Regreso a Laos, la escena del crimen

Dos soldados estadounidenses ayudan a un tercero herido en Laos en 1970.

Dos soldados estadounidenses ayudan a un tercero herido en Laos en 1970. / periodico

ADRIÁN FONCILLAS / PEKÍN

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Estados Unidos regresó la semana pasada al lugar del crimen. Sobre Laos cayeron durante una década bombas como gotas de lluvia. El pequeño país del sudeste asiático es el más bombardeado per cápita del mundo. Aquella operación militar, una de las más ruines en un tiempo en que Estados Unidos las coleccionaba, sigue matando a la población y entorpeciendo el desarrollo de Laos.

La ignorancia sobre esa tragedia contrasta con la abundante filmografía y literatura sobre la guerra en la vecina Vietnam. Aviones estadounidenses lanzaron más de 2,5 millones de toneladas de bombas entre 1964 y 1973 en 580.000 misiones, a una media de misión cada ocho minutos. Son más bombas de las que cayeron conjuntamente sobre Japón y Alemania en la segunda guerra mundial. Causaron un número indeterminado de muertes, obligaron a la población a desplazamientos masivos o a vivir enterrados para protegerse, borraron aldeas y ciudades y dejaron un perdurable legado.

Diez de las 18 provincias del país recibieron 270 millones de bombas racimo, diseñadas para estallar antes de tocar suelo y esparcir pequeños artefactos. La cuarta parte no detonó y sólo un 1 % de ellas han sido desactivadas cuarenta años después. En 2008 aún mataban a 300 personas diarias, hoy “sólo” a una cincuentena. Casi la mitad de los 20.000 muertos desde el final de la guerra han sido niños que las confundieron con juguetes. En Laos, un país en vías de desarrollo y agrícola, muchas tierras no se pueden cultivar y proyectos de infraestructuras han sido frenados.

FÓRMULA EXTRAÑA

“Ayudar a Laos es una obligación moral”, clamó Barack Obama esta semana durante la cumbre de las naciones asiáticas. La intervención del primer presidente estadounidense en Laos se antoja corta. Evitó las disculpas, como ocurrió recientemente en Hiroshima, y los 90 millones de dólares prometidos durante los próximos tres años son decididamente ridículos si los comparamos con los 16 mil millones que costaría limpiar el país de bombas estadounidenses. O con los 17 millones de dólares diarios que gastaba en aquellas misiones aéreas.

Peter Kuznick, historiador de la American University, agradece que esta vez evitara frases etéreas sin sujeto como aquella “la muerte cayó del cielo” utilizada en Japón. “Colocó la culpa en Estados Unidos, donde tiene que estar. Pero después aludió a los sufrimientos y sacrificios de ambas partes del conflicto. Es una fórmula extraña e inmoral dado que una parte estaba bombardeando y la otra recibía las bombas”, señala por email.

La operación fue, además, ilegal. Laos era neutral tras el tratado de Ginebra de 1962 pero pronto quedó arrastrada por la teoría del dominó por la que Washington pretendía embridar el comunismo en cualquier parte del mundo y a cualquier precio. La decisión fue tomada por un puñado de gerifaltes y ocultada al Congreso. La “guerra secreta” dejó de serlo sólo siete años después con el obligado reconocimiento de Nixon.

Las promesas de que sólo atacaban objetivos militares y la prohibición de acceso a la prensa impidieron protestas sociales como las de Vietnam. “Lo ilegal lo hacemos inmediatamente, lo inconstitucional nos lleva un poco más de tiempo”, resumió el secretario de Estado y premio Nobel de la Paz, Henry Kissinger. El ritmo de las misiones se cuadriplicó después de que Estados Unidos rebajara su campaña en Vietnam. “Bueno, teníamos todos esos aviones ahí y no podíamos dejarlos sin hacer nada”, explicó un representante en el Senado en 1969.

MOMENTO Y LUGAR EQUIVOCADO

Laos estaba en el momento y lugar equivocados. La operación pretendía borrar del mapa la Senda Ho Chi Minh que utilizaban las tropas de Vietnam del Norte y las guerrillas del Vietcong. Los civiles no fueron en este caso víctimas colaterales sino el objetivo. La siniestra ironía es que los millones de muertos en Camboya, Vietnam y Laos no sirvieron para frenar al comunismo sino para apuntalarlo. Sólo el rencor por los bombardeos posibilitó que la pequeña guerrilla de los jemeres rojos aglutinara el apoyo necesario para llegar al poder, desde el que aniquilaría a la cuarta parte de su pueblo. “Todo formó parte de la misma atrocidad absoluta, uno de los crímenes más inhumanos de toda la Historia”, resume Kuznick.

Estados Unidos no figura entre los 116 firmantes de la Convención contra las bombas racimo. Desde el 11-S las ha utilizado en Afganistán, Irak y Yemen y las ha vendido a Israel y Arabia Saudí.