Obama relanza su liderazgo global

Barack Obama, en su intervención sobre el ébola, el viernes en Washington.

Barack Obama, en su intervención sobre el ébola, el viernes en Washington.

RICARDO MIR DE FRANCIA / NUEVA YORK

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La Asamblea General de Naciones Unidas se abrió esta semana con un diagnóstico sombrío. «Este año el horizonte de la esperanza se ha ensombrecido. Nos conmocionan actos aberrantes y muertes de inocentes. Los fantasmas de la guerra fría vuelven a perseguirnos. Y hemos visto como parte de la primavera árabe degeneraba en violencia», dijo su secretario general, Ban Ki-moon, al abrir la sesión. No acabó ahí la letanía. Ban habló de los estragos del ébola, de la proliferación de las guerras o del auge de la intolerancia. Y subrayó que, desde el final de la segunda guerra mundial, no hubo nunca tantos refugiados y desplazados ni la ONU tuvo que prestar tanta ayuda de emergencia.

Las causas de todos estos males son diversas y complejas, pero una opinión muy extendida achaca este desorden al supuesto declive del liderazgo de EEUU. Desde que asumió el cargo hace casi seis años, su presidente, Barack Obama, reconoció las limitaciones del poder estadounidense y se negó a seguir siendo el policía del mundo. Instó al resto del mundo a asumir su parte de responsabilidad en la seguridad global y, constreñido por la crisis económica, pilotó un repliegue de la esfera internacional. Tras décadas de construcción nacional en los Balcanes, Afganistán o Irak, era hora de hacerla en casa.

Apoyo de la opinión pública

 Alérgico a la intervención militar en su forma más convencional, asistió impasible a la carnicería siria y trazó «una línea roja» que después no castigó al demostrarse que el régimen de Bashar al Asad había gaseado a su propia población. El resultado fue el desconcierto entre sus aliados.

Desde las cancillerías aliadas se corrió la voz de que Obama no era de fiar y sus críticos advirtieron de que el vacío dejado por EEUU estaba envalentonando a sus adversarios. Rusia se anexionó la Crimea ucraniana y China sacó músculo en las disputas territoriales con sus vecinos.

Pero el fanatismo y las conquistas del Estado Islámico (EI), cuyo poder subestimó inicialmente el espionaje estadounidense, cambiaron la ecuación. Con el respaldo de la opinión pública a su objetivo de «debilitar y destruir» a los yihadistas y con sus aviones bombardeando Siria e Irak, se ha visto a un Obama más asertivo en su liderazgo.

Un liderazgo que ha brillado especialmente en esta Asamblea General de la ONU. «Se enfrentaba al desafío de convencer al mundo para que participara en la acción directa contra el EI», dice por teléfono Peter Feaver, quien sirviera en el Consejo de Seguridad Nacional con Bush y Clinton. «Hay algunas señales de éxito, aunque es pronto para cantar misión cumplida».

Pese a la supuesta desconfianza que Obama generaba entre los aliados de EEUU, cerca de 60 países se han sumado a la coalición contra el EI. Cinco Estados árabes participan en los bombardeos sobre Siria, mientras Dinamarca, Holanda, Bélgica y Australia han aceptado aportar sus cazas para atacar a los yihadistas en Irak. «Un argumento que debería aparcarse por el momento es la idea de que Obama es un solitario irredimible incapaz de forjar alianzas», escribía Jeffrey Goldberg en The Atlantic.

Unanimidad

La cita en la ONU también sirvió para levantar la arquitectura de otro de los pilares de la estrategia del presidente, un marco legal para frenar el flujo de combatientes extranjeros a Irak y Siria y secar sus redes de reclutamiento.

La resolución fue aprobada por unanimidad en el Consejo de Seguridad, con el voto de Rusia incluido a pesar del feroz ataque que Obama lanzó a Moscú por sus acciones en Ucrania unas horas antes. «A Rusia le preocupan los combatientes extranjeros tanto o más que a nadie porque muchos son chechenos», explica el diplomático Daniel Serwer, profesor en la universidad John Hopkins. «Acabo de volver de Rusia -añade- y los rusos están plenamente a bordo».

Costes de las intervenciones

Obama también ejerció el mando durante la reunión de alto nivel sobre el ébola, después de que su país haya mandado a 3.000 soldados al África occidental para tratar de contener la enfermedad. «No es momento para muchas discusiones ni para esperar a ver qué es lo que hace el otro. Todo el mundo tiene que moverse con rapidez para poder hacer la diferencia», dijo durante la reunión. Para el profesor Serwer, la incapacidad para contener el ébola o el auge del Estado Islámico tiene una misma raíz: la fragilidad de los Estados donde están haciendo estragos.

«El presidente ha sido muy reacio a hacer construcción nacional en el extranjero y eso es un error. Ahora estamos pagando los costes», afirma Serwer. La experiencia desastrosa de Irak y, en menor medida, de Afganistán, explican por qué Obama ha dedicado tan poco tiempo y dinero a apuntalar las instituciones de otros Estados, pero Serwer arguye que en regiones como los Balcanes o algunos países de África los resultados fueron positivos.

Durante estos años, Obama ha hablado a menudo de los costes de las intervenciones de Estados Unidos para justificar su tendencia a no precipitarse. «Lo que hemos visto en los últimos tiempos es el coste creciente de la inacción», comenta Peter Feaver. «Lo que está haciendo ahora es tomar algunas medidas para revertir los costes de su falta de acción».