20º ANIVERSARIO DEL FIN DE LA GUERRA DE BOSNIA. 4

El muro oculto de Mostar

Al contrario que Berlín o Belfast, Mostar nunca tuvo una barrera física, pero algunos muros son invisibles. Los intentos de reunificar la ciudad en las dos décadas transcurridas desde el fin de la guerra de Bosnia han fracasado.

La ciudad del río Neretva ha recuperado el turismo pero está más dividida que nunca

MONTSERRAT RADIGALES

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Hace ya algunos años que el turismo ha vuelto en masa y lo cierto es que esta ciudad, atravesada por el río Neretva, lo merece porque es de una belleza extraordinaria. Aún quedan huellas físicas de la guerra bien visibles en el paisaje urbano, pero nada comparable a hace unos años. Mostar, capital de la región de Herzegovina, fue una de las ciudades que sufrió una mayor destrucción durante la guerra que asoló Bosnia entre 1992 y 1995.

Bombardeada primero por las fuerzas serbias y, a partir de 1993, escenario de una guerra dentro de la guerra, esta vez entre las milicias croatas y el Ejército de Bosnia, Mostar quedó dividida entre el este, de mayoría bosníaca (musulmana) y sometido a un cerco feroz, y el oeste, casi exclusivamente croata tras la expulsión de la población bosníaca. La destrucción por parte de las milicias croatas del Stari Most Stari Most(Puente Viejo), una joya otomana del siglo XVI, causó conmoción mundial.

Las armas callaron en Mostar en marzo de 1994 -un año y medio antes del fin de la guerra en Bosnia- gracias a un acuerdo de paz entre los dirigentes croatas y los bosníacos logrado con la mediación de EEUU. Pero la división de la ciudad ha perdurado hasta nuestros días.

Un paseo por Mostar da una sensación de normalidad y pujanza. Los turistas pasean por la ciudad vieja y disfrutan de un paisaje encantador; las terrazas de los cafés y restaurantes, a uno y otro lado del río, están abarrotadas. Pero no hay nada de normal en la situación política y en la fractura humana. Para empezar, hace casi tres años que la ciudad no tiene un Consejo Municipal sino un alcalde en funciones, Ljubo Beslic (croata), que gestiona el día a día pero no puede tomar decisiones.

LA FRACTURA

Resulta imposible relatar en este espacio todos los detalles políticos y jurídicos sobre cómo se ha llegado hasta aquí. Pero, en esencia, ocurre que el mandato del Consejo Municipal terminó en el 2012 y la ciudad se vio imposibilitada de celebrar elecciones municipales cuando aquel mismo año tuvieron lugar en toda Bosnia. La razón es que los croatas llevaron al Tribunal Constitucional -que les dio parcialmente la razón- el Estatuto de Mostar, impuesto en el 2004 por el entonces Alto Representante internacional, Paddy Ashdown. En un esfuerzo por reunificar la ciudad, Ashdown sustituyó las seis municipalidades existentes -repartidas entre croatas y bosníacos- por seis distritos electorales. El hecho de que todos aportaran los mismos concejales, en busca de un equilibrio étnico, pese a que no todos tenían la misma población, sembró la discordia.

Mostar tiene en teoría una única Administración municipal y un único presupuesto, pero esta unidad se queda en el papel. En la práctica tiene compañías de agua y electricidad separadas, universidades separadas, escuelas separadas, y hasta cuerpos de bomberos separados.

«Es muy difícil educar a tus hijos en este ambiente», señala Amela, una bosniaca casada con Davor, un croata. «No dejamos que la guerra destruyera nuestro matrimonio», explica.

«Lo más triste es que el sistema escolar está dividido. Los niños croatas y bosníacos van a escuelas distintas. Solo hay una escuela secundaria que tiene alumnos tanto croatas como bosníacos, pero van a clases separadas y tienen programas separados», explica la mujer. «Estamos haciendo crecer una generación dividida. Espero que no haya conflicto, pero la situación en Mostar es tan frágil que puede estallar en cualquier momento. La falta de visión de los políticos está destruyendo este país; son todos los mismos que hace 20 años», se lamenta.

Arnela Naziric también es bosniaca, tiene 34 años y vive en el este. «El que quiere sentir la división, la siente. Hoy he pasado el día en la piscina en el lado croata», asegura. Allí, en el lado croata, Olga, de 70 años, opina de forma similar: «Es la gente la que divide la ciudad; está dividida en la cabeza de muchos. Hay gente que no va nunca al otro lado».

Cierto, algunos cruzan la invisible línea divisoria para algo puntual. Pero después, cada cual se vuelve a su casa. O sea, al otro lado.