El terrorista del 'breakdance'

Hakim, el padre del terrorista Saifeddin, el autor de la masacre de la playa de Susa.

Hakim, el padre del terrorista Saifeddin, el autor de la masacre de la playa de Susa. / periodico

MAYKA NAVARRO / GAAFOUR (Enviada especial)

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Les engañó a todos. A su padre, trabajador del ferrocarril. A su madre, entregada al cuidado de su hija pequeña enferma, después de haber enterrado al primero de sus cuatro hijos. A su tío, un anciano venerado en la familia. A su primo, con el que planearon mil veces viajar algún día al extranjero. Y a sus amigos, con los que montó un grupo de breakdance con el que se convirtieron en los más modernos de su pueblo.

Solo dos días antes de asaltar con un Kalasnikov el hotel Riu Imperial Marhaba de Susa y asesinar a 38 personas en nombre del Estado IslámicoSaifeddin Rizgui visitó a sus padres en la pequeña aldea agrícola de 6.000 habitantes de Gaafour, en el norte del país. «Estaba como siempre. Cariñoso. Es un buen hijo. Buen estudiante. Nunca pudimos imaginar que haría una cosa así. Jamás», explica la familia.

"NO LO SÉ. NO LO ENTIENDO"

Hakim, el abatido padre de Saifeddin, repite una y otra vez «nunca, jamás...» «No lo sé. No lo entiendo». Otras dos frases que no cesa de pronunciar cuando este diario, a las puertas de su casa, le pregunta si encuentra explicación a qué ha podido pasar con su hijo. Nadie lo entiende. Así se lo contó el matrimonio a la policía cuando fueron detenidos en cuanto se supo la identidad del terrorista. Ayer quedaron en libertad y regresaron a su casa. La mujer se encerró en la habitación con su hija pequeña y siguió llorando. No ha parado desde el viernes.

La casa de una sola planta baja y encalada ocupa todo un chaflán de una calle amplia y fresca por las sombras de varios árboles. Junto a la puerta principal hay un banco de obra desde el que Saifeddin grabó con su teléfono decenas de veces las coreografías de sus amigos. Lo recuerda Karim Jouini, su mejor amigo. «Yo era como su hermano mayor. Hace tres años se fue a estudiar a Kairouan y dejamos el grupo de baile. Pero era un buen hijo que visitaba a sus padres todas las semanas y nos veíamos siempre».

Él tampoco entiende qué le pasó por la cabeza. Angoudi Saleh se une a la conversación. Y enumera todas las cosas que hacía su amigo que se supone no hacen los radicales capaces de empuñar un subfusil de asalto y asesinar a sangre fría a 38 personas. «Vestía como nosotros, con pantalones tejanos o corto. Camisetas. Era presumido. Llevaba el pelo largo y le gustaba peinárselo con gomina para atrás. Le encantaba la música. Bailar. Nunca le vimos leer el Corán. Nunca hablamos de religión. Nunca llevó barba larga, ni corta. No tenía barba. No hablaba de la guerra».

La casa familiar tiene una única puerta que conduce directamente a un amplio patio con un grifo. No hay ropa colgada y unas macetas refrescan el espacio. Tras la cortina está la estancia donde descansa la madre. Sentado en un escalón, el padre se cubre el rostro con las dos manos y reza mientras llora. Sus vecinos le respetan, al hombre, y a toda su familia. Y apreciaban al «gentil» Seifeddin. No fumaba, no bebía alcohol y acudía los viernes que estaba en la aldea al rezo de la mezquita.

MIL PLANES PARA VIAJAR

«Nunca había salido de Túnez y tenía mil planes para viajar por el mundo». Lo cuenta Nissab, su primo, otro de los que se sienten traicionados por Saifeddin, y que más se atreve a decir que alguien tuvo que engañar al joven para que hiciera una locura como esa.

Un grupo de madres se acerca hasta la casa de la familia. Entran en silencio. El padre aprovecha para alejarse, cabizbajo, caminando sin rumbo hasta casi el final del pueblo. Hace años enterraron al hijo mayor cuando todavía era pequeño. Saifeddin era el segundo. El orgullo de la familia. Un buen estudiante que quería ser ingeniero de aviones. El tercer hijo tiene 17 años. Ayer ni se atrevió a acercarse por la casa. La única niña, la pequeña, enfermó hace dos años.

En la casa blanca de paredes desconchadas y con leña guardada en el tejado para el horno del pan, se lloraba a un hijo muerto. Los padres aún no habían podido ver el cadáver. Y ni siquiera han preguntado si lo recibirán para despedirle.

Alrededor de la vivienda, los amigos del joven se arremolinan bajo la sombra de uno de los árboles que refresca la calle. El calor es insoportable sin protección. Dos hombres, en dos sillas sobre la acera, contemplan en silencio el ir y venir de tristeza. «¿Cómo se vive cuando un hijo ha matado a tanta gente?», pregunta el más mayor. Los amigos que han crecido con Saifeddine no saben de qué manera llorar su ausencia. Para ellos era un héroe. Pero cuando bailaba breakdance.