TERROR YIHADISTA EN ÁFRICA OCCIDENTAL

«Los violadores eran seis»

Rachel Daniel, de 35 años, sostiene un retrato de su hija Rose Daniel, de 17, secuestrada.

Rachel Daniel, de 35 años, sostiene un retrato de su hija Rose Daniel, de 17, secuestrada.

BEATRIZ MESA / RABAT

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Una película de terror no sería capaz de transmitir la crueldad que escenifican los combatientes de Boko Haram. Se cumple un año del secuestro de las 270 estudiantes de un colegio en Chibok, al noreste de Nigeria, y el durísimo informe de Amnistía Internacional (AI), realizado a partir de más de 200 testimonios de víctimas del grupo terrorista recogidos principalmente en Maiduguri, la capital del Estado de Borno, revelan las violaciones, los matrimonios forzados y la extorsión a la que están siendo sometidas las mujeres y niñas capturadas por la organización criminal. Primero, son detenidas en centros de prisión donde las amontonan como ganados de animales para luego ofrecerles un destino de cocineras o limpiadoras --las que disfrutan de mayor suerte-- o entregadas para contraer matrimonio en contra de su voluntad, vendidas a redes internacionales de trata y expuestas a violaciones sistemáticas.

«Me violaron varias veces cuando estaba en los campamentos [se refiere al bastión de Boko Haram]. A veces eran cinco; a veces, tres. A veces eran seis. Dependía del día. Esto continuó así siempre, durante todo el tiempo que estuve allí. Algunos de los que me violaban eran antiguos compañeros de clase de mi pueblo. Aquellos que me conocían solían ser todavía más violentos conmigo». Es el testimonio escalofriante de una joven de 19 años, secuestrada en septiembre del 2014, que da fe de las atrocidades de este grupo armado que dice actuar en nombre del islam.

NIÑAS SUICIDAS

Aicha, otra joven menor de edad, describe lo que ya se viene alertando desde hace meses sobre el uso de las niñas suicidas para atentar contra mercados, o poblaciones reclamadas por los terroristas. Son chicas analfabetas a las que adosan explosivos en el cuerpo convirtiéndolas en carne de cañón sin que apenas les de tiempo de tomar consciencia de ello. También son obligadas a coger entre sus inocentes manos bombas artesanales que les enseñan a diseñar y activar.

«Durante los tres meses de secuestro fui violada y fui testigo del asesinato de más de 50 personas, entre ellas, mi hermana. Ellos enseñan a las niñas a disparar. Yo formaba parte de las que estaban siendo adoctrinadas para empuñar armas y pegar tiros. También fui entrenada para utilizar bombas y atacar una ciudad. Este entrenamiento duró tres semanas, después de llegar a sus campamentos. Una vez preparadas, pasamos a la acción y nos enviaron al terreno. Yo participé en una operación dentro de mi propia ciudad», explica en un conmovedor testimonio la joven Aicha, que demuestra la ausencia de una base social para esta organización que recurre a la violencia para imponer sus dogmas y su propia hegemonía y, por supuesto, al adoctrinamiento ideológico con el fin de imponer una versión del islam con la que pretenden legitimar acciones terroristas, matrimonios forzados y ataques indiscriminados no solo contra iglesias y edificios públicos, sino también contra mezquitas. Esta es solo una de las muchas contradicciones del grupo, que también utiliza la sangre de sus víctimas, que derraman en el suelo, para ahuyentar el mal de ojos y que denominan el «juju».

La joven Saa, de 18 años, también lo puede contar. Ha empezado a hablar desde su exilio en Estados Unidos. Escapó de milagro del secuestro de hace un año. Se tiró al suelo del vehículo de Boko Haram y huyó sin que ninguna bala le alcanzara. La joven denuncia: «El Gobierno no nos protege contra las atrocidades de Boko Haram y ninguna acción seria se ha emprendido para liberar a las chicas. Necesitamos que la comunidad internacional se implique».