La maldad química

Hace 100 años Alemania lanzó el primer ataque con gas letal de la historia en el frente occidental, en la ciudad belga de Ypres Al final de la primera guerra mundial todos los contendientes los utilizaban

ROSA MASSAGUÉ / YPRES (ENVIADA ESPECIAL)

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Una nube que unos describieron como verdosa y otros amarillenta avanzó hacia las trincheras aliadas desde las posiciones alemanas en el norte del saliente de Ypres (Bélgica), una línea del frente que describe una gran curva siguiendo el canal del río Yser. Eran las cinco de la mañana del 22 de abril de 1915, hace 100 años. Soldados y oficiales desconcertados fueron presa del pánico. Aquella nube que se desplazaba empujada por una brisa del nordeste ahogaba, cegaba. Y mataba. Los médicos de campaña identificaron la sustancia como gas de cloro y lo único que pudieron hacer fue decir a la tropa que orinara sobre cualquier trozo de tela y se tapara la boca y la nariz con él. Las víctimas no solo eran francesas. También había numerosos marroquís y argelinos del Ejército colonial.

Dos días después, una división canadiense estacionada en el pueblo de Saint Julien, también en el saliente de Ypres, fue objeto de otro ataque con gas.

Era la primera vez en la historia que se utilizaban gases como arma de guerra de manera efectiva. Los alemanes que fueron los primeros en desarrollarlos gracias a las investigaciones del químico Fritz Haber, ya habían intentado usarlos en el frente oriental, pero las bajas temperaturas los inutilizaron.

Las convenciones de La Haya de 1899 y 1907 prohibían el uso de gases tóxicos en la guerra. Sin embargo, Alemania orilló dichas convenciones con una estratagema. No disparó los gases directamente contra el enemigo sino que los lanzó al aire aprovechando vientos favorables que los desplazaba hacia las líneas francesas. Los lanzaron desde una línea de trincheras de casi siete kilómetros entre Steenstraate y Langemark-Pölkapelle. Utilizaron 150 toneladas de gas contenidas en 6.000 cilindros agrupados de cinco en cinco para acelerar su emisión. Los cilindros habían sido trasladados a mano y en secreto. Dada la peligrosidad de su contenido en caso de ataque tuvieron que ser enterrados a una gran profundidad.

Esta nueva arma también planteaba otros problemas para el que las usaba. El principal, que dependía de las condiciones meteorológicas, de la dirección e intensidad del viento. Un cambio brusco podía acabar atacando al atacante.

DOBLE CARRERA

Aquel primer ataque desencadenó una doble carrera en todos los Ejércitos. Había que combatir o minimizar sus efectos entre los combatientes, y dotarse de armas parecidas o más mortíferas. Había que proteger a los hombres pero también a los indispensables animales, como caballos y mulos, o a los perros. De las sencillas mascarillas hechas de capas de algodón impregnadas de algún producto químico que solo cubrían boca y nariz se pasó a las más sofisticadas de caucho y cristales que protegían todo el rostro, también los ojos.

Al gas de cloro le sucedió el fosgeno, un elemento mucho más mortífero y traicionero porque a diferencia del primero, este era muy difícil de detectar. Era incoloro y olía a hierba. Los primeros en utilizarlo fueron los franceses. Otros ejércitos le siguieron y se considera que fue el que más muertes causó.

'Herr' Haber inventó un nuevo gas, el mostaza, conocido también como iperita en recuerdo de Ypres. Se utilizó por primera vez en julio de 1917. Este gas no asfixia, pero las quemaduras que causa matan igualmente. Al final todos los ejércitos optaron por lanzar los gases mediante bombas.

Según el historiador David Stevenson, se calcula que en toda la guerra se utilizaron 124.208 toneladas de gas, la mitad de ellas por Alemania, en una progresión aritmética desde aquel día de primavera de 1915 en Ypres. En 1918, cuando acabó la primera guerra mundial, esta industria letal ocupaba a 75.000 civiles y a soldados especializados. Se supone que causó medio millón de bajas en el frente occidental, entre ellas 25.000 muertos. El número no es muy elevado si se compara con las causadas por otras armas en esta guerra donde los muertos se contaron por millones, pero su impacto psicológico fue enorme.

DESTRUCCIÓN TOTAL

A consecuencia del primer ataque con gas, Ypres fue abandonada y después destruida. Pero aquella no fue la única batalla en los alrededores de lo que había sido una rica ciudad desde la época medieval. Cuatro fueron las batallas que allí se desarrollaron y numerosos los ejércitos que allí combatieron. La existencia de 170 cementerios militares en sus alrededores son testimonio. Fue allí donde John McCrae, un médico y artillero canadiense, escribió el célebre poema 'En los campos de Flandes' que convirtió a la amapola en el símbolo para recordar a los muertos de aquella y de todas las guerras.

Ypres es una ciudad de 35.000 habitantes que anualmente recibe a unos 450.000 visitantes. El 45% procede de países de la Commonwealth, el Reino Unido en primer lugar, en busca de la tumba o del lugar donde cayeron sus antepasados. Y hoy se puede seguir lo que fue la línea de trincheras alemanas desde las que se lanzó la química mortífera. Es una estrecha carretera que cruza campos cultivados. En este centenario está señalizada con una serie de banderas blancas.