PROGRAMA DE SISMOLOGÍA

Sirenas poco operativas

Problemas económicos y urbanísticos dificultan el éxito de la nueva red de avisos

ANTONIO MADRIDEJOS / BARCELONA

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Los países ribereños del océano Índico acordaron tras el tsunami del 2004 la creación de una red de alerta similar a la ya existente en el Pacífico con el objetivo de minimizar los daños en caso de que se repita un fenómeno similar. La red, conocida con las siglas IOTWS, se creó con tecnología puntera y funciona correctamente, como se ha podido comprobar en diversos simulacros e incluso en terremotos reales, pero para que los avisos sean totalmente efectivos sería necesaria una infraestructura de la que muchas regiones aún no disponen: miles de precarias viviendas se sitúan en primera línea de la costa, las carreteras son caminos que difícilmente soportarían una huida masiva o, en el peor de los casos, no hay ni electricidad para que suenen las sirenas. Además, la población no está entrenada.

La red IOTWS cuenta con 140 sismógrafos, un centenar de mareógrafos y nueve boyas que monitorean de forma constante la región y permiten notificar en tiempo real a todos los países si se ha producido un terremoto en alta mar y si es susceptible de generar un tsunami. Además, se han establecido 24 centros nacionales de alerta que funcionan coordinados y que, como sucede en Tailandia y Australia, pueden informar a sus ciudadanos hasta por SMS.

La rapidez es clave

Sin embargo, al margen de la tecnología de detección, lo que se necesita es ante todo planificación. Debe actuarse con presteza si se tiene en cuenta que la ola gigante surgida del terremoto marino del 2004 tardó 20 minutos en llegar a la ciudad costera de Banda Aceh, en Sumatra, y unas dos horas a las lejanas playas de la India.

Un ejemplo de que falta mucho por hacer se pudo observar en abril del 2012 de resultas de otro gran terremoto en aguas cercanas a Sumatra que milagrosamente no generó un tsunami. La red de detección funcionó y el aviso se comunicó con rapidez a las localidades costeras, pero la evacuación fue un cúmulo de despropósitos: en lugar de acudir a los refugios instalados en lugares elevados, como se les había informado, los habitantes huyeron y colapsaron las carreteras. «No hubo ola, pero si hubiera llegado, el daño habría sido peor que en el 2004», dice Harkunti Rahayu, del Instituto de Tecnología de Bandung, en declaraciones a la agencia Reuters. El posterior tsunami que afectó a Japón en el 2011, con olas que fueron capaces de saltar diques de 11 metros e inundar la nuclear de Fukushima, demostró que las alarmas son el único plan infalible ante la fuerza desbocada del agua.

«Sigue habiendo lagunas en los sistemas de alerta, en especial a nivel local», asumió recientemente la Cespap, la Comisión de la ONU para Asia y el Pacífico. «Lo que sucede después del aviso depende de cada país, pero las advertencias no llegan a menudo a las zonas remotas», comentó Tony Elliott, un responsable del sistema de alerta de Australia. En el 2010, por ejemplo, más de 400 personas murieron cuando un tsunami local afectó a las islas Mentawai, pobladas por tribus con un acceso muy limitado a los teléfonos móviles.

Además, uno de los problemas es que se necesitan más de 50 millones de euros anuales para mantener operativos los sensores de la red de alerta, víctimas habituales de problemas técnicos y vandalismos. Y en un momento en que han descendido las donaciones internacionales, no todos los países están en disposición de aportar la parte que les corresponde, al margen de que hay algunos que siguen observando los tsunamis como un riesgo remoto. Y eso no es así.