Un miedo nuevo atenaza Estambul

Los habitantes de la ciudad turca se esfuerzan por seguir con su vida normal pese a la proliferación de acciones terroristas y represión policial

La policía acordona la zona de la explosión en Estambul

La policía acordona la zona de la explosión en Estambul / PK/

NANDO SALVÀ

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“Me acabo d enterar. Estás bien?”. Este mensaje o alguno parecido es uno de los que los miles de expatriados en Estambul procedentes de todo el mundo han recibido a través de Whatsapp de forma más habitual recientemente. La ciudad, de forma hasta cierto punto lógica, prácticamente solo se asoma por los medios de comunicación extranjeros cuando es escenario bien de desastres naturales bien de terremotos de índole social y política, y de esos ha habido muchos en el último año: el atentado suicida contra una estación de policía en enero de 2015, los disparos contra el consulado de Estados Unidos y el ataque con granadas contra el palacio de Dolmabahce en agosto, el pulso del presidente Recep Tayyip Erdogan con Valdimir Putin, la explosión en el distrito de Bayrampasa a principios de diciembre, la explosión en el aeropuerto de Sabiha Gokçen semanas después, Sultanahmet este martes. La imagen que Estambul da a través de cadenas como la CNN es la de una ciudad al borde del colapso.

Y eso, lógicamente, tiene consecuencias. El rotundo descenso que según el Instituto de Estadística de Turquía sufrió el turismo del país durante el tercer trimestre de 2015 se apreció de forma particularmente virulenta en su ciudad emblemática. Los hoteles llegaron a ofrecer sus habitaciones prácticamente regaladas para esquivar la crisis. Durante el puente de fin de año, las esperas que sufrieron los visitantes a Sultanahmet para entrar en lugares como el Museo de Santa Sofía no eran ni la mitad que de costumbre. Aunque quizá, es verdad, la rotunda nevada que cerró el tráfico aéreo casi por completo durante el día 31 también influyera. En todo caso, los sucesos de ayer volverán a sembrar la duda entre quienes la tenían en mente de cara a la Semana Santa.

DETERMINADOS A UNA VIDA NORMAL

Por lo que respecta a la población local, la impresión que ofrecen a primera vista es la de haber encontrado la determinación o la resignación para, como suele decirse en estos casos, llevar una vida normal. Al menos hasta hoy, los centros comerciales y los mercados de alimentos siguen bulliciosos, las terrazas de los meyhane (tabernas) en los distritos de Beyoglu y Kadikoy continúan haciendo negocio, los pescadores siguen poniendo codos en el puente de Galata, la plaza de Eminonu y alrededores aún son la definición misma de la vorágine. El bache que atraviesa la lira turca les ha hecho daño en los bolsillos, cierto, pero aun así la principal preocupación general que había ayer en la calle parecía ser menos el terrorismo que el Lodos, ese maldito viento en dirección sudoeste que ha obligado a cancelar vuelos y ferries y provoca tremendos dolores de cabeza.

No es que los estambulís no tengan miedo, pero quizá se han acostumbrado a él. En los últimos dos años se han habituado a interrumpir sus quehaceres para buscar refugio cada vez que una manifestación contra la corrupción del Gobierno del presidente Erdogan es disuelta a base de gas pimienta y  brutalidad policial general. Víctima de una agresiva división interna entre una mitad laica y occidentalizada y otra religiosa y tradicional, avivada por el islamismo cada vez más hooligan del presidente Erdogan, la población vive envuelta de inestabilidad social y política.

BARBARIDADES EN LAS REDES SOCIALES

El problema es que, sobre todo en las últimas semanas, el clima se ha hecho aún más asfixiante. Las operaciones policiales son cada vez más frecuentes, y la ambigua actitud de Erdogan respecto a Estado Islámico –muchos asumen que su gobierno les presta apoyo político, económico y militar tácito— está teniendo un ruidoso eco entre un sector de la población, cada vez más abiertamente favorable al yihadismo. Así lo demuestran, por ejemplo, los gritos de “Alá Akbar” (Dios es grande) que se oyeron en la grada del amistoso entre Turquía y Grecia del pasado noviembre, durante el minuto de silencio por las víctimas de París, o las barbaridades que algunos llegaron decir en las redes sociales a modo de celebración del atentado. Y mientras tanto la gente sigue yendo al centro comercial y al mercado, sí, pero de otra manera: es fácil detectar la inquietud en su mirada. En realidad su miedo no es el de siempre, sino otro.