La posguerra

La paz que incubó otra contienda

El canciller Joseph Wirth (centro) con la delegación soviética en Rapallo, 1922.

El canciller Joseph Wirth (centro) con la delegación soviética en Rapallo, 1922.

XAVIER CASALS

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Y MAÑANA:

Y 28. Repensar el conflicto bélico

La paz establecida en 1919 no impidió que en 1939 estallara otra gran conflagración, lo que plantea una cuestión importante: ¿Hasta qué punto la primera guerra mundial sentó las bases de la segunda? A continuación, mostramos como su legado puso los cimientos del conflicto de 1939 desde diversos ángulos.

En primer lugar, la paz de 1919 quiso excluir a Alemania y a la URSS de la esfera internacional y, como señaló el académico Eric J. Hobsbawm, su retorno a ella era inevitable. En 1922 ambos países rompieron su aislamiento cooperando entre sí con el Tratado de Rapallo. El corolario de su relación fue el pacto de no agresión entre Stalin y Hitler en 1939.

En segundo lugar, la reconstrucción de Europa impulsó un sistema de financiación que facilitó la expansión de la crisis de 1929: el plan Dawes. Establecido en 1924, consistió en otorgar créditos norteamericanos a Alemania para que reflotara y pagara sus indemnizaciones a Francia y Gran Bretaña, mientras estos países devolvían créditos de guerra a EEUU. El crack de 1929 truncó este mecanismo.

En tercer lugar, la Sociedad de Naciones no fue efectiva como árbitro internacional y la paz wilsoniana no consolidó  las democracias: las dictaduras proliferaron, el comunismo y el fascismo polarizaron Europa, y el afán de revancha de Alemania (por el Tratado de Versalles) y el de Italia (al no recibir territorios prometidos por los aliados) estimuló su imperialismo.

En cuarto lugar, en 1919 quedaron larvadas graves tensiones nacionalistas. Los expertos Francisco Veiga y Pablo Martín lo ilustran con un episodio de «limpieza étnica» de 1923 justificado porque «pacificaba» el Próximo Oriente. Fue bendecido por las grandes potencias y consistió en un intercambio de población entre Grecia y Turquía: 400.000 musulmanes helenos partieron a Turquía y 1.300.000 helenos de Turquía lo hicieron a Grecia, con un gran impacto sobre su población (4,5 millones de habitantes).

En quinto lugar, se perfiló el belicoso militarismo nipón. El historiador David Stevenson señala que el estado mayor japonés extrajo una lección de la derrota germana de 1918: para ser una gran potencia, su país debía ser autosuficiente adquiriendo territorios. De hecho, su imperialismo emergente se constató ya en 1915, en las llamadas 21 exigencias que Tokio formuló a Pekín, mostrando su voluntad de controlar China.

INESTABILIDAD / Por último, debe destacarse que el reparto del imperio turco entre las grandes potencias dejó unos territorios inestables porque sus nuevas fronteras eran ajenas a realidades políticas y culturales. Además, la agitación anticolonial efectuada en la Gran Guerra estimuló la insurgencia: británicos y franceses exaltaron primero «la emancipación total» de los pueblos «oprimidos por los turcos» y luego quisieron dominarlos.

Los vínculos de ambas contiendas dotan de unidad el período 1914-1945 desde distintas ópticas. Por ejemplo, como etapa de destrucción del viejo orden del llamado Antiguo Régimen (según sostiene Arno J. Mayer); como una larguísima guerra civil europea de lecturas diversas (como afirman Ernst Nolte o Enzo Traverso); o como una sucesión de contiendas imperialistas (como apunta Donny Gluckstein). Las dos grandes guerras, en suma, son inseparables.