ANÁLISIS DE LA VIOLENCIA

Policías o verdugos

El escritor mexicano Jorge Zepeda denuncia los excesos en la lucha contra los narcos

Jorge Zepeda, tras recibir el Planeta, el miércoles, en Barcelona

Jorge Zepeda, tras recibir el Planeta, el miércoles, en Barcelona

ERNEST ALÓS / BARCELONA

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Director a lo largo de su carrera de los diarios 'Siglo XXI' y 'Público' de Guadalajara, y de 'El Universal' de México, Jorge Zepeda Patterson no se limitó a hablar de ficción en las horas siguientes a la recepción del premio Planeta por su 'thriller' 'Milena o el fémur más bello del mundo'. Evidentemente también abordó realidades mexicanas que superan lo que un novelista podría imaginar, como los sucesos de Iguala. Zepeda reconoce que, para empezar, hay dos componentes que se han combinado para acabar en tragedia. Por un lado, el Estado mexicano «ha ido abandonando en términos de recursos presupuestarios esas escuelas de magisterio que nacieron con Cárdenas, en los años 30, con un fuerte discurso ideológico de reivindicación de las causas populares y que dan salida a escolares de bajos ingresos en zonas pobres mexicanas».

Este deterioro «deja como único recurso las movilizaciones, que son cada vez más agresivas y radicales». Por el otro lado, Iguala, recuerda, «es una zona muy controlada por el narcotráfico, con un alcalde que ha trascendido ahora que estaba a nómina del cártel» y propietario, «a través de compañías paralelas de la familia del alcalde», de los vehículos que los estudiantes secuestraron.

«Pero hay algo aún más grave -apunta-; que, con una inmensa irresponsabilidad, el Gobierno anterior y el actual decidieron librar una guerra contra el crimen organizado absolutamente desprovista de cualquier código legal o ético». En opinión de Zepeda, «bajo la misma lógica de los norteamericanos en contra de los terroristas», la policía y el Ejército mexicanos han actuado contra los narcotraficantes, «negándoles tanto las garantías de un ciudadano sospechoso de haber cometido un delito como las que recibiría un combatiente en un conflicto armado». «Después de 100.000 muertos sin averiguaciones, con el expediente de que eran criminales y por lo tanto para qué investigarlos, la policía se ha acostumbrado a operar sin ningún código. Y esto ha provocado un efecto tóxico; ya no tienen límites de lo que se puede hacer y lo que no». Un monstruo fuera de control, comprometido en «una guerra contra la población civil». «No puedes tener un policía salvaje por la noche, que opera sin ninguna restricción, y en la mañana tener un policía ejemplar. Hemos acabado por corromper a nuestros soldados y a nuestros cuerpos policiales», alerta.

Lo que es más escalofriante, lamenta el periodista y escritor, es «qué grado de insensibilidad y qué brutal ausencia de ética requiere un soldado o un policía para asesinar a veintitantas personas que están sometidas, sin armas, una por una». Es cierto que esta violencia salvaje no es precisamente patrimonio único de las fuerzas del orden en México. «El Estado mexicano se rebajó en la lucha contra el narcotráfico a operar con los códigos del narcotráfico. Al final pagas un precio por ello. Porque conviertes a los cuerpos policiales en verdugos».

Deshumanización

Zepeda anima a recordar lo sucedido hace unos meses en Tlatlaya. «Los soldados tuvieron un enfrentamiento con veintitantos vecinos que trabajaban en laboratorios clandestinos, gente realmente de nivel raso. Los desarmaron y después los fusilaron. Se necesita haber llegado a una situación límite para que el soldado mexicano asesine a personas que pueden ser sus hermanos o sus hijos, sin que haya ni siquiera un argumento étnico tipo Ruanda o Kosovo. El nivel de deshumanización que hemos alcanzado es brutal, y la única salida es actuar dentro de un marco legal sea cual sea el delito que se haya cometido».

¿Es entonces el movimiento de las autodefensas en Guerrero y Michoacán una demostración de que esa enfermedad ha pasado también de los cárteles y la policía al resto de la sociedad? «Es también el resultado de la impotencia. En las guardias de autodefensa hay de todo. Desde extensiones armadas de los propios narcos que organizan a vecinos hasta, en efecto, reacciones espontáneas de la comunidad, hartas de ser expoliadas continuamente por el paso de los narcos que los extorsionan y violan a sus hijas sin ninguna intervención por parte de la autoridad».