Miliband, el mejor aliado de Cameron

ALBERT GUASCH

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La gran suerte de David Cameron se llama Ed Miliband. El líder laborista tiene el carisma de un cactus. Rígido como un alfiler, de expresión permanentemente disgustada, incapaz de transmitir unos mínimos de naturalidad en pantalla, Miliband no está consiguiendo galvanizar el descontento o la furia que borbota en la Gran Bretaña que no es Londres.

Puede que esté sobrevalorado el atributo de la telegenia y cómo se proyecta el político en televisión, pero así parecen funcionar las cosas, y eso está jugando en favor del primer ministro británico, cuyo balance de resultados tras cinco temporadas en Downing Street contiene material más que suficiente para la explotación electoral por parte de un adversario algo hábil.

La recuperación económica es frágil, los sueldos lejos de Londres son bajos, la desigualdad es abisal, el deterioro de la sanidad pública es motivo de agrio lamento... La lista básica de quejas nos suena familiar, aunque uno diría que ahí todo resulta más acusado, incluido el ensimismamiento capitalista de la capital.

Aun así, Cameron cuenta con una ligera ventaja en unos sondeos que se están mostrando bastante consistentes a lo largo de las semanas. Otra cosa es que con quién se las tendrá que apañar para formar coalición, de confirmarse su triunfo. Ya se hablará de ello con profusión a partir del viernes.

Hoy se habla del desliz de Cameron, de que las elecciones son determinantes para su propia carrera política, «quiero decir, para el futuro del país». ¿Qué sería de una campaña sin estas entretenidas pifias? Son anécdotas que van muy bien para construir una tesis, como ocurre hoy, de que el premier criado en Eton solo se interesa por sí mismo y se distancia cada día más del británico que sufre, y así lo demostraría el fallo freudiano.

La pifia ha tapado durante un rato lo otro, lo determinante que es para el Reino Unido que gane Cameron y, adaptando sin rubor sus principios a las encuestas, celebre el referéndum para la salida de la UE. También lo determinante que es que Escocia, curiosamente más nacionalista que nunca, abra una nueva consulta para quedarse en Europa y, por tanto, romper con los británicos, si estos optasen por soltar amarras con Bruselas.

De esta vinculación ha hablado Miliband, y también el liberaldemócrata Nick Clegg. Pero al segundo ya nadie le escucha y el primero no se sabe hacer escuchar. Así las cosas, Cameron parece tener las de ganar. «Quien crea en sus promesas debe faltarle medio cerebro», le espetaron el jueves en un programa de televisión. Hay indignación. Es evidente. Falta saber si tanta como para arrimarse a un candidato con la capacidad de seducción de unas espinas.