GUERRA EN LA PENÍNSULA ARÁBIGA

Un pulso regional

Un hombre armado, en las ruinas de unas casas, cerca de Saná.

Un hombre armado, en las ruinas de unas casas, cerca de Saná.

JAVIER TRIANA / ESTAMBUL

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Si la situación en Yemen fuera un cóctel, contaría con varios ingredientes tóxicos: la base de Al Qaeda en la península Arábiga (la sucursal más peligrosa de la red), la irrupción reciente de una rama del Estado Islámico, un frágil Gobierno surgido de la primavera yemení y la tradicional división entre chiís y sunís (los primeros, un tercio de los 24 millones de habitantes y concentrados en el noroeste).

En parte a raíz del descontento con el Gobierno de transición, la milicia huti (chií de la corriente zaydí) se ha lanzado a la toma del país desde septiembre, también azuzada por el presidente depuesto en el 2012, Ali Abdullah Saleh, y los sectores militares fieles a este. La capital, Saná, está bajo su control desde hace meses. Con el país al borde de la guerra civil, las dos potencias regionales, Arabia Saudí e Irán, han entrado en escena.

Irán, bastión del chiísmo, ha dado su apoyo a los hutis y se especula con que también les ha facilitado armamento y petróleo. Arabia Saudí, vecino norteño de Yemen y potencia suní, se ha puesto de parte del presidente surgido de las revueltas árabes, Abdurrabuh Mansur Hadi, quien fue sometido a arresto domiciliario en Saná por parte de los huti hasta que el mes pasado logró escapar a Adén, en el sur, desde donde intentó sin éxito restablecer su autoridad. Tras el avance huti hacia Adén (que incluyó bombardeos a la residencia en la que se encontraba Hadi), este solicitó la ayuda internacional para detener el avance. Y, tras el visto bueno de Washington, esa ayuda llegó ayer en forma de bombardeos saudís sobre posiciones hutis.

CONSECUENCIAS

«Arabia Saudí ha sido un financiador tradicional de Estado yemení, y ha favorecido a algunas tribus y facciones desde hace mucho tiempo», explica a EL PERIÓDICO Joost Hiltermann, un analista del laboratorio de ideas International Crisis Group (ICG). «Ahora, en este conflicto, ha elegido claramente el lado del presidente de la transición, Hadi, y se opone de manera frontal a los huti. Teniendo en cuenta los recursos de Riad, esto tendrá consecuencias a la hora de los enfrentamientos». Es en parte lo que han tratado de hacer las fuerzas armadas saudís: sus ataques han ido dirigidos contra la aviación controlada por los hutis como posible forma de equilibrar las fuerzas contra las tropas fieles al mandatario transitorio. «Los hutis -continúa Hiltermann- tienen impulso militar y psicológico. Su éxito se debe al descontento popular con el proceso de transición y a su alianza táctica con el antiguo líder del país, Saleh».

También cuenta el factor Irán, país que, según Hiltermann, «está empezando a asumir un rol más político, ya que el conflicto se ha vuelto poco a poco más sectario. Y está evolucionando hacia un conflicto que tiene incrustado otro de carácter sectario entre las superpotencias regionales». Teherán ha censurado la iniciativa militar saudí -que cuenta con el apoyo de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Egipto, Pakistán, Jordania, Qatar, Kuwait y Bahréin- y ha pedido el cese de las hostilidades.

La expansión huti por Yemen ha desbordado la paciencia de Riad. «La seguridad y la estabilidad en la península Arábiga es una línea roja, y Arabia Saudí no tolera ningún intento de desestabilizar la región», indicó a la agencia de noticias Reuters Saud al-Sarhan, del Centro de Investigación y Estudios Islámicos Rey Faisal, en Riad. En el mismo tono se mostró el ministro de Estado para Asuntos Exteriores de EAU, Anwar Mohammed Gargash, a través de su cuenta de Twitter: «El cambio estratégico en la región beneficia a Irán, y no podemos permanecer en silencio mientras los hutis portan su estandarte».

¿Cuál es el objetivo de Irán y Arabia Saudí en Yemen, entonces? ¿Controlar el estrecho de Bab Al-Mandeb, en la punta meridional del mar Rojo? Por él desfilan anualmente una media de 20.000 cargueros y EEUU ya ha avisado de que su Ejército actuará para que el lucrativo tráfico marítimo no cese en ningún momento. ¿Será que Arabia Saudí no quiere que su archienemigo regional, Irán, se cuele en el patio trasero? ¿Quiere Irán ganar presencia en el golfo Pérsico? Quizá la pregunta que tanto Teherán como Riad y sus aliados deberían tratar de responderse es si, en realidad, les importan los habitantes del país más empobrecido de la zona, los yemenís.

Mientras ¿cómo frenar el conflicto? «Aunque sea muy complicado -dice el ICG- unas negociaciones lideradas por la ONU con Arabia Saudí y los países del Consejo de Cooperación del Golfo e Irán, serían la única salida».