Una política de clase trabajadora que no se arruga ante la pandilla de chicos de Eton

La ministra principal de Escocia, la carismática Nicola Sturgeon, ha tomado la iniciativa y hace frente con diligencia y sentido común a la crisis abierta por el 'brexit'

Nicola Sturgeon.

Nicola Sturgeon. / periodico

BEGOÑA ARCE / LONDRES

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Nicola Sturgeon se fue el miércoles a Bruselas para dejar claro que Escocia es Europa y quiere seguir siéndolo. A Sturgeon, como al resto de la clase política británica, el resultado del referéndum le pilló completamente por sorpresa. Pero a diferencia de la parálisis del Gobierno de David Cameron y el lamentable desbarajuste en que se halla el Parlamento de Westminster, la ministra principal de Escocia se puso inmediatamente manos a la obra, para paliar en lo posible el desaguisado. Cruzarse de brazos no es su estilo.

En una crisis sin precedentes, Sturgeon ha dado una lección de diligencia y sentido común a la arrogante pandilla de chicos de Eton que se han jugado el destino del Reino Unido como si se tratara de una partida de póquer.“La ministra principal ha respondido al voto del ‘brexit’ con su habitual habilidad y con un compromiso pro-europeo elogiable, comparado con las equivocaciones de Jeremy Corbyn o las fanfarronadas de Boris Johnson”, la elogiaba el editorial del diario 'The Guardian' titulado, "Nicola Sturgeon habla por Gran Bretaña sobre el voto de la pasada semana".

CONTRA THATCHER

La líder escocesa, a punto de cumplir 46 años, casada, sin hijos, no pertenece a las clases adineradas, ni forma parte del 'establishment', pero tampoco saca a relucir sus orígenes de clase trabajadora para hacer populismo fácil. Hija de un electricista y una enfermera dental, estudio derecho en la universidad de Glasgow, la ciudad que adora. Su pasión por la política fue prematura, -comenzó a militar en el Partido Nacional Escocés (SNP) a los 16 años – y se debió a Margaret Thatcher. “Crecí en los días oscuros de la ‘Dama de Hierro’”, ha recordado. 

“Fui testigo de la destrucción de nuestras comunidades y del tejido industrial de Glasgow”. Después de perder varias veces las elecciones, se convirtió en diputada del parlamento escocés en 1999.

Al amparo de su predecesor, Alex Salmond, desde el 2004 se fue curtiendo. Ambos formaron la pareja perfecta. Salmond era el líder apasionado, vehemente, excesivo, querido y detestado. Ella, una figura discreta y reflexiva, normal, que atrajo al voto de las mujeres, como más tarde atraería el de la gente joven. Juntos triunfaron en las elecciones del 2007 y en el 2011 lograron para el SNP la mayoría absoluta en el parlamento autónomo.  

Tras el voto fallido por la independencia y la dimisión de Salmond como líder del partido y ministro principal, llegó el momento de Sturgeon. Con su pelo corto, una vestimenta clásica, siempre correcta, pero anodina, y una seriedad que esconde un rápido sentido del humor, los que pensaron que carecía de carisma se equivocaron.

Sturgeon ha establecido una corriente afectiva y emocional con sus votantes, que ha revitalizado el nacionalismo escocés. A pesar de perder el referéndum, el SNP logró un ascenso fulgurante en el número de militantes. En aquella campaña y en las elecciones del 2015 recorrió cada rincón de Escocia.

CERCANA A LA GENTE

Mientras el resto de los políticos eludían el contacto con la calle y marcaban las distancias con mítines a puerta cerrada, Sturgeon se codeaba con la gente, provocando un entusiasmo raramente visto a estas alturas en la política. “Si Hillary Clinton quiere una lección de cómo alguien puede parecer “real” y “cotidiana” a los votantes puede mirar a la líder del SNP”, comentó el 'Financial Times'.  

El resto del Reino Unido la descubrió en los debates electorales en televisión, donde siempre logra las mejores puntuaciones. Con Sturgeon la audiencia sabe a qué atenerse. Quiere la independencia de Escocia, lo dice y pide el voto. De esa forma llegaron a Westminster cincuenta diputados del SNP, un logro impensable.

La prensa conservadora la llamó “la mujer más peligrosa de Gran Bretaña”. Ahora, incluso los ingleses, que aborrecen el nacionalismo, reconocen su talla y la respetan. Algunos suspiran y en secreto  desearían tener a alguien como ella en Downing Street.