Sin mujeres no hay esperanza

Lina Mur es una de las fisioterapeutas de un hospital de Ammán y ayuda en la rehabilitación de un joven iraquí de Mosul.

Lina Mur es una de las fisioterapeutas de un hospital de Ammán y ayuda en la rehabilitación de un joven iraquí de Mosul. / JUAN CARLOS TOMASI

RAMÓN LOBO

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Lo primero es la mirada. Tiene que ver más con el periodista que observa que con la realidad observada. Cada uno mira desde su cultura, sus fragilidades y esperanzas. No existe un periodismo objetivo, medible, porque somos subjetivos, pero existe la honestidad de ofrecer al lector información suficiente y veraz para que llegue a sus propias conclusiones. Las víctimas tienen más verdad en su relato que los verdugos. Ellos solo matan, silencian, invisibilizan porque se sienten impunes. El trabajo del periodista es dar visibilidad y voz a aquellos a los que se la robaron. Las mujeres son, por lo general, las grandes víctimas de los conflictos, las que sufren la violencia sexual, la esclavitud laboral. En ellas también anida el motor del cambio. Son mujeres-fuerza, mujeres-coraje. Este es el impulso de la serie que comienza entre EL PERIÓDICO DE CATALUNYA y Médicos Sin Fronteras (MSF).

Viajamos primero el fotógrafo Juan Carlos Tomasi y yo a México, a Txitla en el Estado de Guerrero. En ese pueblo esculpido en el miedo está el internado normalista de Ayotzinapa, del que desaparecieron 43 de sus estudiantes del primer curso en una noche de septiembre. Han pasado seis meses, pero las madres los sienten vivos; cuando lo expresan con palabras se acarician el estómago, como si esa conexión de madre interior tuviera toda la fuerza del universo para expresar: «Vivos, lo sé».

En México, los desaparecidos forzados no vuelven de las fosas comunes. Ayotzinapa es la primera etapa de un viaje por cuatro países, cuatro realidades con la mujer en el centro. El reportaje de este domingo gira en torno a tres madres -DelinaJosefina y Metodia, la única que habla en pasado- y dos psicólogas de MSF cuyo trabajo es la paciencia: estar, ganarse la confianza para cuando estalle el duelo.

Me gustan los trabajos de paciencia, como el que realizó Chema Caballero en Sierra Leona con los menores soldado, o el de Eduardo Bofil en la playa de Monrovia con niños de todas las guerrillas, arracimados en un arrabal llamado West Point. Me gustan los trabajos de paciencia porque son trabajos esperanzados.

La segunda etapa del viaje es Hebrón, en Cisjordania, territorio ocupado por Israel. Buscamos mujeres palestinas beduinas que viven en tiendas de campaña en sus tierras ancestrales junto a asentamientos judíos. El Ejército de Israel ha declarado sus tierras zona militar. Los colonos tienen el derecho a construir, a ocupar el agua. El Gobierno los quiere mudar. Los beduinos no pueden levantar una techumbre de piedra para protegerse del frío de Hebrón. Si lo hacen llega la excavadora y lo echa abajo. El pago de la excavadora corresponde a la víctima. Ley de Israel.

Estuvimos en Nabi Saleh, un pueblo palestino de 570 habitantes que se manifiesta cada viernes desde el 2009 en defensa de su dignidad. Ante ellos, el asentamiento de Halamish, 1.500 colonos armados que se quedaron con sus cuatro manantiales de agua. En Nabi Saleh vive Manal Tamimi. En cuanto empieza a hablar se detiene el mundo. Le nace la fuerza de las entrañas. Es una de las precursoras del movimiento palestino de la no violencia. Sobre ella descansa la historia, también el futuro de su pueblo.

Odio contra odio

La tercera etapa fue Ammán, a un hospital de guerra de MSF. En él reciben heridos graves de Irak y Siria, también de Gaza durante los bombardeos israelís del verano. Es un hospital asomado a los frentes, un termómetro de la evolución de la guerra. Primero llegaban milicianos sirios heridos de bala; después, civiles quemados por las bombas de barril que lanza el régimen de Basar el Asad que, pese al Estado Islámico, sigue siendo el principal criminal de guerra de la zona.

En este hospital de referencia hablamos con la doctora iraquí Nagham Husein y con la enfermera jordana Lina Mor, embarazada de ocho meses. Se mueve pesada, pero sin dejar de sonreír. En su trabajo de terapeuta ayuda en la recuperación de los miembros dañados, pero también repara los silencios al escuchar sus historias. Un día una mujer herida en Siria la abrazó temblorosa tras escuchar el paso de un helicóptero por los cielos de Ammán. Le recordó el día del ataque, de su desgracia.

Habrá un cuarto viaje que arranca en abril en la República Centroafricana: cristianos contra musulmanes, odio contra odio, muerte sobre muerte, y la mujer como única línea para fabricar la esperanza, la paz. Arrancamos.