"¿Sabéis si sufrieron?"

Familiares desconsolados en el aeropuerto de El Prat.

Familiares desconsolados en el aeropuerto de El Prat.

MAYKA NAVARRO / EL PRAT

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De alguna manera, todos aquellos que tenían algún ser querido en el Airbus de Germanwings aceleraban sus últimos pasos por el vestíbulo de la terminal 2 del aeropuerto de El Prat hasta llegar a la sala habilitada para compartir el dolor. Necesitaban llegar deprisa para que no fuera cierto lo que llevaban un rato sabiendo. Ansiaban que su familiar no hubiera subido a ese avión. Se aferraban a un milagro inexistente. Tras varias horas de dolor sin respuestas, abandonaban el punto de encuentro rehaciendo el mismo camino a cámara lenta y destrozados.

Para acceder al interior de esas cuatro paredes cargadas de historias truncadas, los familiares desfilaban frente a las mesas del Caffè di Fiore de la terminal. Su llegada, acompañados por mossos de paisano del

aeropuerto, venía precedida por un silencio sepulcral en el vestíbulo. Un mutismo ahogado en pocas ocasiones por un llanto descontrolado.

«SOY INCAPAZ...» / Muy pocos tuvieron fuerzas para compartir su historia. El joven valenciano Vicente Candel abandonó la sala solo y perdido. A las ocho de la mañana, su padre acompañó hasta el aeropuerto a su tía. La mujer, de 50 años y cuyo nombre prefirió guardar, volaba a Düsseldorf para visitar a sus dos hijos universitarios. No era la primera vez que iba a verlos. «Es horrible. Esta mañana, mi tía era la mujer más feliz del mundo porque viajaba a abrazar a sus hijos. Y ahora soy incapaz de dar consuelo a mi padre, ni sé que le voy a decir a mis primos».

A Vicente le faltaban las palabras para describir las cerca de cuatro horas que estuvo en la sala, junto a los amigos y familiares de los otros fallecidos. «Allí dentro hay gente que ha perdido lo que más quería en ese avión. Yo me he tenido que salir porque no soportaba tanto dolor».

Una angustia rota por el llanto descontrolado e incluso por los gritos de desesperación de algún familiar alteraba la espera. «Casi todos están en silencio. Intentando llorar en voz baja para no molestar. Agarrados a una botella de agua que miran, sin apenas probar. Y observados de cerca por los psicólogos que les consuelan con la mirada. De repente hay alguien que chilla y todos se rompen». La descripción es de una trabajadora de la Conselleria d'Interior que por su responsabilidad entró y salió varias veces de aquella sala.

Era tanta la impotencia y la pena acumulada que desde primera hora de la tarde los sociólogos desaconsejaron a los responsables de Germanwings agrupar a los familiares en autocares para compartir juntos un viaje de siete horas hasta Niza. «No resistirán ese trayecto», advirtieron los especialistas.

Los allegados también llegaban desorientados, perdidos. Y tras el revés de la verdad oficial, aquella que les alejaba físicamente y para siempre de su ser querido, pedían viajar cuanto antes a Francia. «Esta noche no podrán dormir. Y de día, cuando descubran que aquí no hay respuestas a sus preguntas y les cuenten que las operaciones de rescate de los cuerpos tardarán y que los trabajos de identificación también serán largos y dolorosos para ellos, querrán ir, estar cerca», narró uno de los psicólogos.

Para esos trabajos de identificación de los cuerpos será necesario el cotejo con muestras de ADN de familiares directos de las víctimas. Anoche, un equipo integrado por Mossos, Policía Nacional y Guardia Civil ya había recogido 32 muestras genéticas de padres, hijos o hermanos de los fallecidos. En los casos de ausencia de familiares directos, los agentes se han desplazado a sus domicilios para recoger muestras genéticas en utensilios de uso habitual como cepillos de dientes o peines.

No será el caso de Ariadna, militante de ERC y vecina de Olot, que se acababa de reincorporar al trabajo tras una baja maternal. Su marido es Lluís Juncà, jefe de gabinete de Oriol Junqueras, que ayer expresó en un Twitter su «profundo dolor» por el accidente.

A las nueve y media de la noche seguían llegando familiares de víctimas a la terminal que se cruzaban con los que aterrizaban en Barcelona con tres horas de retraso desde Düsseldorf en vuelos de Germanwings operados en aviones de Air Berlin. Manel Delgado, ejecutivo de Heineken, era uno de esos pasajeros. «Es un milagro que no hubiera nadie de mi compañía en ese avión. Yo mismo hice ese vuelo el martes pasado», contó. ¿Cómo ha subido al avión? «Nervioso. Y porque no tenía más remedio que volar hoy. He intentado cambiar el billete a otra compañía, pero no he podido. Me ha tranquilizado ver que subíamos a un avión de Air Berlín». ¿Y esas dos horas de trayecto? «En silencio absoluto. Imagino que todos estábamos pensando en lo mismo. Que nos podía haber pasado a nosotros».

A quien sí le pasó fue a una alumna del colegio Santa Isabel de Sant Cugat que viajaba con su madre y su abuela a recoger a un hermano. Y a otros tantos hasta alcanzar la insoportable cifra del casi medio centenar de españoles que subieron a ese avión. A medianoche, en El Prat seguían llegando familiares rezagados. Buscando un consuelo imposible. Y verbalizando con pudor la misma pregunta que el resto: «¿Sufrieron?»