La gestión presidencial

El consenso imposible

La campaña republicana 8 Mitt Romney, en un desplazamiento electoral en avión, el pasado viernes.

La campaña republicana 8 Mitt Romney, en un desplazamiento electoral en avión, el pasado viernes.

RICARDO MIR DE FRANCIA
WASHINGTON

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Nada ha definido la identidad política de Barack Obama durante su ascenso meteórico a la presidencia como la promesas de bipartidismo, la aspiración para gobernar desde el consenso, transformando las reglas del juego en Washington y superando las divisiones entre las dos Américas que invocó durante la convención demócrata de Boston que le lanzó en el 2004 al estrellato político. En otras palabras, estas de su discurso de investidura: «En este día, venimos a proclamar el fin de los agravios y las falsas promesas, las recriminaciones y los dogmas gastados que durante demasiado tiempo han estrangulado nuestra política».

Pero, como en otras tantas cosas, desde Guantánamo a la reforma inmigratoria, Obama ha sido incapaz de cumplir su palabra. El paquete de estímulo para evitar que la economía se precipitara hacia una nueva depresión se aprobó con solo tres votos de los republicanos y la reforma sanitaria con ninguno. Para intervenir militarmente en Libia, ni siquiera sometió la moción al Congreso. Y hay que rebuscar mucho para encontrar grandes iniciativas logradas por consenso, una de ellas, la extensión de los recortes de impuestos de Bush, incluyendo también a los millonarios.

Es innegable que los republicanos no le han regalado nada y, desde el principio, se encargaron de enturbiar su imagen con etiquetas como «socialista», «antiamericano»o«figura divisiva». Quizás porque es negro, y sabían que el estribillo tendría un auditorio receptivo, o quizás porque pensaron que si respaldaban sus propuestas su reelección estaba asegurada. Su líder en el Senado, Mitch McConell, reveló parte del secreto a finales del 2010.«Cuando asumí el cargo, mi primera prioridad fue asegurarme de que Obama sería un presidente de un solo mandato».

Acusado de ingenuo

Pero incluso desde la izquierda, muchas voces creen que Obama jugó mal sus cartas y pecó de ingenuidad.«Se creyó demasiado su propia retórica y sus dotes persuasivas, pensando que los republicanos acabarían apoyándole por ser tan popular»,dice el historiador Michael Kazin, codirector deDissent, una revista socialdemócrata fundada por intelectuales neoyorkinos hace más de medio siglo. Para Kazin, el presidente debió haber buscado más apoyos fuera de Washington tras ver como los republicanos se negaban a cooperar. «Pudo haber movilizado a sus bases del 2008 para que presionaran localmente a sus congresistas, pero no lo hizo suficientemente y al final vio como ese valioso ejército se disolvía porque no lo mantuvo ocupado», añade Kazin.

A Obama quizás le cegó su propia trayectoria de pragmatismo e inclinación al consenso. En Harvard fue elegido para dirigir la revistaLaw Reviewporque los conservadores pensaron que les trataría con justicia. En Ilinois, buscó algunos acuerdos con los republicanos y, en el Senado federal votó suguiendo un patrón progresista, pero trabajó con los republicanos en temas ocasionales.

«A Obama le ha sobrado juventud e inexperiencia y quizás se equivocó al dar prioridad a la reforma sanitaria cuando el país estaba en medio de la crisis», dice Elaine Kamarck, exasesora de Clinton y Al Gore y profesora de Harvard.«Pero si repite será mejor presidente porque ha entendido los límites de lo que puede hacer y la importancia del Congreso».

Su problema es que llega a las elecciones del próximo martes como uno de los presidentes más divisivos de la historia, según las encuestas. Y el país está cansado de las luchas intestinas en Washington, el mismo Washington que Obama ha sido incapaz de cambiar lo más mínimo.