NÓMADAS Y VIAJANTES

A mulá muerto, mulá puesto

RAMÓN LOBO

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El anuncio de la muerte del mulá Mohamed Omar, fundador y líder del movimiento de los estudiantes coránicos, conocido como los talibán, nos tiene desconcertados. Hay más preguntas que respuestas. ¿Por qué se mantuvo en secreto durante dos años si, al parecer, falleció en abril de 2013 por causas naturales? ¿A quién beneficia la publicidad de la noticia cuando arrancan las negociaciones entre el Gobierno de Kabul y los talibanes que podrían poner fin a 35 años de guerras civiles?

Es posible que las cosas sean simples, que la decisión de mantenerlo en secreto sea del mulá Akhtar Mansur, de 50 años, número dos y nuevo jefe de un grupo que controla una parte importante de Afganistán. Su objetivo sería asegurarse el poder, ganar tiempo para situar sus peones y tomar decisiones diciendo que procedían del mulá Omar. Una manera de garantizarse la obediencia.

El mulá muerto es una figura legendaria entre los pastunes, su etnia. Es posible que no tuviera el mando militar efectivo desde hace años, pero conservaba intacta el aura espiritual. Una de las esencias del mito era su invisibilidad: apenas existen fotos de él. No se le ha visto desde finales de 2001. Solo unos pocos comandantes tenían acceso, entre ellos su hijo, el mulá Mohammad Yaqoub, y su hermano, el mulá Abdul Manan y, por supuesto, Akhtar Mansur. Desde 2013 solo tenía acceso Mansur, lo que levantó las sospechas de los familiares, los primeros en especular con la muerte del líder supremo.

La guerra está entrampada y sin salida desde 2007, cuando la iniciativa militar pasó de las tropas estadounidenses a los talibán. Fue un regalo del presidente George W. Bush que consideró logrados los objetivos de expulsar a los talibanes y se puso a invadir otros países. Hoy Irak, Siria y Afganistán pagan el precio.

ZONAS PASTUNES

Ninguna de las partes puede ganar sobre el campo de batalla. Mientras que haya un solo B-52 norteamericano sobrevolando Kabul, los talibanes no pueden tomar la capital y el Gobierno pro-occidental de Ashraf Ghani no puede vencerles porque carece de apoyos en las zonas pastunes, donde surgen los talibanes.

El nuevo líder estaría a favor del diálogo, lo mismo que Pakistán, su patrocinador. Para ser precisos habría que decir «la agencia de inteligencia militar» de Pakistán. El Gobierno de Islamabad es un presunto aliado de Washington, como lo es el de Arabia Saudí, pero ambos van por libre, incluso contra los intereses de EEUU. En Afganistán, Islamabad juega su partida contra la India. Su ceguera política solo es comparable a la nuestra. Afganistán y Pakistán comparten una frontera porosa no reconocida entre ellos que afecta a las zonas tribales paquistanís, también pastunes que se hacen llamar talibanes, y fuente de númerosos conflictos.

La filtración de la muerte del mulá Omar perjudica a las negociaciones para acabar la guerra, a Mansur y a EEUU, que ve en el diálogo una salida honrosa a la trampa militar en la que aún se encuentra atrapado. EEUU ofreció diez millones de dólares de recompensa por el mulá Omar, pero nunca tuvo interés en buscarle; su enemigo oficial era Al Qaeda. Era su as en la manga.

Algunas facciones que apoyan al Gobierno de Kabul rechazan un compromiso con los talibanes que tildan de capitulación. Entre los comandantes talibanes existe una resistencia similar: no desean compartir un poder porque todavía creen que lo pueden conquistar por la fuerza. Nadie parece leer la realidad. Hay noticias difundidas por varias fuentes de que la Shura de Quetta, reunión de la plana mayor talibán para elegir el sucesor del mulá Omar, acabó mal y expuso las diferencias entre las distintas corrientes.

En contra de Mansur estaría Yaqoub, el hijo de mulá Omar, y su tío Manan, que acusan a Mansur de engaños y de haber secuestrado el movimiento. El nuevo líder tiene también en contra a varios comandantes militares, entre ellos Abdul Qayum Zakir, expreso de Guantánamo. Los disidentes favorecían la elección del mulá Abdul Ghani Braradar, cofundador de los talibán y exnúmero dos de Omar, o al hijo del mulá difunto, pese a su juventud.

Esta situación hace pensar que los talibanes pueden escindirse en dos o varias facciones, e incluso pelear entre ellos, algo que favorecería la expansión del Estado Islámico en Afganistán. Algunos comandantes menores ya le han rendido su obediencia. Igual que el mulá Omar, el Estado Islámico desempeña un papel simbólico. Mansur ha elegido como número dos a Sirajuddin Haqqani, jefe de la Red Haqqani, cuyo padre murió hace un año, según se informó ayer. Esta Red Haqqani es responsable de los atentados más brutales de los últimos años. Que nadie espere milagros.