Análisis

El problema republicano

ROSA MASSAGUÉ

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Aquellos caballeros llamadosGeorge Washington, John AdamsyThomas Jeffersoninventaron (verbo robado aGore Vidal) una nación que se dio una Constitución considerada ejemplar (excepto con los negros) que ha sido y todavía es objeto de envidia por su riguroso equilibrio de los poderes mediante un sistema de controles y contrapesos.

El espectáculo del desacuerdo sobre el abismo fiscal dice poco bueno de los políticos, pero también señala que en aquel sistema algo falla. Y el escollo (hay otros, pero este es el principal) radica en el extremismo político y económico de una minoría a la que parece importarle bien poco si su propio país se cae por el precipicio y arrastra a la economía mundial a una recesión global.

El radicalismo del Tea Party, carente de contrapeso moderado en un partido que aparece desnortado y sin liderazgo tras perder las elecciones presidenciales aun conservando la mayoría en la Cámara de Representantes, se ha apoderado del debate fiscal de un modo que hace prácticamente imposible un acuerdo aunque sea de mínimos.

La política de EEUU está hoy extremamente polarizada. El candidato republicanoMitt Romney, a rebufo del intransigente Tea Party, había hecho del déficit su principal argumento de campaña. Con el sabor amargo de la derrota al no haber podido situar a su hombre en la Casa Blanca, los congresistas de aquel movimiento no quieren dar su brazo a torcer. En realidad son pocos, una quinta parte de los representantes republicanos, pero ante la debilidad del partido han conseguido alzarse como un bastión irreducible que considera el consenso como una rendición inadmisible.

El Partido Republicano tiene un problema. Lo tiene también el actual Congreso en esta carrera para no despeñarse por el abismo. Lo tendrán las familias que perderán una media de 3.700 dólares si no hay acuerdo. Y lo tiene el sistema político.

Quizá habría que darle la razón aJeffersonpartidario de montar una convención constitucional cada dos décadas porque, decía, a un hombre adulto no se le debería obligar a vestir chaqueta de niño. Ni a depender de unos pocos metafóricos bebedores de té, añadiría hoy.