Análisis

Un proceso al que le falta nuevo impulso

La Unión por el Mediterránero sobrevive con un programa de bajo perfil que contrasta con los desafíos de la región

ANDREU CLARET

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Hoy se cumplen 20 años de la Conferencia que alumbró el Proceso de Barcelona. Se trata de la iniciativa más importante que ha liderado España desde su ingreso en la UE. Un proyecto destinado a hacer converger las dos orillas del Mediterráneo en todos los ámbitos. El económico, pero también el político y el cultural. Lo que hoy puede parecer insensato se inscribía en un contexto muy optimista.

Coleaba la euforia por la caída del muro y hacia un año que Arafat, Peres y Rabin se habían repartido el Nobel de la Paz. También fue importante para Catalunya, que nunca ha influido tanto como entonces. González necesitaba a Kohl y Pujol no solo hablaba alemán sino que entendía a los alemanes. Prolongó su apoyo al gobierno del PSOE para facilitar las cosas. Así es como el Proceso nació en Barcelona, donde tiene su sede la Unión por el Mediterráneo (UpM) que le sucedió. El entusiasmo no era solo de los políticos. Recuerdo los más de mil representantes de la sociedad civil que acudieron para hacer una carta a los Reyes de Oriente y a los de Occidente, con más de 200 propuestas de actuación. Para reducir las diferencias brutales que existían y persisten entre las dos riberas, y abrir espacios de libertad y dialogo.

La segunda imagen que me viene a la memoria es menos edificante. Julio del 2008. París. Con la pompa habitual, Sarkozy había convocadoa los jefes de Estado para crear la UpM. Una Unión! Casi nada. No se les ofrecía integración en la UE, claro está, pero el sueño, o el señuelo, era el acceso a «todo menos las instituciones», en frase acuñada por Prodi. En Europa, se entendió como libertad de mercado. En el Sur, pidieron que también libertad de movimiento para las personas. Como es bien sabido, nunca ocurrió. Ni siquiera para los tomates marroquíes.

¿Faltó voluntad o se impuso la realidad? Ambas cosas. La segunda guerra de Irak abrió un boquete en Oriente Medio y la crisis financiera otro en las sociedades europeas. La colonización, la segunda intifada y la primera guerra de Gaza hicieron el resto. Y lo peor: la UpM nació de la mano de demasiados dictadores. Por razones de mi trabajo estaba en la sala donde se gestó el parto y recuerdo a Sarkozy flanqueado por Mubarak y Ben Ali, con Asad sentado a un lado. Solo queda él, a costa de 270.000 muertos. La Primavera árabe y la restauración que le ha sucedido acabaron de enterrar las ilusiones.

Hoy la UpM sobrevive con un programa de bajo perfil que contrasta con los desafíos de la región. Bajo la dirección del marroquí Fathallah i la gestión se ha ordenado, pero falta autoridad política y medios para hacer frente a los retos. No ya la guerra o el terrorismo, que no son de su incumbencia, sino el dialogo, la suerte de los refugiados, la xenofobia que gana terreno en Europa o la vulneración de derechos en países del sur. Europa está en otra cosa y no busca sinergias con su política de vecindad, la única forma realista que tiene a su alcance para revitalizar la Unión por el Mediterráneo y dotarla de más recursos.