Un patrimonio en ruinas

Siglos de historia, de un arte afiligranado, se han venido abajo por culpa del terremoto

Por los suelos 8 Un hombre sale entre lágrimas de un templo en ruinas de Bhaktapur.

Por los suelos 8 Un hombre sale entre lágrimas de un templo en ruinas de Bhaktapur.

XAVIER MORET

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La primera vez que viajé a Katmandú, en los años 70, hippies llegados de todo el mundo se pasaban horas sentados en las plataformas escalonadas del templo dedicado a Shiva, Maju Deval. Con pelo largo, pantalones afganos y mirada acuosa, contemplaban los infinitos detalles de las pagodas, el trasiego constante de la gente y el lento paso del tiempo en Durbar Square, la plaza del Palacio de Katmandú.

Las colas que siempre había en el templo dedicado a Ganesh, el dios elefante, la columna de Garuda y las varias pagodas levantadas en su mayoría entre los siglos XVII y XVIII para honrar a las distintas deidades budistas convertían Durbar Square en un maravilloso museo al aire libre, en un lugar lleno de vida asediado por devotos, peregrinos, sadhus, campesinos, hippies y turistas. Era tanta la vida de Durbar Square, declarada en 1979 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, que en una de sus casas vive todavía la Kumari, la niña diosa que es elegida cuando tiene entre tres y cinco años y deja de serlo con la primera menstruación.

Durbar Square, con la cercana Freak Street y las pensiones baratas de los alrededores, lo era todo en los años 70. Como lo era en 1966, cuando el explorador francés Michel Peissel llegó con los primeros turistas a Nepal, tal como él mismo cuenta en su delicioso libro Tiger for breakfast. Y lo seguía siendo hace un año, cuando visité Nepal de nuevo y me encontré con que había que pagar para entrar en la plaza un precio equivalente a unos 10 euros.

Monarquía derrocada

La actividad comercial, así como la mayoría de los hoteles y bares para occidentales, ya se había desplazado al barrio de Thamel, pero Durbar Square seguía ejerciendo de corazón de Katmandú. Por desgracia, sin embargo, esta plaza majestuosa ha sufrido el efecto devastador de un gran terremoto. Siglos de historia, de un arte afiligranado, se han venido abajo por culpa del seísmo e incluso el templo de tres pisos de Kasthamandap, de donde proviene el nombre de la capital nepalí, ha sido dañado. Contaban que databa del siglo XVI y que estaba hecho de la madera de un solo árbol, sin ningún clavo, resuelto todo con encajes.

El cercano Palacio Real, abierto al público en el 2008, después de que el pueblo derrocara a la monarquía que reinó durante 240 años, también ha sufrido daños, así como la elegante torre Dharahara, de 62 metros. Muchos de estos edificios ya tuvieron que ser reconstruidos tras el gran terremoto de 1934. Ahora Nepal afronta un panorama parecido que pone en peligro su principal fuente de ingresos, el turismo.

Otra plaza maravillosa es la que se levanta en la vecina Patán, una población real hoy prácticamente pegada a Katmandú. «Patán es una ciudad de ensueño en el mismo sentido que lo es Venecia», escribió Michel Peissel. «Ninguno de sus templos está fuera de lugar. Pero Patán no es una ciudad muerta. No tienes que cerrar los ojos para imaginar cómo era hace 400 años, pues nada ha cambiado».

La plaza de Patán, con sus majestuosos templos, esculturas y tallas de madera, seguía siendo hace tan solo unos días uno de esos lugares únicos que te transportan a otra época. Los templos dedicados a Krishna, con figuras sacadas del Mahabharata y del Ramayana, y a Shiva, vigilado por dos elefantes de piedra y con figuras eróticas dignas del Kamasutra, eran los que más llamaban la atención a los turistas. Hoy se sabe que han sido dañados, aunque parece que el de Shiva aguanta en pie, como el cercano palacio real.

El valle de Katmandú, un antiguo lago cubierto de verde, de unos 150 kilómetros de largo, contiene otros lugares maravillosos, como las estupas de Swayambunath y Bodinath (de la que se ha derrumbado la torre central, con aquellos grandes ojos que todo lo escrutaban) o el templo hindú de Passupatinah, un importante centro de peregrinación del siglo XVII, a orillas del río Bagmati, donde el ritmo de cremaciones se ha acelerado estos días por culpa de las numerosas víctimas del terremoto.

15 segundos fatídicos

A tan solo 13 kilómetros de Katmandú se encuentra Bhaktapur, otra ciudad espléndida cuya parte antigua está catalogada por la UNESCO, como sucede con las de Katmandú y Patán, como Patrimonio de la Humanidad.

Si bien en los últimos años Katmandú ha tenido un crecimiento desmesurado, con un exceso de construcciones, de coches, de motos y de contaminación, en Bhaktapur han sabido preservar su parte antigua prohibiendo el acceso de vehículos. Entrar allí suponía, hasta hace pocos días, sumergirse de golpe en el pasado, en una ciudad de estrechas calles empedradas, con hermosas casas de ladrillo y madera esculpida, ventanas con celosías y grandes plazas en las que se levantaban templos impresionantes.

La plaza del antiguo Palacio Real de las 55 ventanas y la pequeña plaza Taumadhi, donde se levantaba el bello templo de Nyatapola, una elegante pagoda de cinco pisos, ya no serán lo mismo después de este terremoto que ha barrido, en tan sólo 15 fatídicos segundos, muchos tesoros artísticos de Nepal.