las horas la agravará porque muchas zonas cercanas al epicentro siguen incomunicadas.

Cientos de cadáveres han ido llegando durante toda la jornada a un hospital de Katmandú y eran depositados en un cuarto oscuro, algunos sin ropa. En los congestionados centros médicos, el personal ha levantado tiendas de campaña para tratar el caudal incesante de heridos. «La electricidad está cortada; los sistemas de comunicación, saturados; los hospitales, masificados, y nos estamos quedando sin sitio para los cadáveres», ha dicho a AFP Helen Szoke, jefa ejecutiva de Oxfam Australia.

Los equipos de rescate necesitaron toda la noche del sábado para abrir con picos la entrada de un edificio porque las estrechas callejuelas del centro histórico de Katmandú impiden el paso de bulldózers. A ellos se han sumado ciudadanos y turistas que usan sus manos a falta de material. La televisión ha mostrado a cuatro de ellos cargando a un herido mientras un quinto le abanica con una revista. Se cree que aún quedan con vida víctimas encerradas en los edificios arruinados por los 7,9 grados del seísmo, el más poderoso que sufre el país en más de ocho décadas.

PÁNICO Y DESOLACIÓN

Algunas construcciones se derrumbaron sin remisión mientras otras aguantan en posturas retorcidas pareciendo esperar el descabello. La capital, de tres millones de habitantes, ha concentrado los mayores daños. Las imágenes muestran a la población deambulando entre los escombros de lo que fueron sus casas en busca de pertenencias y familiares sepultados. El seísmo ha acentuado las dificultades de la vida en Nepal, uno de los países más atrasados de Asia.

Miles de personas en Katmandú pasan la noche en la calle, padeciendo las bajas temperaturas pero con demasiado miedo a regresar a sus hogares. Muchos llevan mantas y sus pertenencias encerradas en bolsas. El último recuento cifra en 721 los muertos solo en la capital del país más elevado del mundo. India ha comunicado el fallecimiento de 67 personas, mientras que la agencia oficial Xinhua habla de 18 muertos en China.

Las frecuentes réplicas de hasta 6,7 grados siguen entorpeciendo las labores de rescate, extendiendo el pánico y arruinando las precarias infraestructuras. Una de ellas forzó el abandono de los controladores aéreos, la clausura del aeropuerto de la capital y el desvío de vuelos, lo que ralentizó la llegada de ayuda internacional. El suministro eléctrico, que ya de por sí sufre cotidianas y frecuentes interrupciones, ha quedado cortado en amplias zonas de la capital. La red nacional de telefonía móvil también va a trompicones.

DURO GOLPE A UN PAÍS TURÍSTICO

El terremoto ha arrasado parte del rico patrimonio histórico de un país que nutre sus arcas del creciente turismo. Las nueve plantas de la torre Dharahara se vinieron abajo el sábado cuando al menos 150 personas la estaban visitando. El domingo se habían rescatado una treintena de cuerpos.

Docenas de países han ofrecido ayuda, desde alimentos y tiendas a equipos de rescate. Los primeros en responder han sido China, Pakistán y la India. Aviones indios aterrizaron este domingo con 43 toneladas de material de auxilio y 200 rescatadores. Un experto equipo chino de 63 personas también llegó a la capital, y se esperaban cuatro aviones paquistanís con material sanitario y médicos. Se han desplazado asimismo equipos de rescate con perros especializados en hallar víctimas entre los escombros.

El valle de Katmandú tiene un largo historial sísmico por la confluencia de las placas de Eurasia e India. En esa falla se han registrado al menos cuatro terremotos de más de seis grados en el último siglo. El del sábado se produjo a menos de 80 kilómetros al noroeste de la capital y a una profundidad de apenas 15 kilómetros, lo que multiplicó sus efectos.