El Papa llama a una "envejecida" Europa a abrazar su humanidad

El papa Francisco, ayer en su aparición en Estrasburgo.

El papa Francisco, ayer en su aparición en Estrasburgo.

ROSSEND DOMÈNECH / ROMA

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«Queridos eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, una Europa que abrace la valentía de su pasado y mire con confianza su futuro para vivir con esperanza el presente». Europa «es una abuela que ya no es fértil, sino que lentamente está perdiendo su alma», añadió.

Son algunas de las palabras que el papa Francisco dirigió ayer a los 561 eurodiputados de 28 países, en una visita relámpago a la Eurocámara y el Consejo de Europa, de cuatro horas de duración, durante la que reprochó a las instituciones europeas estar «distantes de la gente» y «haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones».

La última vez que un Papa estuvo en Estrasburgo fue con Juan Pablo II, en 1988, cuando el muro de Berlín estaba aún por caer y el mundo estaba dividido en bloques de influencia que, de alguna manera, habían impuesto durante más de 40 años un cierto orden de las cosas a los europeos y al mundo. Desde entonces, «las cosas han cambiado mucho», dijo ayer Francisco, invitando a la Europa actual «a abandonar la idea del miedo y de la concentración sobre sí misma». «Frente a una Europa más amplia parece crearse la imagen de una Europa envejecida que tiende a sentirse menos protagonista».

Poco después visitó el Consejo de Europa, que es una institución surgida antes de la Unión Europea y que agrupa a más países que la UE, invitando a los 47 delegados de los gobiernos que lo integran a «una nueva colaboración social y económica, libre de condiciones ideológicas, que sepan afrontar el mundo globalizado». Ustedes son «la nueva plaza en la que todas las instancias civiles y religiosas pueden libremente confrontarse con las demás, manteniéndose separados y con diversidad de posiciones, animados exclusivamente por el deseo de verdad y edificación del bien común», dijo.

Francisco exhortó «a trabajar para que Europa redescubra su alma buena» e insistó en la necesidad de «construir una Europa que no gire alrededor de la economía». «No se puede tolerar -añadió- millones de muertos de hambre mientras se desechan alimentos».

IDENTIDAD CULTURAL

El Papa dijo a los representantes europeos que más allá de las instituciones, está la persona humana, por lo que «la promoción de los derechos humanos ocupa un lugar central en los compromisos de la UE». Sin embargo, añadió que «persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los que se puede programar la concepción, la configuración y la utilidad, para después ser tirados cuando ya no sirven, porque se han vuelto débiles, enfermos o viejos».

En este sentido, el Papa abordó en Estrasburgo el drama de la inmigración. Llamó a los europeos a «afrontar juntos la cuestión» y aseguró que «no se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio». «Europa -agregó- será capaz de hacer frente a las problemáticas asociadas a la inmigración si es capaz de proponer con claridad su propia identidad cultural y poner en práctica legislaciones adecuadas». Ahora bien, también pidió ante la inmigración «políticas correctas, valientes y concretas».

En su discurso al Consejo de Europa, hizo hincapié en que «el terrorismo religioso e internacional nutre un profundo desprecio por la vida humana y siega vidas inocentes de manera indiscriminada». Pero advirtió también sobre la existencia de un «terrorismo de Estado» y la inclinación a «masacrar a los terroristas», ya que «con ellos caen también otros inocentes».

A su llegada a Estrasburgo, el Pontífice fue recibido por el presidente del Parlamento Europeo (PE), Martin Schulz, que le dijo: «Tenemos una sorpresa para usted». La sorpresa que le tenía preparado el Parlamento al Papa era la presencia de una anciana alemana de 97 años, Helma Schmidt, quien le alojó en su casa de la ciudad de Boppard, en 1985, cuando el ahora pontífice estudiaba alemán en el Instituto Goethe.