Morir sin foto en Siria

Ante esa guerra, Europa alimenta su conciencia con imágenes como las de los niños Omrán o Aylán, conviertidas en iconos y olvidadas a toda velocidad

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RAMÓN LOBO

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Entre la imagen del niño Omran Daqneesh y la de Aylan Kurdi ha pasado casi un año. El primero tiene cinco años y está vivo en Alepo, una ciudad siria martilleada por la guerra. El segundo tenía tres y murió ahogado cuando su familia trataba de llegar a Europa, que entonces era el Eldorado, un lugar para escapar y reconstruir una vida.

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Desconozco por qué una imagen se transforma de repente en un icono. En los casos de Omran y Aylan  tiene mucho que ver que aún estamos de veraneo informativo, un tiempo de supuesta escasez de noticias políticas.

La imagen del cadáver del niño Kurdi flotando frente a una playa turca provocó una gran conmoción. En apenas seis horas se había reproducido doce millones de veces en las redes sociales a una velocidad de 53.000 retuits por hora. Si no fuera tan macabro se podría decir que fue un trending topic. Cuando algo se mueve de esa manera en Internet, los líderes occidentales se ven obligados a pronunciar frases redondas y a formular promesas que jamás cumplirán. El juego consiste en subirse a la ola de la emoción colectiva y esperar a que esta baje unos días después.  

Aylan Kurdi murió antes de los ataques de París de noviembre y de los de Bruselas, en marzo de este año; mucho antes de que la psicosis colectiva de seguridad empujara a los Gobiernos democráticos de la UE a alcanzar a acuerdos indecentes con un país escasamente democrático. El nuevo objetivo era frenar el flujo de refugiados sirios y devolver a muchos de los que lograron entrar en Europa.

Ha pasado casi un año y ahora nos volvemos a conmover por otro niño: Omran, una víctima de Alepo, ciudad reducida a escombros en un conflicto en el que es difícil escoger los buenos, más allá de las víctimas de la suma de todos los bandos. Omran ha sobrevivido a un bombardeo en el distrito de Al Qaterji. Según el Aleppo Media Centre, que pertenece a la oposición, fue un ataque ruso. La imagen de Omran tuvo más de 350.000 visitas en las primeras 24 horas y decenas de miles de retuits. Así se mide hoy el peso de cada noticia, de cada desgracia.

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Han pasado más de cinco años de guerra en Sirialos muertos superan los 400.000, según la ONU, cifra que ya se ha quedado vieja. Solo en Alepo, superan los 30.000. La web I Am Syria eleva la cifra total a 450.000; de ellos, 50.000 son niños sin foto que en su inexistencia gráfica y narrativa, carecen de valor y de una vida que contar.

El personal sanitario de Alepo y de otras ciudades del país se enfrenta a diario al drama de una cura en condiciones de escasez. Apenas salen noticias contrastadas de Siria, más allá de las que emiten los periodistas locales o los grupos de derechos humanos, porque grupos de iluminados han decidido convertir la guerra contra Bashar el Asad en un negocio privado. Sin periodistas debido a los secuestros, solo tenemos silencio y muy de vez en cuando una foto que zarandea conciencias.

TODO REDUCIDO AL FOGONAZO

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Vivimos en la cultura de la instantaneidad; todo se reduce a un fogonazo, a un flash. Luego nada, vacío, oscuridad. No somos mejores como sociedad que los líderes a los que tanto criticamos. Ambos somos productos de un mismo tiempo audiovisual e insustancial en el que han desparecido las historias, la paciencia y las personas. Solo nos alimentamos de iconos, de posters, no de voces.

Jonathan Bachman, de Reuters, fotografió en julio la detención de Leshia Evans en Baton Rouge. La recordarán bien: una mujer negra y alta, elegante y con un vestido gris que se deja detener por dos policías que parecían arrancados de Irak o de una película de Mad Max. Esta vez no era un niño ni un conflicto lejano, sino otro tipo de guerra invisible para muchos: la del racismo y el abuso policial en EEUU.

Las fotos icónicas son como los trending topics, los impactos en las webs o el prime time en televisión: solo palabras de consumo interno que sirven para dar peso a lo que no entendemos. No entendemos Siria ni Irak ni el terrorismo islamista.

Seguimos al pie de la letra el proverbio chino del dedo que señala la Luna y el idiota que solo se fija en el dedo. El último ejemplo es el burkini. Lo resumía bien un tuit de esos que caen del cielo de vez en un cuando: el Daesh se empeña en cubrir a las mujeres y nosotros nos empeñamos en desvestirlas. Si queremos la liberación de mujer sin importar su nacionalidad hay que pelear sin concesiones por su derecho más importante: la educación.