La contienda

Oficiales y caballeros

T. E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, y el emir Abdullah.

T. E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, y el emir Abdullah.

XAVIER CASALS
Historiador

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Aunque el teatro principal de la Gran Guerra fue Europa, sus repercusiones fueron mundiales, como ilustran los avatares de dos militares de aura épica y romántica: Paul von Lettow-Vorbeck y Thomas Edward Lawrence, Lawrence de Arabia.

Lettow-Vorbeck tuvo en jaque a los ingleses en el África Oriental alemana (Tanzania) hasta el fin de la contienda, mientras que las colonias germanas de África occidental (Togo, Camerún y Namibia) fueron arrebatadas fácilmente por los adversarios de Alemania.

LETTOW-VORBECK, EN ÁFRICA / A fines de 1915 este coronel reunió a 3.000 blancos y a 11.000 africanos y se enfrentó a 80.000 soldados enemigos. Sus tropas nativas toleraban mejor el clima y las enfermedades que las fuerzas blancas e indias de los británicos, que tuvieron 31 bajas por esas causas por cada una en combate. Además, supo ganarse a sus áscaris o soldados indígenas: «El hombre superior será siempre más listo que el inferior, sin importar el color de su piel», dijo. Los ingleses reclutaron también tropas africanas, con lo que al final lucharon dos ejércitos negros.

Al concluir la guerra, Lettow-Vorbeck volvió invicto a Berlín, pero el conflicto dejó un rastro de desolación en África, como expresó un médico de sus tropas, Ludwig Deppe: «Ya no somos los [europeos] representantes de la cultura, a nuestro paso dejamos un rastro de muerte, pillaje o pueblos evacuados».

Los avatares del arqueólogo y oficial de inteligencia T. E. Lawrence reflejaron la importancia estratégica del mundo árabe, que ambos bandos quisieron utilizar en su provecho. Los alemanes esperaron que al declarar el sultán-califa turco la yihad a las tropas de la Entente, los musulmanes se alzarían contra los británicos, lo que no sucedió. Por su parte, los ingleses intentaron provocar una revuelta en Arabia para quebrar el imperio otomano. De ese modo, brindaron su apoyo a una nación árabe dirigida por el emir Abdullah ibn-Hussein, cuando se alzó con su hijo Faisal contra los turcos en octubre de 1916. Hussein tenía un valor simbólico que oponer al del califa turco, pues era hijo del jerife de La Meca, descendiente de Mahoma y rey de la Hejaz.

Lawrence fue su oficial de enlace británico y, buen conocedor del universo árabe, vio en Faisal a su líder más capaz y colaboró resueltamente a su éxito: planeó y participó en acciones militares y fue su consejero en la conferencia de paz de París en 1919. Pero ingleses y franceses habían firmado un acuerdo secreto en 1915 (conocido como Sykes-Picot) repartiéndose el imperio turco, lo que impidió crear el Estado prometido. Ante el trato dado a los árabes, Lawrence dimitió como asesor del Gobierno británico en 1922 y, en 1926, plasmó su testimonio en Los siete pilares de la sabiduría.

Las trayectorias de Lettow-Vorbeck y Lawrence reflejan como las grandes potencias hicieron de aprendices de brujo durante la guerra: al difundir tesis nacionalistas en el imperio otomano y enfrentarse entre ellas en África, introdujeron los gérmenes de destrucción de los imperios coloniales. El Irak de la posguerra lo acreditó: los turcos lo habían gobernado con 14.000 soldados y los ingleses necesitaron 100.000. Los tiempos estaban cambiando.