LAS CONSECUENCIAS de La GuERRA

Irak, la pesadilla más larga

Una década después de la invasión de Irak, Occidente olvida sus errores y señala a Irán como gran enemigo

RAMÓN LOBO

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El grito del último soldado estadounidense al abandonar Irak en diciembre de 2011 fue: «Hemos ganado». Es el que grabaron las cámaras de televisión, el más repetido en los informativos de Estados Unidos; servía de anestesia colectiva.

Quedaron atrás casi nueve años de pesadilla en los que 4.488 soldados norteamericanos perdieron la vida y 32.105 resultaron heridos, según los datos oficiales. El número de civiles iraquís varía desde los casi 122.000 de Irak Body Count a los 600.000 de la revista médica británica 'The Lancet'.

La Casa Blanca aparcó los valores que defiende su Constitución, liquidó el consenso internacional y la legalidad (formal) que representa el Consejo de Seguridad de la ONU, impulsor de la Guerra del Golfo, en 1991, las intervenciones en Bosnia (1995) y Afganistán (2001).

En la guerra de Irak, Estados Unidos multiplicó los guantánamos y la tortura sistemática, que no circunstancial, como instrumento de lucha contra lo que llamó terrorismo. Un reciente trabajo de la BBC y de 'The Guardian' culpa al coronel retirado James Steele, enviado a Irak por el Pentágono de Donald Rumsfeld, de crear los escuadrones de la muerte chiís. Steele tiene experiencia. Según 'The Guardian', fue el cerebro de la guerra sucia en El Salvador. Hay costumbres que se mantienen.

Torturas en Abu Graib

La prisión de Abu Graib era el símbolo de la dictadura. Sadam Husein encerraba en ella a sus disidentes para ser torturados y fusilados. Una guerra se empieza a perder en los detalles. Las tropas estadounidenses que tomaron Bagdad en abril de 2003 convirtieron el penal en su centro de malos tratos. Todo alto secreto hasta que un periodista hizo su trabajo y reveló el escándalo en la revista 'The New Yorker'. El mismo periodista, Seymour Hersh, había dado a conocer la matanza de My Lai en 1968, en Vietnam. Hay otras costumbres que también permanecen.

Cuando comenzaron los saqueos en Bagdad, en abril del 2003, que afectaron al Museo Arqueológico y a la Biblioteca Nacional, los soldados estadounidenses eran la única fuerza desplegada en la capital.

El Ejército de Sadam Husein, su policía y su temible Mujabarat, la policía política, se habían esfumado. Los soldados que traían libertad y progreso no hicieron nada por evitar los robos. Solo protegieron el Ministerio del Petróleo y el Palacio de la República en el que Washington -otro gesto- decidió levantar su cuartel general, la Zona Verde.

El virrey Paul Bremer, un hombre próximo a los halcones de la Casa Blanca y con un historial mediocre, fue el encargado de cometer en mayo del 2003 dos errores mayúsculos: la disolución de las Fuerzas Armadas de Irak y la expulsión de los funcionarios del partido Baaz. En dos decretos, Bremer destruyó un país inventado por los británicos después de la Gran Guerra.

Una invasión que tenía como objetivo declarado derrocar a un dictador pasó a ser otra de reconstrucción nacional.

Tercer síntoma visible de que Estados Unidos no había leído la historia. El 9 de abril de 2003, un soldado estadounidense se encaramó a la estatua de Sadam Husein en la plaza Fardus y le colocó al cuello una bandera con las barras y las estrellas. Era el mensaje revelado, las verdaderas intenciones

En Ciudad Sáder, un arrabal de Bagdad habitado por más de un millón de chiís pobres, recibieron a las tropas como libertadores. También lo hicieron los chiís del sur de Líbano en 1982 al paso del Ejército israelí. Cuando vieron que las tropas se quedaban, que se convertían en ocupantes, empezaron las bombas. En Irak nació el Ejército del Mahdi; en El Líbano, Hizbulá.

EEUU se encerró en los palacios de Sadam, levantó muros de hormigón de seis metros (como Israel) y gobernó a través de ellos con un mando a distancia sin saber nada de la población, de sus deseos y temores. Perdió el prestigio, la autoridad.

Tras varios años desastrosos, de coches bomba, secuestros de occidentales, cuellos seccionados y guerra interreligiosa, Bush nombró en febrero de 2007 al general David Petraeus jefe de sus tropas y le reforzó con 40.000 soldados. Petraeus los concentró en Bagdad.

Su objetivo era mostrar que EEUU controlaba la situación. La capital era el teatro idóneo para crear percepciones que permitieron generar la sensación de que algo había cambiado. Las percepciones evitan perder guerras.

Audacia y empate

Petraeus fue audaz, pese a las muchas críticas que generó en Estados Unidos: se 'compró' la rebelión suní que atentaba contra sus tropas, les armó y les dio un objetivo: acabar con la insurgencia extranjera vinculada a Al Qaeda. Así empezó EEUU a dejar de perder la guerra; así logró un cierto empate que le permitió dejar el país con el grito del soldado: «Hemos ganado». Pero solo fue un grito.

El verdadero vencedor de nueve años de guerra y de tanto sufrimiento es Irán, el nuevo gran enemigo. Han pasado 10 años y los líderes occidentales recuperan las frases usadas en el asunto de las falsas armas de destrucción masiva para hablar del programa nuclear iraní.

No han cambiado ni una coma. No es necesario: los medios de comunicación y la opinión pública perdieron la memoria.