ANIVERSARIO DEL PRIMER USO DE UN ARMA DE DESTRUCCIÓN MASIVA

Un obús en el campo

Hospital de campaña en Ypres, fuera del alcance de la artillería alemana.

Hospital de campaña en Ypres, fuera del alcance de la artillería alemana.

ROSA MASSAGUÉ / YPRES

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Ver llorar a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, bregados en mil batallas y escaramuzas diplomáticas sobre guerras y violaciones de derechos humanos, no es cosa habitual. Pasó hace solo dos días, cuando estaban viendo un vídeo que mostraba los denodados y lamentablemente infructuosos esfuerzos de unos médicos sirios por salvar a tres niños de menos de 4 años víctimas de un ataque con gas de cloro ocurrido el 16 de marzo en la localidad de Sarmin.

Oficialmente no se ha responsabilizado a Bashar el Asad, aunque todos los indicios apuntan a su Gobierno. De confirmarse sería una pésima noticia, porque se supone que su arsenal de armas químicas fue eliminado el pasado año en un largo y complicado proceso de destrucción dirigido por la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ) por encargo de las Naciones Unidas.

LA COSECHA DE HIERRO

Ypres enseña muchas lecciones sobre el destino de las armas químicas. Cuanto ocurrió en aquel territorio hace 100 años está en el origen de la excelencia de la red de ocho laboratorios que tiene el Ministerio de Defensa belga para analizar las sustancias nucleares, radiológicas, biológicas y químicas. La red es uno de los 15 laboratorios de referencia de la OPAQ.

«Cada año siguen apareciendo bombas y munición que no han estallado, incluso armas químicas. Las encuentran los campesinos al arar sus campos o en las obras para la construcción de gasoductos u otras canalizaciones», explica Pol Lefevre, un guía entusiasta de la historia de aquella guerra. «Lo llaman la cosecha de hierro», añade.

GAS MOSTAZA

Hace poco más de un año, Johan Devriendt, un campesino del pueblo de Passendale, situado en el saliente de Ypres y célebre por sus quesos, estaba arando su campo de dos hectáreas y media cuando tropezó con docenas de obuses de gas mostaza. Allí, en 1917, los alemanes habían utilizado por primera vez la iperita.

Philippe François, el responsable del laboratorio químico, se felicitaba del hallazgo en una entrevista: «Es muy excepcional encontrar una cantidad tan importante de bombas». Lo es porque algunos de los productos no se degradan mientras lo hacen sus contenedores creando un riesgo de fugas que pueden causar daños difíciles de prever.

Lo saben, por ejemplo, algunos expertos del Ejército de EEUU que fueron a Irak, supuestamente en busca de las armas de destrucción masiva que se suponía almacenaba Sadam Husein, y lo que encontraron fueron unas 5.000 armas químicas en mal estado procedentes de viejos programas abandonados que el tirano de Bagdad había desarrollado en los años 80 con la ayuda de empresas occidentales. Algunos soldados resultaron heridos y la información es secreta.