ANÁLISIS

Síndrome del maltratado

ALBERT GUASCH

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Ya tiene Wolfgang Schäuble la respuesta que maliciosamente buscaba. «No sé como los griegos van a explicar este acuerdo a sus votantes». Infinita inmisericordia la del ministro de Finanzas alemán el viernes. «Hemos ganado una batalla, pero no la guerra, y nos queda aún lo más difícil», musitó ayer Alexis Tsipras, que trató, básicamente, de disimular un orgullo malherido, como el niño que con la mano aún grabada en la cara dice que el bofetón no le ha dolido. ¿Qué otra cosa podía decir? Salvar la cara. Esa era la cuestión, aún a cuesta de retorcer la verdad. Llegado a este punto, quizá solo queda eso, jugar con las palabras, envolver el carbón con celofán.

Cuánto han cedido unos y concedido otros resulta ya casi secundario. Lo inquietante fue la impresión de aguda división que proyectaron las reuniones en el Eurogrupo, no entre países ricos y países pobres, que eso a la postre no deja de ser como la vida misma, sino entre países humilladores y países humillados.

Causa perplejidad el bullying a los griegos de Schaüble, su encarnizamiento en la conferencia de prensa valorativa en Bruselas, feo sadismo de un mal vencedor. Ya se sabe que en casa tenía la presión política de no ceder ante los irresponsables del sur, pero su crudeza pareció excesiva e innecesaria. Solo cabe acudir al factor humano y pensar que el ministro germano se tomó al final las negociaciones como algo personal.

Ya ayer se informó en estas páginas de la relación irrespetuosa, rayando al desprecio mutuo, que mantiene con Yanis Varoufakis, el osado ministro de las finanzas griegas, que el mismo viernes estuvo 61 minutos dando explicaciones públicas y pavimentando la derrota como una victoria, cita a Ulises incluida. A nadie le gusta vender una capitulación. Y menos ante un rival que tanto desprecio te ha mostrado.

Y también causa perplejidad las exigencias españolas hacia los griegos. Ya se sabe que existe el factor político de desear el mal al partido amigo de Podemos, pero sonroja este rol de punta de lanza en el incordio, de ponerse tan germano como Schäuble, cuando hace cuatro días hubo que agachar ante él las orejas. Suena a síndrome del maltratado.