Cuatro claves del atentado de Túnez

Para los integristas, Túnez no es un país más. El hecho de que en ese país la 'primavera árabe' haya abierto la vía a una democracia real es un peligroso precedente para los yihadistas. <b>Por Antonio Baquero</b>

El país vivió la 'primavera árabe' abriéndose a una democracia real

El presidente de Túnez, Béji Caïd Esebsi (centro), sale del hospital Charles Nicol tras visitar a heridos en el atentado del Museo del Bardo.

El presidente de Túnez, Béji Caïd Esebsi (centro), sale del hospital Charles Nicol tras visitar a heridos en el atentado del Museo del Bardo. / bc

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Las organizaciones yihadistas tienen a Túnez en su punto de mira. La razón es que la sociedad tunecina y su clase política han conseguido que Túnez sea el único país de los que vivió la primavera árabe (de hecho, comenzó ahí) que ha conseguido consolidar una democracia estable y sin violencia.

El hecho de que los islamistas moderados de Annahda hayan aceptado la alternancia política ha permitido al país asentar la transición democrática. En diciembre del año pasado, el  abogado progresista Béji Caïd Essebsi, líder del partido Nidá Tunis, ganó las elecciones y el resultado fue respetado por los otros partidos. Así, la caída, en el 2011, del régimen del dictador Zinelabidín Ben Alí no ha supuesto el hundimiento del país en el caos, como ha ocurrido en su vecina Libia, Yemen, Egipto o Siria.

El ejemplo de Túnez demuestra que democracia e islam no son incompatibles. Y eso es justo lo que los yihadistas no pueden tolerar. Por eso han perpetrado en el país un gran atentado como el de ayer, para desestabilizar la nación.

Túnez es, en definitiva, un peligroso precedente para el totalitarismo extremista, que quiere acabar con esa experiencia de éxito a toda costa. Prueba de ello es que, en un primer momento, el lugar que los terroristas quisieron atacar no fue el museo, sino el Parlamento, símbolo de la democracia tunecina.

La principal amenaza yihadista para Túnez la constituyen dos grupos distintos. Uno de ellos es la Brigada Uqba Ibn Nafi, que toma el nombre del caudillo musulmán que islamizó Túnez y fundó en el año 670 Kairuán). Este grupo tiene su base en los montes Kasserin, cerca de la frontera con Argelia. Ha cometido varios atentados contra militares y policías, la última de ellas el 17 de febrero, cuando mataron a cuatro gendarmes.

El pasado martes, este grupo difundió un vídeo en las redes sociales en que hacía un llamamiento para cometer un ataque terrorista en Túnez.

La otra gran amenaza la constituye Ansar As sharia (Los Seguidores de la Ley Islámica), una milicia yihadista libia vinculada a Al Qaeda. Con más medios y miembros que la Brigada Uqba Ibn Nafi, este grupo tiene capacidad para infiltrarse en Túnez desde Libia. De hecho, el pasado 15 de marzo, en una cuenta de Twitter asociada a este grupo, apareció un comentario en el que se decía que «pronto iba a haber una buena noticia para los musulmanes» y «una mala para los infieles y los cobardes. Especialmente para los amantes de la cultura», en lo que se interpreta como una premonición del ataque al museo.

Que la sociedad tunecina haya conseguido consolidar su democracia no significa que sea inmune al proselitismo yihadista. Antes al contrario. Túnez es el país del Magreb del que más voluntarios han salido para combatir en el Estado Islámico en Siria e Irak.  Así, según el Gobierno, en las filas del Estado Islámico hay 2.400 tunecinos. Otras fuentes elevan esa cifra a más de 3.000. Muy por encima, por ejemplo, de los 1.500 marroquís.

La razón es que la transición democrática no ha conseguido generar un avance económico que beneficie a las clases más desfavorecidas, donde los yihadistas siguen teniendo un vivero para captar nuevos reclutas.

Es por eso que, además de las dificultades económicas, que obedecen entre otros motivos al escaso respaldo recibido por parte de la Unión Europea, el gran reto de las autoridades tunecinas sea el combate contra el yihadismo. Estos han sabido aprovechar la extraordinaria dependencia que Túnez tiene de la industria turística.

Uno de cada 10 tunecinos vive de ese sector. Por eso, igual que ya hicieron los terroristas islámicos en países como Egipto y Marruecos, una vez que constataron que no podían atacar el Parlamento, se lanzaron a por el museo, que suele estar lleno de extranjeros. Su intención es disuadir a los turistas de que visiten el país para dañar la economía.