Mujica deja huella

El presidente saliente José Mujica, de hábitos ascéticos, a bordo de un tractor, en sus tierras en las afueras de Montevideo.

El presidente saliente José Mujica, de hábitos ascéticos, a bordo de un tractor, en sus tierras en las afueras de Montevideo.

ABEL GILBERT / BUENOS AIRES

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Tenemos que hacernos preguntas sencillas: ¿Vivimos mejor o peor? ¿Tenemos confianza en el porvenir o no?». La voz de José Mujica sonó horas atrás en los micrófonos de la radio pública, escenario de sus conversaciones semanales con los uruguayos, con un ímpetu contenido. Cerca de los 80 años, y después de haber vivido tantas vidas -la del insurgente irredento, el preso vitalicio, el superviviente autocrítico y, por último, el estadista moderado-, Mujica sobreactuó su neutralidad imposible en la campaña electoral con vistas a los comicios del domingo.

Como si fuera un Pepe más allá del bien y el mal. Pero en este país donde todos se conocen, se sabe que el corazón de Mujica prefiere, aunque con reticencias, a Tabaré Vázquez, el oncólogo que en el 2004 inauguró la era del Frente Amplio (FA) en el poder y cuya posta quiere retomar a partir de mañana domingo de mano del actual y carismático presidente. Para eso debe vencer a la entente de Blancos y Colorados. ¿Cuánto podrá hacer Mujica por su compañero del FA?

Mujica se acerca al final de su mandato con un 58% de aprobación interna. Fuera de Uruguay, su figura adquiere ribetes incluso más seductores: se fascinan con los hábitos ascéticos del presidente que dona sus honorarios y prefiere vivir en una modesta chacra en los bordes de Montevideo; el panteísta que cultiva hortalizas y flores; que no usa correo electrónico, ama la naturaleza y que, bajo su gestión, convirtió a Uruguay en el primer país de la región en aprobar el aborto y, más excepcionalmente, en el que legalizó la producción, distribución y venta de marihuana. «No hay adicción buena, salvo el amor», predica, con su voz aflautada. Pepe ha llegado a sensibilizar a los hieráticos observadores de The Economist. Para la revista inglesa, Uruguay fue en el 2013 el país del año.

Con Mujica, Uruguay completó 11 años consecutivos de expansión, el período más largo en la historia. Agricultura, ganadería, turismo, empresas de software, 12 zonas de libre comercio y una fuerte banca motorizaron este crecimiento. Desde que gobierna el FA, se redujo la pobreza del 40% al 12,4%. En el 2002, el paro era del 22%. En la actualidad, del 6,9%. El ingreso per cápita es de 16.332 dólares al año. «Somos un país pequeño, y por eso no incidimos. Si habríamos sido grandes, se diría que la socialdemocracia se fundó en Uruguay», le confesó a una televisión extranjera. A los uruguayos les habla en cambio con mayor bonhomía: «El domingo todos debemos de marchar con nuestros acuerdos y diferencias en una marcha alegre y respetuosa. No es una guerra ni es el fin de la historia. Es apenas un escalón importante».

UNA TENSA RELACIÓN

Todavía le falta para irse a su chacra pero cree que ya se lleva «la fidelidad de los más humildes, el andar por la calle y que me griten Pepe». Y, sin embargo, dice el encuestador Adolfo Garcé, Mujica, con todo lo representa, no tiene un mayor peso en esta contienda que se dirime entre Vázquez y un Luis Lacalle Pou que, a sus 40 años, invoca su juventud high tech frente a una dirección política septuagenaria y promete mantener lo que se ha hecho bien.

Para colmo, la relación entre Mujica y Tabaré no es de las mejores. El oncólogo criticó la legalización del aborto y calificó de insólita la legalización del canabis. Cuando Pepe habló de «los retrógrados» muchos miraron al imperturbable Vázquez. Nunca llegaron a pelearse. Es más, el candidato del FA, para ganar los votos que le faltan, advirtió de que, si es derrotado en segunda vuelta, «hay logros que se pueden perder». Todo puede ocurrir. Hasta Mujica lo intuye.