NÓMADAS Y VIAJANTES

Quijote en Westminster

RAMÓN LOBO

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La militancia del Partido Laborista británico ha premiado el discurso, la trayectoria y las formas de Jeremy Corbyn, de 66 años, un hombre que está más cerca de Syriza y de Podemos que de Tony Blair, algo que dice mucho en su favor. No por la proximidad ideológica con Alexis Tsipras y Pablo Iglesias, sino por su lejanía ética de Blair, uno de los mayores fraudes políticos de los 20 últimos años.

La aplastante victoria de Corbyn (59,5% de los votos) ha sido quijotesca, el resultado de la fe y la lucha contra los molinos de viento de su propio partido y de la mayoría de los medios de comunicación, que le han sido hostiles, incluida la BBC. Hace tres meses nadie daba un penique por él.

En junio le apoyaban 22 diputados, 13 menos de los necesarios para ser candidato en las primarias. Logró el mínimo necesario a falta de dos minutos para el cierre del plazo. Algunos de los que se sumaron a última hora argumentaron que lo hacían para impulsar un debate más amplio. Margaret Beckett, exministra de Exteriores, fue uno de esos apoyos; hoy se declara arrepentida. No será la única. El vuelco es espectacular.

La campaña de Corbyn se ha apoyado en las redes sociales y en el boca oreja. Es un caso similar al de Manuela Carmena en Madrid, una mujer desconocida para el gran público que se transforma en un tsunami de entusiasmo. Es la protesta contra una manera de ejercer la política.

Su equipo de campaña se ha alejado, por principios y falta de fondos, de las mastodónticas maniobras publicitarias de Alastair Campbell, el creador de Blair, el hombre sin escrúpulos capaz de producir la frase perfecta para el momento adecuado, como aquella de la «princesa del pueblo» tras la muerte de Diana SpencerCorbyn optó por la sencillez porque esta es también parte de su mensaje: no somos iguales.

Ha logrado traspasar las fronteras generacionales, entusiasmando de igual manera a jóvenes sin futuro y a viejos con demasiadas decepciones políticas a sus espaldas. Al final de la campaña contaba con más 16.000 voluntarios, una cifra considerable.

Este hombre de discurso educado, que no se altera con facilidad, parece un tipo íntegro alejado de los estereotipos de radical o populista. No le cuadran las etiquetas que le lanzan sus rivales. No es un recién llegado: lleva 32 años en el Parlamento de Westminster. Es el diputado que menos dinero de los contribuyentes gasta para ejercer su trabajo y uno de los que más ha votado en contra de su partido, 500 veces. Antepone la conciencia a la obediencia, por eso nunca tuvo cargos de relumbrón.

Es un hombre de principios que lucha contra las políticas de ajuste que, en su opinión, están destruyendo el Reino Unido y Europa.

El pragmatismo de los Blair y Gordon Brown ha tocado fondo. Corbyn ha barrido a la vieja guardia de un partido sumido en una grave crisis de identidad tras de 115 años de historia. La unión de los pesos pesados que salieron en tromba para advertir de la catástrofe que se avecinaba, le ha beneficiado. Ya pocos compran el discurso preñado de un lenguaje aparentemente de izquierda para vender políticas de derecha. En las elecciones de mayo, el lenguaje insustancial de Ed Miliband cosechó un varapalo histórico.

Es posible que un viraje a la izquierda condenará al Partido Laborista a la oposición, sin opciones para destronar al primer ministro conservador, David Cameron. Las próximas elecciones están previstas en 2020. No hay urgencia. Tal vez la función del nuevo líder laborista sea agitar la política británica, como la de Podemos es agitar la española.

Corbyn habla como una persona normal, lejos del lenguaje burocrático y artificial de la política profesional. Su discurso es nítido y sus propuestas son alternativas, fáciles de diferenciar de la oferta dominante, del «no se puede hacer de otra manera». En los debates ha insistido en el lenguaje positivo y evitado los ataques personales. Ha actuado como Carmena frente a las artimañas de los Esperanza Aguirre (Blair).

Crisis socialdemócrata

La crisis del Laborismo es parte del hundimiento ideológico de la socialdemocracia europea. Las líneas que separaban la derecha liberal de la socialdemocracia han saltado por los aires con la crisis del 2008. Los ciudadanos sienten que da igual a quien voten porque la política será la misma, matiz arriba matiz abajo.

Contra este orden de las cosas, contra este fatalismo, surge Jeremy Corbyn que reclama el espacio tradicional de la izquierda con un lenguaje renovado, lejos de las consignas y cerca de los problemas reales de la gente. Syriza y Podemos están desde ayer un poco menos solos en Europa.