NÓMADAS Y VIAJANTES

Matar al negro

RAMÓN LOBO

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'The Wire', una de las mejores series de la historia de la televisión, elevó a símbolo de todo lo que va mal en EEUU a la ciudad de Baltimore. Barrios empobrecidos y fantasmales que más parecen escenarios para películas de zombis que lugares habitables por humanos. La pobreza, la droga y la falta de oportunidades han generado un lumpen urbano que no sale en las fotos de los turistas; tampoco en las estadísticas ni en los discursos de los políticos más interesados en el autobombo que en la realidad. Hay cosas tan evidentes que no se ven.

La chispa de los disturbios de esta semana fue la muerte en custodia policial de Freddie Gray. No es un caso aislado: entre el 2003 y el 2009 murieron cerca de 5.000 personas en situaciones similares, según la Agencia de Estadísticas de Justicia de EEUU que, desde entonces, no ha emitido datos sobre el tema. Nadie sabe hoy, en el 2015, cuántas personas mueren en custodia policial. Según Human Rights Watch las cifras están por debajo de la realidad: solo se recogen datos en el 35-50% de los casos. El resto se camufla. Gray entró en el coche patrulla esposado y salió en coma.

La brutalidad policial es un hecho en las comisarías y en la calle. Gray era negro, como todos los últimos muertos. Ya no es solo Michael Brown (Ferguson), Jordan Davis (Jacksonville), Tamir Rice (Cleveland), Rekia Boyd (Chicago), Eric Garner (Staten Island), Walter Scott (Charleston) o Eric Harris (Tulsa), es un modo salvaje de operar contrario a las leyes, la libertad y la democracia. Existen vídeos ciudadanos de casi todas estas muertes, lo que falta es valentía para admitir que el problema son los que debería imponer la ley.

Tenemos tanta tendencia a lo llamativo que a veces olvidamos lo importante, el contexto. De los disturbios de Baltimore nos ha quedado la imagen de mamá Toya Graham sacando a empellones a su hijo de 16 de la algarada callejera. Los medios de comunicación de EEUU la han bautizado como la madre héroe como si la solución de la violencia urbana estuviera en las madres con carácter. Más allá del show están los datos: en las ciudades estadounidenses crece la pobreza a gran ritmo, alguna de ellas tan turística como Orlando. Baltimore ocupa el puesto 41 de las ciudades estadounidenses con una mayor índice de pobreza, un 22,9%. En cabeza está Detroit, con más del 44%. Detroit es patria chica de las canciones de Sixto Rodríguez, Sugarman. Son letras asfixiadas por la vida.

CENTROS URBANOS

La pobreza de las ciudades vacía los centros urbanos multiplicándose en miles de no go zone a las que nadie se atreve ir. A veces ni la policía. Son como las banlieue de París. La ley que impera es la de las pandillas y los traficantes. No existe una solución sencilla para un problema tan complejo. Sería necesaria una gran inversión en vivienda, centros de trabajo y de ocio y  educación. También sería necesaria una reconversión de las policías locales, que les enseñaran a proteger ciudadanos, no a disparar por la espalda a personas desarmadas. Los tuits de estos días de la policía de Baltimore, en los que hablaba de criminales violentos, no permite ser optimista. Eran producto de la propaganda, no de la información, como denunció Zoë Carpenter en The Nation.

En muchas ciudades norteamericanas conviven espacios de turismo y zonas de pobreza casi tercermundista. A pocos cientos de metros de la Casa Blanca, en la calle 14, se percibe este cambio, de la Avenida Pensilvania a una ciudad que parece haber sido abandonada tras una hecatombe nuclear. En Manhattan se juega a los dos mundos, el que mueve las finanzas en un extremo de la isla, y el Bronx en el otro. Incluso en las zonas mejores, como Wall Street, existen horas brujas donde todo cambia.

Lo ocurrido en Baltimore ha sorprendido a los precandidatos a la presidencia de EEUU que no saben qué decir. Algunos medios sostienen que perjudica a Hillary Clinton porque la alcaldesa de Baltimore es una mujer y una estrella del Partido Demócrata. Son tantos los que desean su fracaso que cualquier noticia sirve para demonizarla. Lo ocurrido en Baltimore tiene más que ver con un sistema de explotación que necesita de los pobres, pero sin verlos. La América de los sueños se agotó hace años. Los nuevos soñadores no tienen oportunidades ni espacio. Todo lo soñable fue ocupado. Solo quedan libres las pesadillas, que son gratuitas.