¿Qué hemos aprendido de Auschwitz?

Es imposible no proyectar lo que ocurrió allí con lo que pasa en otros lugares y en el esquema en que se basa esa explosión de horror: impunidad, odio, nacionalismo extremo, ignorancia y miedo

Entrada al campo de concentración de Auschwitz.

Entrada al campo de concentración de Auschwitz. / periodico

RAMÓN LOBO

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Auschwitz-Birkenau es un puñetazo en la conciencia colectiva, un recordatorio de lo que ocurrió no hace tanto tiempo, de hasta dónde es capaz de descender el hombre en su bestialización cuando la impunidad reina sobre la educación y la cultura. Si les pasó a los alemanes puede sucedernos a cualquiera.

El puñetazo del Holocausto está multiplicado en cientos de libros, películas (¿han visto 'El hijo de Saúl' de László Nemes?), documentales ('Shoah' de Claude Lanzmann) y decenas de miles de documentos. Nadie puede decir que no es real porque ahí están las pruebas inapelables y una justicia que persigue a los negadores. Están también en Treblinka y Sobibor, otros dos campos de exterminio en la Polonia ocupada, pese a que los nazis los destruyeron para ocultar las huellas de sus crímenes. Para alcanzar una paz duradera es esencial establecer una verdad jurídica. No solo para evitar que se repitan los asesinatos masivos, sino para devolver la dignidad a los muertos.

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Hay un dolor inabarcable e inaccesible en Auschwitz-Birkenau; es como si la barrera fuese el hecho de estar vivo, no ser hijo o nieto de supervivientes. Son hechos que nos sitúan en un lugar alejado desde el que es difícil empaparse de emoción. Auschwitz expone el horror nazi con respeto pero en su misma exposición lo cosifica. Desde que el museo se inauguró en los años setenta lo han visitado más de 30 millones de personas, 8.000 al día en los meses de verano. Pese a que las oleadas de visitantes se mueven en silencio hay algo en nuestra presencia apresurada, de turismo industrial, que perturba la armonía del recuerdo.

Un grupo de escolares de Israel se sentaron en el suelo de Birkernau, frente a lo que fueron los barracones del sector B, y ahí se quedaron en escucha de su guía. A su espalda, las vías por las que los trenes acarreaban a miles de personas como si fueran ganado hacia una muerte segura. Los estudiantes se cubrían con banderas de su país como si fueran un manto de defensa. Tres agentes de seguridad israelíes les protegían de forma visible.

Birkenau parece el lugar idóneo para reflexionar sobre la violencia circular que salta de un pueblo a otro, de un inocente a otro inocente mudándose de razas, y no para reafirmarse en la manipulación como defensa de que jamás volverá a ocurrir.

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IMPUNIDAD, ODIO, NACIONALISMO EXTREMO,...

Es imposible no proyectar lo ocurrido en Auschwitz-Birkenau a otros conflictos, no en la profundidad y el daño causado, pero sí en las pautas en las que se rige el mal: impunidad, odio, nacionalismo extremo, ignorancia, miedo.

El grito de Nunca Más, lanzado por los Aliados tras descubrir la escala de exterminio de 11 millones de personas (de las que seis millones eran judías), duró poco. No llegó a Biafra, Camboya, Ruanda, Yugoslavia, Darfur y, ahora, Siria. En todos hay un denominador: la pasividad del que mira, del que pretende que no sabe nada. No hablo de una población civil asustada, sometida a regímenes de terror como las dictaduras militares latinoamericanas, sino de Gobiernos democráticos informados sobre lo que sucede en Arabia Saudí, Egipto y Turquía. La misma inacción que hubo con Auschwitz la hay hoy con millones de refugiados, la mayoría sirios.

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Miles de españoles acuden cada año a Auschwitz-Birkenau. La mayoría llega a Cracovia en peregrinación religiosa, porque esta ciudad es la capital del fervor hacia Juan Pablo II, obispo de Cracovia antes de ascender a papa y a santo después de muerto. No sé cuál es la reacción emocional de cada uno de ellos al ponerse en contacto con la memoria los muertos del nazismo, si lo ocurrido en estos campos de la muerte, de privación radical de la dignidad, les pone en contacto con otro tipo de víctimas, más cercanas, que reclaman una memoria similar, la misma integridad y respeto; una verdad científica, que la hay, por encima del negacionismo político.

El problema de España es que a diferencia de los nazis y los fascistas de Italia no hubo derrota ni reconocimiento de culpa ni perdón. Aún una parte de la familia de García Lorca considera que lo ocurrido con el poeta es un asunto privado. No hay nada privado cuando uno es símbolo de tantos silenciados.

Lugares como Auschwitz-Birkenau y Mauthausen son centros de respeto, homenaje y, sobre todo, de aprendizaje. Negar el camino de saber quiénes somos, de prevenir contra la reaparición de la bestia que llevamos dentro es el primer paso hacia la impunidad, sea a través de una corrupción sistémica como en España, la gula de los mercados o la de los que matan en nombre de dioses sin misericordia.