LAS VÍCTIMAS CIVILES DEL CONFLICTO

Manar sonríe poco a poco

La mujer siria quemada recibe tratamiento en Barcelona y pide una casa donde vivir

Manar  junto a su hija, izquierda, y sobrinos en un piso de Barcelona.

Manar junto a su hija, izquierda, y sobrinos en un piso de Barcelona.

MONTSE MARTÍNEZ
BARCELONA

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Pese a tener la cara completamente desfigurada se puede percibir claramente que Manar empieza a sonreir. El tiempo se le hace eterno pero lo cierto es que han pasado muchas cosas desde que esta mujer mujer siria de 30 años llegó a Barcelona, hace ahora 25 días, con el 90% del cuerpo quemado como consecuencia de una bomba que cayó sobre su casa de Homs mientras cocinaba.

Es miércoles por la noche y la cena, a base de un guiso de lentejas con arroz y diversas verduras -«típica de Siria», dice Mohamed, el hermano-, está servida en el suelo de una pequeña habitación con minúscula cocina en el barrio de Sant Antoni de Barcelona, a las puertas del Raval. Sentados en el suelo, comiendo directamente del mismo plato, se encuentra una familia siria de cinco adultos --Manar entre ellos-- y siete niños. Cuando levanten el mantel del suelo, colocarán los colchones y todos dormirán alineados unos al lado de los otros.

No hay sillas, no hay mesa, no hay camas. Ningún tipo de mobiliario más allá de una cajonera de madera y unas estanterías tapadas con una cortina. Miran la tele, que emite la cadena árabe Al Jazira captada por la parabólica del edificio. Té negro endulzado con miel hace las veces de postre antes del rezo, mirando a la Meca.

Fue en diciembre del 2012 cuando la bomba cambió el destino de esta familia siria. Ha pasado más de un año desde entonces, un año de periplo que ha llevado a Manar y a su familia a recalar en Barcelona, pasando antes por Líbano, Egipto, Argelia, Marruecos y Melilla, ciudad donde permanecieron retenidos meses. Un viacrucis para una persona con unas quemaduras de esa envergadura.

Manar, que al igual que los familiares que la acompañan goza de la protección subsidiaria otorgada por España -similar al estatuto de refugiado-, ya ha sido visitada hasta en cinco ocasiones por un equipo multidisciplinar de médicos de la unidad de quemados de Vall d'Hebron, referente en esta especialidad.

Operaciones pendientes

Faltan aún más visitas, programadas para los primeros días de febrero, para acabar de determinar las operaciones a las que va a ser sometida. Mientras, recibe tratamiento farmacológico, a base de antibióticos, calmantes y pomadas, distintas pomadas. Ninguna de ellas barata.

«Quiero que me operen cuanto antes», dice la mujer mutilada en árabe, inmediatamente traducida por su hermano Mohamed, que habla con bastante corrección el castellano. Agradecido por la asistencia médica, pese a desear mayor celeridad, el portavoz de la familia, hace un llamamiento desesperado otro tipo de ayuda porque salieron con lo puesto de Siria. «Necesitaríamos una vivienda porque estamos aquí, en una habitación de un hermano, muy pequeña para tanta gente», plantea Mohamed para lamentar, a continuación, que las medicinas -«entre 70 y 80 euros a la semana en el caso de Manar y 40 euros en el caso de mi mujer, Samiha»- las tienen que pagar.

Están pendientes de que los niños que corretean por la habitación, venidos de Siria también, sean admitidos en la Escuela Pía Sant Antoni, la más cercana. Entre ellos está Madeha, la hija de cinco años de Manar que aún no ha superado el impacto de ver a su madre completamente desfigurada. Le sigue teniendo miedo y por las noches prefiere dormir al abrazo de sus tías. Pero lo que hace aflorar la sonrisa en Manar en medio de esta dura existencia es una certeza. Hace unos días, la familia pudo confirmar que los otros tres hijos de la mujer siria quemada están vivos y a salvo en Líbano, en casa de unos familiares. No sabía de ellos, de cinco, seis y siete años, de si estaban vivos o muertos. Contribuye también a su esperanza el hecho de saber que su marido está ya en Melilla a la espera de llegar a Barcelona en breve.