El Papa tira piedras en Lesbos

El Papa con los refugiados, flanqueado por el patriarca ortodoxo y el arzobispo de Atenas.

El Papa con los refugiados, flanqueado por el patriarca ortodoxo y el arzobispo de Atenas. / periodico

RAMÓN LOBO

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Este Papa ha puesto patas arriba el lenguaje, el estilo de decir, sin cambiar una coma de las tradiciones, las costumbres y las normas de la Iglesia Católica. En este sentido, Francisco es un pontífice moderno, del tiempo en el que vivimos, porque ese es el camino que sigue la política en el primer mundo: prima el gesto sobre el contenido, la venta del artificio sobre la idea. En una organización tan conservadora, decir que él no es quién para juzgar a los gais o defender el derecho a la comunión de los divorciados recasados por lo civil parece un acto revolucionario.

El viaje a la isla griega de Lesbos fue simbólico, apenas duró unas horas; carece de la fuerza política para modificar el acuerdo UE-Turquía para deportar a miles de refugiados sirios, que entró en funcionamiento el 20 de marzo. Tampoco sirve para agitar el voto católico en Europa porque el voto ya no se moviliza ni para echar a los corruptos y mentirosos. En esta sociedad acrítica y sin apenas conciencia ética son esenciales las voces que predican la defensa de los derechos humanos, aunque procedan de una institución tan poco transparente como la Iglesia.  

Los papas disponen de un altavoz global para defender a los que no tienen voz ni nombre; solo estadística. Amnistía Internacional le había pedido que aprovechara la visita a Lesbos, puerta marítima de llegada de miles de damnificados, para denunciar el maltrato de los que escapan de la persecución, la guerra y el fanatismo.

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Este Papa ya había denunciado el dislate moral del acuerdo, que viola la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, y leyes tan básicas como la obligación de prestar auxilio a quien lo necesita. El campo de detención de Moria se ha convertido en un símbolo de la Europa intransigente, la Europa madrastra que se olvidó los valores, los principios y parte del Estado del bienestar en la crisis de 2008. Las autoridades de Lesbos se han afanado en borrar pintadas de apoyo como la de 'No Human Is Illegal'.

La fragilidad de Grecia

Grecia es el país más frágil de la UE: ha sufrido varios rescates y un ajuste que le han empobrecido aún más. Las medidas no eran para el salvamento de sus ciudadanos, sino para proteger a los acreedores, muchos de ellos bancos, un negocio en el punto de mira. Algunas entidades son cómplices del desvío de millones de euros de sus clientes más ricos a paraísos fiscales con el fin de evadir el pago de impuestos. Los mismos países de la UE que aprietan a Grecia las tuercas económicas, le afean el descontrol de sus fronteras. ¿No son europeas?

Sin poder real

En medio de tanta mudanza ideológica, ya denunciada en este espacio, en la que la izquierda habla como la derecha (Manuel Valls es el máximo exponte) y la derecha como la extrema derecha, el Papa parece un peligroso populista, un hombre de fe empeñado en denunciar injusticias. Le sucede como a Obama: seduce su lenguaje directo en un mundo de discursos burocratizados y vacuos; seducen sus promesas, pero al igual que el presidente de EEUU carece de un poder real para cambiar las cosas. Si no puede finiquitar la cultura de la impunidad en los casos de pederastia, cómo va a impedir un acuerdo entre los 28 países de la UE y Turquía, una autocracia que detiene a periodistas críticos, cierra medios de comunicación y se beneficia, según Putin, del

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contrabando del petróleo del Daesh.

Los refugiados corren el riesgo de acabar de nuevo en una zona de guerra. Algunas voces reclaman la creación de “zonas seguras” dentro de Siria para aliviar la presión sobre Turquía, Líbano y Jordania, además de la UE. En mayo de 1993, el Consejo de Seguridad de la ONU, donde se sientan los principales exportadores de armas, creó en Bosnia-Herzegovina cinco zonas seguras: Sarajevo, Bihac, Gorazde, Zepa y Srebrenica. Ya sabemos qué pasó en la última: más de 8.000 varones musulmanes asesinados por las tropas de Karadzic y Mladic.

Francisco tiene la obligación de la denuncia, como la tenemos los periodistas y las oenegés. Denunciar no evita las injusticias, pero la persistencia de una voz que grita puede llegar a despertar a la sociedad. Martha Gellhorn, que cubrió como periodista la Guerra Civil y en el Desembarco de Normandía, pronunció una frase que resume la exigencia de incordiar siempre al poder, lo tenga quien lo tenga: “Tiro piedras en un estanque, no sé qué efecto producen en el agua, pero yo al menos tiro piedras".