LOS ROSTROS DE LA GUERRA
Mohamed Alí Assaghir
El abuelo convertido en padre de huérfanos por un misil tierra-tierra
En Siria es una arraigada costumbre social presentarse en las casas ajenas sin avisar, en especial en las horas que suceden a la puesta de sol. Las puertas siempre están abiertas para vecinos, amigos y conocidos quienes, tumbados en los colchones de la estancia principal y acompañados de un vaso de té o de una taza de café amargo, dan conversación al cabeza de familia.
Lo que nunca pudo imaginar Mohamed Alí Assaghir, de 50 años, es que una de esas espontáneas visitas crepusculares le permitiría continuar en el mundo de los vivos y driblar a una muerte segura, aunque eso sí, sin casa, esposa e hijos, y al cargo de varios huérfanos de guerra, a quienes tendrá que educar y alimentar pese a acumular sus cansadas espaldas cinco decenios, edad que en un país como Siria ya se considera al borde de la ancianidad.
«Los Scud -nombre genérico con el que denominan los sirios a los misiles tierra-tierra con que el régimen bombardea los bastiones opositores desde una distancia de cientos de kilómetros, aunque todavía no se haya podido determinar el tipo exacto de cohete- siempre caen de noche», rememora Mohamed, queriendo enfatizar el componente de castigo a la población civil que tiene cualquier bombardeo contra un núcleo habitado realizado en hora nocturna. El proyectil arrasó una veintena de casas de un barrio opositor de Alepo, incluyendo la de Mohamed, cerca de las nueve y media vespertinas, matando en el acto a todo ser humano que se hallara entre sus paredes.
RUINAS DEL BARRIO/ Mohamed, ausente del hogar aquella noche, se desgañita frente a las ruinas de su barrio. La tragedia, más que sumirle en la desesperanza, le azuza la rabia hacia quienes cree responsables del ataque, respuesta que contrasta con la de su aturdido vecino, Mohamed Abu, aún en estado deshock, quien apenas logra articular palabra cuando se le pregunta por la familia.
«Ahora tengo a mi cargo siete niños (nietos) sin padres, no tengo casa. He perdido 10 millones de libras» (unos 100.000 euros), se desespera. A tenor de su reacción, el suyo será un odio visceral, de esos que perdurarán en el tiempo. «Si tuviera a Bashar el Asad ante mi, lo mataría de inmediato», admite, sin esconderse. Y mientras vocifera, encabeza una improvisada visita guiada a través de un caótico conjunto de bloques de hormigón colgantes y paredes reventadas, restos de lo que fue, hasta hace poco, la vivienda familiar.
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