Renacer tras el tsunami

La electricidad y el agua corriente ha llegado a lugares donde no existía

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JAVIER TRIANA / MANILA

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Nur Raihan y su marido, Dendy Montgomery, están vivos de casualidad y lo saben. Eran las 07:59 de la mañana del 26 de diciembre del 2004, cuando un terremoto de 9,1 grados de magnitud en la escala Richter sacudía todo el océano Índico. Su epicentro, a 30 kilómetros de profundidad, estaba situado a unas decenas de kilómetros de las costas de la isla indonesia de Sumatra. En su extremo norte, la ciudad de Banda Aceh había visto caer varios de sus edificios. La deformación profesional de Nur y Dendy, ambos periodistas, les llevó a pensar solo en desplazarse lo antes posible al centro urbano para informar de lo acontecido. Así que saltaron en su jeep y empezaron a entrevistar a supervivientes tras el derrumbe de un hotel junto a la Gran Mezquita de Baiturraham. «Mi marido se había subido a la verja de la mezquita a grabar y, de repente, me empezó a gritar: '¡Corre! ¡Corre!'", relata Nur a EL PERIÓDICO. Había divisado el tsunami que costaría la vida de 230.000 personas en una quincena de países de Asia y hasta en África.

El matrimonio volvió al coche y condujo a toda prisa en la dirección opuesta a la gran ola. «El agua estaba caliente y tenía un olor raro. Tardé dos años en olvidar ese olor», recuerda la reportera. «Alrededor de nuestra casa, había medio metro de agua y la corriente arrastraba de todo, incluidos muchos cadáveres. Parecía el día del juicio final, con la ciudad llena de zombies: gente muriendo, heridos, personas llorando, gritando, caminando con sus hijos muertos en los brazos... Era como una pesadilla».

Pueblos y aldeas barridos

Banda Aceh fue la ciudad más afectada por el tsunami. Murieron en Aceh unas 170.000 personas. Decenas de pueblos y aldeas fueron barridos del mapa. Seis horas más tarde del inicio del desastre, las costas de SomaliaTanzania y Kenia fueron alcanzadas por la ola gigante.

Fue el peor cataclismo de los tiempos modernos. A las más de 220.000 víctimas se sumaron daños materiales incuantificables. Un millón de personas perdieron sus casas. Miles de niños se convirtieron en huérfanos, decenas de miles sufrieron traumas psicológicos. El ecososistema del litoral del océano Índico, desde los manglares de Aceh a las barreras coralinas de Tailandia, desapareció de un plumazo.

Una catástrofe sin precedentes levantó una ola de solidaridad nunca vista en el mundo. La ayuda llovió sobre las zonas afectadas, hasta sumar más de 11. 000 millones de euros: 5.800 euros por persona afectada.

Ahora, diez años después, el balance de la reconstrucción se inclina del lado del optimismo. «Nuestro compromiso era reconstruir mejor. Esto quiere decir ayudar en el desarrollo de comunidades para que estén más preparadas para resistir futuros desastres», expone Patrick Fuller, de la oficina de la Federación Internacional de la Cruz Roja para Asia-Pacífico. «Los avances en algunos campos indican claras mejoras socioeconómicas. Por ejemplo, una de cada cinco familias tuvo acceso a la electricidad por vez primera después del tsunami, mientras que ese fue el caso del 35% con el agua corriente». Para finales del 2010, la provincia de Aceh tenía en pie 140.000 nuevas casas, 1.700 escuelas, casi un millar de edificios oficiales, 36 aeropuertos y puertos marítimos y unos 3.700 kilómetros de carreteras.

Construcción japonesa

Según Beri Kurnidai, quien perdió a toda su familia y ahora trabaja para el Ministerio de Obras Públicas, los edificios se levantan en la actualidad de manera que resistan mejor este tipo de desastres. «Algunos de ellos -destaca- han sido construidos por japoneses, con mucha experiencia en estos fenómenos».

En el 2005 se creó el Sistema de Alarma de Tsunami del Océano Índico, compuesto por 25 estaciones sismográficas y 6 boyas situadas en las profundidades del Índico que derivan la información recogida (principalmente, presión en el fondo del mar y variaciones en el nivel del mar y las mareas) a 26 centros nacionales de información. Estos datos se procesan después en Japón y EEUU y se envían a los países afectados. No obstante, antes de los tsunamis del 2006 y el 2012 -de mucha menor fuerza que el de 2004- se pudo apreciar la falta de infraestructuras y de coordinación sobre el terreno. «No cabe duda de que los sistemas de alarma han mejorado y hay más conocimiento entre los habitantes de zonas propensas a los desastres sobre cómo reaccionar», concede Fuller desde Cruz Roja. «Sin embargo, hay una tendencia de los gobiernos a fiarlo todo a la tecnología», lamenta.