Erdogan dice que la paciencia del Gobierno turco «tiene un límite»

Una bandera turca con el rostro de Ataturk ondea ayer en la  plaza Taksim.

Una bandera turca con el rostro de Ataturk ondea ayer en la plaza Taksim.

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Anodinas construcciones de material prefabricado, de entre cuatro o cinco alturas y laderas de colinas sin urbanizar cubiertas de vegetación, accesibles desde el centro únicamente tras un penoso viaje de una hora y cuarto en autobús, conforman el entramado del barrio Sultán Gazi, en el norte de Estambul.

Hogar de alrededor de 100.000 alevís, minoría religiosa cuyos líderes acusan al Gobierno de Recep Tayyip Erdogan de intentar asimilarlos a la mayoritaria confesión suní mediante políticas sociales y educativas discriminatorias, ha vivido con intensidad las protestas contra el primer ministro turco. Pero aquí, a diferencia de la plaza Taksim, superpoblada de reporteros y camarógrafos, la represión se ha llevado a cabo sin luz ni taquígrafos. Y noche tras noche, jovenes enmascarados se enfrentan a pedradas a unas fuerzas antidisturbios que, pertrechadas de botes de gas lacrimógeno, granadas aturdidoras y en ocasiones hasta munición real, segun los lugareños, se emplean a fondo contra los congregados.

«No ha habido muertos, pero sí dos heridos muy graves a mitad de semana: los dos al impactar un bote de gas lacrimógeno en la cabeza», apunta un residente que prefiere no revelar su nombre. «¿Dónde están los medios de comunicación? !Qué venga todo el mundo aquí!», se indigna un vecino, minutos después de que atravesara la avenida principal una marcha de decenas de kurdos, que precedidos por una pancarta, corearon consignas a favor de Abdulá Ocalan, el líder de la guerrilla separatista kurda, algo que aún constituye un delito en Turquía, pese a las negociaciones que el propio Ocalan mantiene con el Ejecutivo.

MÁS LIBRES/ Sultan Gazi constituye el paradigma del doble rasero que parecen estar aplicando las autoridades turcas ante el movimiento opositor. Allí donde hay cámaras o se concentra la atención mediática, los manifestantes son tratados con permisividad. En las ciudades de provincia o incluso en la misma capital, Ankara, con mucha menos presencia de medios extranjeros que Estambul, las fuerzas de seguridad se sienten más libres para actuar con mucha más contundencia.

E incluso esa tolerancia hacia los grupos contestatarios congregados en la plaza Taksim podría estar llegando a su fin si el mismo Erdogan materializa las amenazas proferidas durante uno de los varios discursos pronunciados ayer. En la primera contra manifestación de partidarios celebrada en Ankara desde el inicio de la ola de protestas, decenas de miles de personas le dieron apoyo. «Estamos siendo pacientes y seguiremos siendo pacientes, pero la paciencia del Gobierno tiene un límite», proclamó Erdogan.

Envalentonado al verse rodeado de simpatizantes, el jefe del Gobierno desechó todo amago de prudencia verbal y de nuevo dedicó duros descalificativos en tono de desprecio a quienes le critican, a los que tildó de «saqueadores», y a los que emplazó a demostrar su verdadera fuerza en las elecciones locales del próximo año y no en las calles. «Avanzamos hacia una Turquía mejor, no podemos permitir que aquellos que quieren sembrar las semillas del desorden lo hagan», concluyó.

Con actos como el de ayer en Ankara, Erdogan parece demostrar que, en lugar de atender algunas demandas de los indignados, se decanta por jugar la baza de la polarización social, sacando también a la calle a sus partidarios.

Al otro lado de esta invisible trinchera que se ha abierto en la última semana y media en Turquía, continúa creciendo la animosidad contra la figura del primer ministro y su talante autoritario, mucho más incluso que a la fuerza política que representa, el Partido de la Justícia y el Desarrollo (AKP), o la ideología que representa. Durante el fin de semana, riadas de manifestantes llenaron la plaza de Taksim, haciendo oír su voz incluso en las estaciones de metro o en el tranvía.«!Tayyip Histifa, Hükümet Histifa!»(!Tayyip dimite, Gobierno dimite!).