La rebelión turca

La protesta en Turquía va a más

Una manifestante desafía al cañón de agua de la policía en Estambul.

Una manifestante desafía al cañón de agua de la policía en Estambul.

MARC MARGINEDAS

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Como un oasis de verdor en un océano de avenidas, cemento y rascacielos. Flanqueado, en sus extremos norte y noreste, por los hoteles de tres conocidas cadenas internacionales de lujo, el parque Gezi, ese bucólico espacio lúdico en el corazón de Estambul que aún no ha sido pasto de la voracidad urbanística, lleva seis días convertido en el punto de encuentro donde a diario converge una Turquía que se siente amenazada en su estilo de vida por las políticas del Gobierno islamoconservador del primer ministro Recep Tayyip Erdogan.

A los jóvenes que acampan entre los castaños, extendiendo sus mantas y su colada sobre los setos junto a las entradas para el personal hotelero, ayer se les unieron decenas de miles de trabajadores de sindicatos de izquierda. Habrá que esperar al fin de semana, cuando cierren oficinas y fábricas, para comprobar si el movimiento opositor adquiere la suficiente entidad como para constituir amenaza alguna para el jefe del Gobierno. Mehmet Kabakci es uno de los centenares de militantes que, pasadas las dos de la tarde de ayer, desfilaban ordenadamente por la plaza Taksim, portando los estandartes blancos, rojos y azules de Egitim Is,

el sindicato de profesores y maestros al que representa. «Queremos ser parte de todo esto; queremos una educación que se base en los principios de Atatürk (el fundador de la Turquía laica tras el hundimiento del imperio Otomano)», explicó como justificación para su presencia.

Kabakci y sus compañeros no eran más que una avanzadilla de las multitudinarias columnas de sindicalistas de la Confederación de Sindicatos del Sector Público (KESK) y la Confederación Sindical de Obreros Revolucionarios (DISK) que a primera hora de la tarde y haciendo gala de una disciplina propia de un Ejército, protagonizaron una espectacular entrada en la plaza Taksim procedentes del paseo Tarlabasi entre cánticos contra el primer ministro. «Taksim, resiste, los trabajadores llegan» o «Tayyip, los saqueadores están allí», podía oírse.

MOVIMIENTO AMORFO/ Lo cierto es que el movimiento contestatario que ha tomado cuerpo en la última semana en Turquía, tal y como describía ayer un observador local, carece de referentes o de unidad de acción. Se trata más bien un abigarrado conglomerado de sectores de descontentos, en ocasiones con muy poco que ver entre sí, que forman un grupo amorfo con un único denominador común: su rechazo a la figura del primer ministro, a quien acusan de tendencias autoritarias y de soportar con dificultad las críticas.

Y es que en el parque Gezi es posible encontrar desde activistas del medioambiente que luchan por evitar que el Parlamento apruebe una ley que desprotegería los espacios naturales del país, hasta adolescentes que aún no pueden ejercer su derecho al voto y que reclaman la posibilidad de besarse en público, pasando por activistas kurdos que reivindican su derechos nacionales.

Sena tiene 17 años, lleva unpiercing en la nariz y viste ajustados pantalones de malla que marcan sus piernas y nalgas, una vestimenta que en algunos países musulmanes vecinos llegaría a escandalizar. Asegura haber venido al parque Gezi a reclamar su derecho a ser reconocida como agnóstica. «Mi padre, madre y hermana son musulmanes, pero respetan que no tenga sus creencias; si nos besamos por la calle, la gente nos mira mal», se queja.

Aunque las protestas no cesan, la «represión» -tres muertos ya- denunciada ayer por el premio Nobel de Literatura turco, Orhan Pamuk, no remite. En Ankara, a media tarde, la policía cargó otra vez contra los manifestantes.