AISLACIONISMO EN MOSCÚ

Rusia se encierra en sí misma

Unos niños en una ceremonia política en la Plaza Roja el pasado domingo.

Unos niños en una ceremonia política en la Plaza Roja el pasado domingo.

MARC MARGINEDAS / MOSCÚ

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'Puteshestvuite po Rossii', Viajad por Rusia, puede leerse en estos días en una pared medianera, transformada en un enorme anuncio publicitario, de un edificio próximo a la estación de ferrocarril de Paveletskaya, en el sudeste de Moscú. En un mes del año en que muchos rusos planifican sus vacaciones veraniegas, los turoperadores han venido anunciando, a través de los medios de comunicación, que bajarían los precios de paquetes turísticos a destinos como el mar Negro o la costa báltica para así incrementar la cuota de mercado local en detrimento del foráneo. Las vacaciones en el extranjero se habían convertido en uno de los principales blasones de los años de bonanza económica que ha experimentado Rusia tras la llegada de Vladímir Putin al poder.

Pero la crisis del rublo, que pese a haberse estabilizado y recuperado parte de su valor en los últimos meses, llegó a depreciarse casi un 50% respecto el dólar y el euro, y el consiguiente deterioro de las relaciones con Occidente debido a la guerra de Ucrania se están aliando para que los rusos contemplen cada vez más con mayor reticencia la posibilidad de organizar excursiones de descanso por Europa EEUU.

Más allá de la coyuntura económica y los paquetes turísticos, numerosas señales indican que en Rusia, tanto sus autoridades como sus ciudadanos --aunque estos en menor medida-- se hallan inmersos en un proceso de progresivo distanciamiento emocional con respecto a Europa y EEUU, a quienes responsabilizan en última instancia de la guerra en el país vecino, que dura ya 18 meses y se ha cobrado más de 6.000 víctimas, pese al precario alto el fuego en vigor desde febrero.

Paralelamente, ahora que el país acaba de celebrar el 70º aniversario de la derrota de la Alemania nazi, surgen por doquier las invitaciones a rememorar el pasado reciente del sufrimiento colectivo que supuso la segunda guerra mundial, en el que la Unión Soviética, según los últimos cálculos, llegó a perder unos 27 millones de ciudadanos.

En pasos subterráneos y algunas estaciones de metro, pueden contemplarse carteles con fotografías de la época, con trenes de mercancía cargados hasta los topes de utensilios, herramientas y maquinaria, un homenaje a la masiva operación de evacuación del tejido industrial del país hacia Siberia, sin precedentes en la Historia, para evitar que cayera en manos del invasor nazi.

DÍA DE LA VICTORIA

Es precisamente la festividad del Día de la Victoria del 9 de mayo, en la que Rusia y los aliados exsoviéticos rememoran el final de la aquí denominada Gran Guerra Patria, el mejor termómetro para medir el estado de ánimo de los rusos con respecto a Occidente.

Konstantin Kedrov, historiador, comentarista político en canales de televisión y miembro de una familia de rancio abolengo opositor --su padre fue encarcelado durante el periodo soviético-- identificó este año --el primero tras el inicio de las hostilidades en la región ucraniana del Donbass-- algunas diferencias con respecto a años anteriores. «No creo que hubiera una atmósfera especialmente antioccidental, pero sí antiucraniana» en las celebraciones, declaró Kedrov a EL PERIÓDICO.

RETRATOS DE FAMILIARES CAÍDOS

La principal novedad, destacó el historiador, fue la presencia de millones de ciudadanos portando retratos de familiares caídos en la contienda planetaria. «Es cierto que el Gobierno lo impulsó, pero no creo que fuera un acto de desafío bélico; más bien se convirtió en todo lo contrario; los rusos, por encima de todo, quieren la paz», destacó Kedrov. Durante los años inmediatamente posteriores al final de la guerra, la URSS, bajo el yugo de Stalin, prefirió no conmemorar el fin de la contienda debido a las enormes pérdidas sufridas, no admitidas hasta la llegada de Nikita Khruschev al poder.

Más beligerante que Kedrov se muestra el bloguero opositor Oleg Kashin. Este describe, en tono inequívocamente crítico, el desfile militar, en el que se muestran los avances tecnológicos del Ejército ruso, calificándolo de una ceremonia de «lealtad» de los ciudadanos hacia el Estado. «El desfile no es  un acto para conmemorar a los héroes de guerra; es un acto de lealtad a Putin y a su Estado», dijo a 'The New Yorker'.

Entre unos y otros, muchos ciudadanos, pertenecientes a la clase media moscovita que trabajan en negocios privados, no dependen del presupuesto estatal y han podido viajar al extranjero con frecuencia, intentan capear el temporal. Yana Tatarinova, agente inmobiliaria que ha viajado muchas veces a Barcelona, insiste: «Esto es un problema entre Gobiernos; entre los pueblos no tenemos rencillas».

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